Un Bruce en pie de guerra sacude Anoeta
El músico y su banda ofrecen la mejor versión posible de sí mismos en 2025, en una actuación que rozó las tres horas y en la que se mezclaron la celebración de la vida y el 'akelarre antiTrumpista'
Alberto Moyano
Domingo, 22 de junio 2025, 00:24
No por esperado deja de ser cierto: en un mundo fagocitado a diario por las noticias de guerras atroces, corruptelas que hieden y desesperanza, Bruce ... Springsteen abrió anoche en Anoeta una ventana a ese tipo de belleza que aún estremece. No por la vía del escapismo, sino por el de la confrontación, con un arsenal de canciones inmortales. Las 40.000 personas que anoche abarrotaron el estadio darán fe de los poderes de una ceremonia que limita al norte con los sueños y las pérdidas, y al sur con la denuncia de una realidad deplorable.
Hace ya mucho tiempo que los directos de Bruce Springsteen agotaron los adjetivos, pero efectivamente eso fue hace tiempo. El tiempo ha hecho su trabajo y el rockero septuagenario y pendiente del telepronter ha sustituido la enloquecida rabia de antaño por una intensidad siempre bajo control en la que las canciones quedan reducidas a su esencia en cuanto a minutaje. Lo que ha perdido en intensidad física y vocal lo ha ganado en serenidad. Y si antaño agotó todos los adjetivos, es ahora el momento de recuperarlos: emotivo, incandescente, conmovedor, festivo y, sobre todo, combativo. Se admiten otros.
Faltaban tres minutos para las nueve de la noche y con un encapotado cielo donostiarra que descargaba ocasionales lloviznas ligeras, el músico salió al escenario acompañado del abigarrado grupo de músicos que rodea al núcleo duro de una The E Street Band que volvió a demostrar que es una apisonadora musical cuyo único peligro sería incurrir en los automatismos, tal es el dominio de un repertorio mil veces interpretado en su mayor parte. Las pantallas gigantes –de cuyo visionado conviene no abusar en un concierto– se encargaron de acercar al público cuanto acontecía en el escenario. En cuanto a las cámaras del realizador italiano Nanni Moretti, se supone que registraron discretamente al menos alguna parte del espectáculo.
Un inicio arrollador
«One, two, three, four», gritó el músico y el estadio rugió. Tal y como viene haciéndolo durante este último tramo de la gira, arrancó con 'No Surrender´, seguida de esa 'Land of Hope and Dreams' que da nombre a la gira, y el 'My Love Never Let You Down', rescatado del primer Tracks'. «Gabon Donostia, buenas noches San Sebastián!», saludó. Entre una y otra, incrustó esa admonición contra la llegada del totalitarismo sigiloso que es 'Death To My Hometown', cuya desenfadada música de aires celtas contrasta con una letra sombría, más bien negra, aunque esperanzada.
Un inicio incendiario a partir del cual Bruce nos metió a todos en un tobogán de emociones. Y por «todos» debe entenderse a las 40.000 personas que cubrían un arco generacional que iba desde niños hasta coetáneos de Bruce, pasando por una inmensa mayoría que transita ya por la madurez..
Más allá de algunas 'sorpresas', el repertorio, que ignoró sus dos primeros discos a diferencia de sus anteriores visitas, mantuvo el esquema básico con el que se ha paseado por Europa y que podría dividirse en dos bloques: lo que Bruce nos ha venido a cantar y lo que el público –al menos buena parte de las 40.000 personas que llenaban Anoeta–, ha venido a escuchar. Y lo que el Springsteen de 2025 nos ha venido a contar es que la vida es finita, que pasa veloz y que hay que succionarla del tirón. Y también que vivimos tiempos de tal degradación política que el totalitarismo distópico amenaza con sustituir al sistema de libertades. La carga política y social, oxigenada con los temas de celebración.
Evocó los tiempos de 'The Rising' con 'Lonesome Day' y más tarde con la que da nombre al disco, y también tiempos aún más gloriosos con 'The River', 'The Promise Land', una memorable 'Darkness on the Edge of Town' que en Donostia no habíamos escuchado y una verbenera 'Hungry Heart' – «¡Donostiaaaa!», gritó mientras se paseaba entre las primeras filas–. 'The Promise Land' nos devolvió al terreno del desgarro y 'Youngstown', aún más. Antes de 'Rainmaker', otra fija de la gira, calificó de «amado líder» al ocupante de la Casa Blanca y más tarde llamó a organizarse para combatir el retroceso político.
Uno de los dones del Bruce de estadios es que domina el artede jugar a su antojo con las dimensiones del recinto: puede convertirlo en una verbena de barrio –'Hungry Heart'–, en un templo –'My City of Ruins' introducida por un parlamento en defensa de la libertad de expresión–, transformarlo en una sala de conciertos –'House Of A Thousan Guitars' interpretada en solitario–, o en un club de rock –'Because The Night'. Y luego regresar al formato estadio –cualquiera de los arrolladores temas con los que salpica el setlist de cada noche –pongamos 'Murder Incorporated'–. Tampoco hizo falta ser adivino para saber a quién dirigió los proféticos versos de 'Badlands', escrita en 1978: «Pobre hombre quiere ser rico / El hombre rico quiere ser rey / Y un rey no está satisfecho / Hasta que él gobierne todo».
Y un final arrasador
Nominalmente el concierto se cerró con esa 'Carretera del trueno' que podría figurar entre las mejores canciones del rock que se han escrito, pero todo el mundo sabía que faltaba una traca final que, en el caso de Bruce, rivaliza con lo que puede ser el concierto íntegro de otros artistas.
A partir de ahí, llegó un largo bis en el que, una tras otras, fueron cayendo todas aquellas canciones con las que Springsteen se encaramó a lo más alto de la Historia de la música rock en 1975 y en 1984, aquellas protagonizadas por las noches y las amistades perdidas. Un 'Born in the U.S.A' hacia el que esta misma semana mostraba cierto desapego, un 'Born to Run' con su estribillo inmarchitable, la emotiva 'Bobby Jean', la engañosamente blanda 'Dancing in the Dark' y el 'Tenth Avenue Freeze-Out' en la que la sección de vientos, tan protagonista en este tour, se luce en tributo a los fallecidos Danny Federici y Clarence Clemons. El remate llegó de la mano del desmadre rockanrrolero del 'Twist and Shout' y la dylaniana 'Chimes of Freedom', de poner los pelos de punta.
Si hace siete días, Fermin Muguruza ofició un «akelarre antifascista», Springsteen firmó anoche otro, esta vez 'antiTrumpista'. El mundo está en guerra, la democracia, en crisis, y vivimos en la época del gran malestar. Bruce aportó lo suyo con veintiséis canciones que forman parte ya del periplo vital de muchos.
El martes repite y todo será igual, pero diferente. Como la vida
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