'La Bohème' enciende la emoción en el Euskalduna
La ópera de Puccini despide la temporada con un reparto nacional y una puesta en escena que no se desvía de lo esencial
Puccini tenía una visión muy artesanal de la ópera. Cada una de las que compuso requería tiempo y medía cada paso como si la vida ... le fuese en ello. Por eso, la elección de los temas era tan importante. El de 'La Bohème' (1896) lo encontró en las 'Scènes de la vie de bohème', de Henry Mürger, una colección de cuentos protagonizados por bohemios de la cultura parisina, artistas sin demasiado talento que pasaban la vida apartados de las convenciones y sin pensar en el mañana.
Eran personas corrientes, sin grandeza, pero Puccini sabía hacer interesante a la gente normal. Sabía encender sus emociones. Y en 'La Bohème' exhibió también una manera de ambientar las escenas tan minuciosa que llevó a Debussy a confesar no haber conocido «a nadie que haya descrito el París de esa época (mediados del XIX) tan bien como Puccini». Por eso 'La Bohème' solo tiene sentido si transcurre en París y sus personajes se vinculan a su atmósfera. En la noche del sábado, al subir el telón del Palacio Euskalduna, la buhardilla de los jóvenes bohemios dejaba ver el clasicismo de la puesta en escena, la fidelidad a una historia que pone el foco en las pequeñas cosas de la vida. Leo Nucci (muy aplaudido en los saludos finales) no venía a retar al espectador ni a desviarse de lo esencial. Se veían las chimeneas de París, el aire frío traspasando los cristales de un gran ventanal y la modestia de dos personajes, el pintor Marcello (Manel Esteve) y el poeta Rodolfo (Celso Albelo), que no se privan del gozo de vivir. La orquesta dirigida por Halffter los presenta con sus correspondientes motivos: impetuoso para Marcello, efusivo para Rodolfo. Al unirse a ellos el filósofo Colline (David Lagares) y el músico Schaunard (José Manuel Díaz) se completa el cuarteto de bohemios.
Tras emplazarse a celebrar la Nochebuena en el Café Momus, Rodolfo se queda a solas para terminar un artículo. La escenografía tiene la particularidad de mostrar la escalera del edificio y así vemos que la vecina Mimì (Miren Urbieta-Vega) ha esperado a que Rodolfo se quedase solo para llamar a la puerta. La joven adquiere cierta picardía envuelta en candidez. La orquesta introduce un leitmotiv que la acompañará a lo largo de toda la ópera y describe el encuentro entre ambos hasta que Rodolfo le cuenta la historia de su vida en el aria 'Che gelida manina'. Para Albelo, que viene del mundo del belcanto, Puccini representa un reto vocal y de estilo que asume con entereza, llevando el papel a su terreno. Después, Urbieta-Vega muestra su voz preciosa y se luce en las grandes expansiones de 'Sì, mi chiamano Mimì'. El amor que surge es fuerte, tan libre como ellos.
Arte y tradición
El ambiente cambia por completo al trasladar la acción al bullicioso Barrio Latino. Una acordeonista se cuela en el argumento antes de que la orquesta irrumpa con un vehemente tema que apunta a la 'Petrushka' de Stravinski. Como toda obra maestra, 'La Bohème' es arte del futuro. Tampoco en este acto Nucci se separa de la tradición: vemos burgueses, vendedores ambulantes, enjambres de niños, gendarmes y, mezclados con todos ellos, los bohemios. Toda esa actividad se refleja musicalmente y requiere una técnica solo al alcance de maestros experimentados como Halffter. La llegada de la diva Musetta (Marina Monzó) desvía las miradas hacia ella. Acompañada de un ricachón que no le interesa lo más mínimo, provoca un escándalo para llamar la atención de Marcello, su antiguo amante, y todo a su alrededor se detiene ante su delicioso vals lento, 'Quando m'en vo'. En este punto ya tenemos el elenco completo, un reparto nacional en el que ninguno de los cantantes destaca por sí solo. El valor reside en su unidad como grupo.
Puccini introduce una línea divisoria entre este segundo acto y el tercero, entre el optimismo de la primera mitad de la ópera y el desaliento que destila la segunda. Es una mañana de febrero en la barrera d'Enfer y la música parece describir la caída de la nieve sobre un escenario oscurecido. Es el cuadro más inspirador del montaje, el más poético y evocador. Mimí toma conciencia de su enfermedad y Miren-Urbieta exprime una vena dramática al viejo estilo, algo contenida de más. El cuarteto que sigue mezcla romanticismo y realismo al contrastar la intensidad con que se expresa la pareja protagonista con la frívola discusión entre Marcello y Musetta, a quienes Nucci (dándose una pequeña licencia) reconcilia al final del acto como si nada hubiera pasado.
La escena vuelve a la buhardilla en el acto final y desprende un aire de nostalgia que la orquesta, convertida en gran protagonista, subraya con numerosas reminiscencias del primer cuadro. Los cuatro bohemios se dan un respiro de felicidad antes de la llegada de Mimì sin apenas aire para vivir. Ese paréntesis cómico no es intrascendente, pues todo lo que escribe Puccini se concibe como preparación de lo que va a venir después. La escena lleva a Albelo vocalmente al límite, pero también muestra una expresividad que no le conocíamos. Postrada en la misma cama en la que Rodolfo se hallaba tumbado al inicio de la ópera, Mimì muere sin que los presentes se enteren inmediatamente de ello. La orquesta lo desvela con un súbito acorde en si menor. Rodolfo es el último en saberlo y el suspense culmina con un sufrimiento desgarrador que Halffter traduce sin reservas: difícilmente podía haber tenido la temporada una despedida tan llena de emoción.
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