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Este sábado ha arrancado una nueva tanda de conciertos del ciclo 'Art & Music' del Guggenheim, un buen plan que ofrece un bolo a las 10 de la noche y que desde las 8.30 de la tarde permite visitar las exposiciones cuando ya se ha evacuado al público de la jornada. Este es el programa completo: ayer sábado Israel Fernández, el sábado 16 de marzo Lou Alice Phoebe, el viernes 26 de abril Hania Rani, el sábado 18 de mayo Louane, y el sábado 8 de junio Amistat.
Dejando al margen las veces que le hemos disfrutado como cantaor de atrás de la bailaora Sara Baras, como solista hemos visto a Israel Fernández cinco veces contando la del Guggen, a saber: dos en Pamplona (dos años distintos en el festival Flamenco On Fire; en el segundo, en 2022, dio uno de los conciertos del año con su espectáculo 'Ópera Flamenca'), una en Santander (en las fiestas de verano), una en Barakaldo (en el 25º ciclo Viernes Flamencos, ante solo 200 almas en 2021) y esta de Bilbao.
Siempre que vamos a verle esperamos que el etiquetado como 'nuevo Camarón de la Isla' dé un gran concierto acorde a su crédito. Los encuentros de Barakaldo y Santander no explotaron su potencial por la timidez e incluso la desconfianza de Israel (su tocaor Diego del Morao es aún más tímido), los dos de Pamplona volaron alto, y también cursó por todo lo alto el del Guggenheim, el que nos ocupa, donde nos ha sorprendido el desparpajo del cantaor toledano al presentarse: «Buenas noches, estoy muy feliz y contento en el museo. Antes he dado un paseo por él pero me he vuelto porque me estaba perdiendo. A Diego no le doy nunca las gracias, pero es un privilegio y una bendición del cielo que esté cerca de mí (la tercera pata del banco era el percusionista Ané Carrasco, duro y bien integrado). Vamos a cantar con humildad y respeto», frase ésta última que el cantaor suele usar siempre en vivo.
Este sábado en el Guggenheim durante 70 minutos sonaron 9 temas, uno de ellos instrumental a dúo con Morao y Ané, entre los ocho restantes el menos tres con el concepto de borrachera en sus letras, y parece que ninguno de su último álbum, 'Pura sangre'. El alto techo y la chimenea que se erige en el atrio del Guggenheim ha generado mucho eco, lo cual ha causado al principio cierta inseguridad en Israel (miraba preocupado a lo alto, y contó que debido al eco, como no se oía él mismo, por primera vez usó 'pinganillo' en sus oídos, auriculares) y un sonido metálico en la guitarra de Diego. Pero no se puede afirmar que se oyera mal, tampoco cuando en trío de gitanos con barbas se sumó Ané Carrasco.
Lo dicho, Israel Fernández se ha mostrado contento y estelar, haciendo honor a su fama y a la expectación generada: se agotaron las entradas en la anticipada (¡a 30 pavos!) y contando a los invitados estábamos casi 700 almas en el Guggenheim. Y como observó Óscar Cine, el público entero ha estado muy respetuoso, silencioso y atento a lo que sucedía sobre el escenario, que se veía con dificultad. El público estaba en pie en un concierto de flamenco y encima los tres actuantes han permanecido sentados, con lo cual parecían oompa loompas retacos en la lejanía.
Diego e Israel empezaron por 'Tarantos Beodos', con el toledano tan entregado y con guiños arrebatados a lo Camarón que inmediatamente pensamos en que, si este jueves en Logroño el gitano onubense Arcángel fue estilista y racional, este sábado el calé castellano ha sido jondo, visceral y directo, y eso que la 'Soleá del cariño' la aproximó al jazz gracias al trabajo del Morao. 'Los tientos para la amada' tuvieron una letra con fondo, y a la cuarta Israel se sentó al piano para entonar a solas con mucha verdad una versión de la vidalita 'Vino amargo' de Rafael Farina, y advirtió: «No sé tocar ésto (el piano eléctrico ante el que se sentó). Perdón a los pianistas presentes. Lo voy a hacer con todo el cariño», pero cumplió con creces y al acabar agradeció la ovación saludando a medias entre un monje hare krishna y un torero brindando un toro.
El siguiente instrumental de diez minutos pasados sirvió para que Israel dosificara la garganta. Quizá la cima de la velada fue la 'Seguiriya del desvelo', dotada del poderío de los grandes («se ha desfondado», observó un espectador, pero no, porque aún le quedaban cuajo y cuerda de sobra). El toledano se despidió por bulerías en las que sin esforzarse voló alto (como altos estuvieron en este palo numerosos móviles del público, ansiosos por grabar el momento), y en los dos bises, el segundo inesperado y muy solicitado, volvió a volar alto por fandangos. Y agradeció sincero antes del primer bis: «Ha sido una maravilla y una bendición, me llevo un trocito de cada uno de vosotros. Y nada, feliz sábado».
Pues si Israel se sigue soltando (por ejemplo hablando sin miedo al respetable) y no se pone nervioso en escena, le costará menos ser un grande absoluto del flamenco y en porcentaje se le podrá disfrutar en más tardes óptimas.
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