«No soy un llanero solitario de la música, me marcó ser parte de los Ballets Olaeta»
Director de orquesta ·
El músico bilbaíno debuta este jueves en el Festival Rossini de Pésaro con un concierto que incluye una revisión de la obertura 'Pastoral' de ArriagaEmpezó a bailar a los cinco años en los Ballets Olaeta y en las bodas siempre le pedían que se marcara un aurresku. Luego, de ... mayor, le tocó meterse en la piel de un macho cabrío. «Era un rol protagonista en la producción 'Sorgin morgin, aker maker'. Se estrenó en el Euskalduna con los Ballets Olaeta, la BOS y Juanjo Mena. Fue un homenaje a Jesús Arámbarri. ¡Una maravilla!», recuerda el director de orquesta Asier Eguskitza (Bilbao, 1982), en conversación telefónica con EL CORREO desde la localidad italiana de Torino di Sangro.
Allí lleva varios días y no porque se trate de la localidad natal de Torrebruno, que también, sino porque es el pueblo del maestro Donato Renzetti. Tienen una relación estrecha y se encuentra en su casa. Eguskitza es un artista que admira profundamente a los grandes. Escucha, toma nota y sigue su propio camino. Este jueves esgrimirá la batuta en el Festival Rossini de Pésaro, al frente de la Orquesta Sinfónica G. Rossini, con un programa que incluye una revisión propia de la obertura 'Pastorale' de Arriaga y se completa con piezas de Mozart, Meyerbeer, Rossini, Verdi, Chaikovski... Le acompañará como solista el tenor ruso Sergey Romanovsky.
– Es muy probable que sea el primer euskaldun que se pone al frente de una orquesta sinfónica en Pésaro.
– Yo creo que sí. Ahora bien, donde no hay ninguna duda es que se escuchará por primera vez la obertura 'Pastorale' de Arriaga tal como yo la he planteado.
– ¿Difiere mucho de lo que se ha escuchado hasta ahora?
– Hay diferencias, claro. Yo me apoyo en la partitura manuscrita, que se encuentra en la Biblioteca Bidebarrieta. En ella, por cierto, no hay ninguna alusión a 'Los esclavos felices'. No consta que sea una obertura de esa ópera. En cuanto a la música propiamente dicha, he descubierto que había algunos errores de copiado en las ediciones modernas. También he recuperado unos 200 compases.
– ¿Cuánto tiempo extra escuchará el público?
– Dos minutos más o menos. Llegará a los once, lo cual está bastante bien para una obertura.
– ¿Suena muy rossiniana?
– Tiene momentos realmente rossinianos y también hay afinidad con Mozart. Es muy dinámica.
– Hablando de ritmo y movimiento, usted formó parte de los Ballets Olaeta. ¿De dónde le viene ese gusto por la danza?
– En el pueblo de mi padre, Arrankudiaga, se hacen pasacalles y los dantzaris se visten para bailar en todas las celebraciones. Mis aitas se conocieron en Orduña porque los de Arrankudiaga también iban allí para bailar. Lo llevo en la sangre. Estuve en los Ballets Olaeta hasta pasados los 30 años.
– ¿No sintió nunca la tentación de dedicarse a la danza y dejar la música?
– En ningún momento me planteé llegar a ser bailarín profesional. Eso sí, nunca dejé de nutrirme a nivel de movilidad, de expresión corporal, de sensación rítmica... El escenario, la música y el trabajo en equipo forman parte de mi vida.
– La música para usted es algo siempre compartido.
– Nunca he sido un llanero solitario, incluso cuando estoy solo estudiando o investigando, necesito compartir mis inquietudes con los colegas y amigos. Piensa que de chaval, cuando bailaba, viajaba en bus con más de 70 personas, de entre 6 y 40 años. Me marcó mucho esa etapa. Tampoco olvido las veces que me llevaba mi madre a la ópera, en el Coliseo, con una tableta de chocolate oscuro para el entreacto. Ella tiene el título de txistu y cantaba en la Coral de Bilbao. Todo eso deja poso.
'Agar en el desierto' en 2026
– Tiene formación de violinista. ¿Qué le llevó a tomar la batuta?
– Yo tenía mis proyectos, muchas ganas de crecer y llegó un día en que conocí a Donato Renzetti. Me animó a ir a estudiar con él. Por eso marché a la Academia de Música de Pescara, a poco más de 200 kilómetros de Pésaro. Allí aprendí a resolver técnicamente las dificultades de las partituras como director de orquesta.
– ¿Por qué se fue luego a la Academia Rossiniana de Pésaro? ¿No es solo para cantantes?
– Sí, pero yo quería ver al maestro Alberto Zedda en acción. Era maravilloso ver la transformación de los alumnos y disfrutar del festival en su compañía. Íbamos juntos a los ensayos de las producciones operísticas, me llevaba a todas partes. Las relaciones humanas, el tiempo y la tranquilidad para asimilarlo todo son importantes.
– Y al cabo de poco más de 10 años, debuta en el festival.
– Es un honor.
– ¿Qué tiene ahora entre manos?
– El año que viene es el segundo centenario de la muerte de Arriaga y estoy inmerso en un trabajo de investigación de la cantata 'Agar en el desierto'. Está incompleta y me gustaría terminar de reconstruirla. Hay una productora de documentales interesada, al igual que el Teatro Arriaga. Me encantaría que la Orquesta Sinfónica de Bilbao también se animara.
«Los montajes de ópera deben buscar la coherencia»
– El montaje de 'Zelmira' con dirección de escena de Calixto Bieito ha causado bastante polémica en Pésaro...
– No he tenido oportunidad de verlo. Estoy muy centrado en los preparativos de mi concierto.
– Usted ha trabajado como director asistente en varias temporadas líricas, entre ellas, la ABAO, la Vlaamse Oper, las Termas de Caracalla... ¿Cómo ve el poder de los directores de escena? ¿Lo que dicen va a misa?
– No debería ser así.
– Hay maestros que cierran los ojos para no ver lo que sucede en el escenario.
– Puede pasar. Pero no es la mejor situación. En las artes escénicas la mejor fórmula es el diálogo y la convivencia. He trabajado recientemente con Miguel del Arco en una obra de teatro, 'La Patética', y la experiencia me enriqueció. La conexión es clave.
– ¿Qué le parecen los contrastes brutales entre lo que se ve en escena y lo que suena en el foso?
– Un interiorista puede situar un mueble moderno al lado de otro de hace 200 años y causar un efecto fantástico. Lo mismo sucede en una ópera, pero, insisto, tiene que haber coherencia. En una ópera se cuenta una historia y debe entenderse.
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