Así ha sido el primer concierto de Bob Dylan en San Sebastián: solo él puede jugar a ser dios
El legendario cantautor interpretó casi dos horas de concierto en el Kursaal en el que no sonó ninguno de sus clásicos. Este martes repite en el auditorio
Carlos Rodríguez Vidondo
San Sebastián
Martes, 20 de junio 2023, 07:35
Fue un 11 de julio de 2006 la penúltima vez que Bob Dylan actuó en Donostia, la última que Laboa le cantaría a su pueblo. ... En aquel momento ya se hablaba de que 'la gira interminable' empezaba a divisar su ocaso, y los reproches sobre su ingrata actitud sobre el escenario (y fuera de él) no dejaban de repetirse. Mientras tanto, el bardo de Minnesota renacía por enésima vez con la edición de 'Modern Times', convertido en el artista más 'viejo' en alcanzar el número 1 en las listas de EE UU.
Un 11 de julio, pero nueve años más tarde, regresaba a Illunbe y la historia volvía a ser la misma. Pero desde que subiera al escenario de Newport en 1965 colgado de una guitarra eléctrica, muchos han sido los que han querido acabar con él y él, desde entonces, hace lo que quiere. Por ejemplo, con eso de renunciar a recuperar sus inmortales clásicos: quienes asistieron este lunes a la primera de las dos citas que Dylan ofrecerá en el Kursaal sabían de antemano que no iban a poder entonar estribillos. Y, sin embargo, a falta de clásicos, cualquiera podía hacer las veces de uno de ellos. Algo que no hace más que elevarle a la categoría de deidad.
El viejo trovador viene calcando el cancionero durante esta gira con gran parte del repertorio de su último disco 'Rough and Rowdy Ways' (Columbia Records, 2020) y muy pocas sorpresas. Apenas sonó una canción 'Most Likely You Go Your Way (and I'll Go Mine)' del 'Blonde on Blonde' y ninguna más de aquella primera gran trilogía. Ahora bien, quizá sea por esa voz rota casi recitada que acaricia la afonía, que la música sonaba con ese regusto añejo al mejor cancionista del siglo XX.
La imagen sobre estas líneas no es de anoche en el escenario del Kursaal, sino del teatro del Generalife en la Alhambra. Fue tomada el pasado martes en el concierto que el cantautor de Minnesota ofreció en Granada y en el que, como en el resto de citas de la gira, estaban prohibidos los móviles y las cámaras de fotos. Hasta hoy, es la única foto existente del tour de Dylan en España, al menos que haya trascendido. Una imagen para la historia.
Con armónica y sin sombrero
Vestido con un negro austero y sobrio, y parapetado en el centro del escenario tras su piano sobre fondo de tela roja. Así salía Dylan, sin el sombrero que ya había olvidado ponerse en Granada, para abrir una jam bluesera con 'Watching The River Flow'. Todo ello bien arropado y rodeado de un quinteto solvente con Jerry Pentecost (batería), Bob Britt y Doug Lancio (guitarras), Donnie Herron (steel guitar y violín) y su inseparable Tony Garnier (bajo). Bien juntos en torno al protagonista, a veces incluso de espaldas al respetable y como rezándole a un líder al que, en definitiva, todos veneraban.
Sonaron canciones casi testamentarias como esa balada jazzy 'I Contain Multitudes' con Garnier acariciando la cuerda de su contrabajo con el arco. Pero también riffs grasientos como el de 'False Prophet', cuyo swing invitó a un leve cabeceo entre el público que, en líneas generales, se mantuvo muy templado. No fue hasta el solo de armónica en 'When I Paint My Masterpiece' que el Kursaal ovacionó por primera vez al 'thin man'. Volvió a hacerlo únicamente en el primitivo góspel 'I'll Be Your Baby Tonight' de 1967 y 'Gotta Serve Somebody' donde las guitarras sacaron el mejor rock para conseguir, por fin, poner al auditorio en pie.
Dicen que desde que comenzaron sus problemas de espalda ya nunca más ha vuelto a coger la guitarra en directo. Por eso quizá no se separó del piano en ningún momento, con el que interpretó fragmentos en solitario como el del bellísimo 'To Be Alone With You' y la balada de medio tiempo 'Key West', quizá una de las más mejores del último disco y que encandiló.
Como estaba previsto, el desgarrador 'Goobye Jimmy Reed' y ese salmo crepuscular que es 'Every Grain of Sand' cerraron el show. Parco en palabras y frugal en los gestos hacia su público, apenas dijo 'hola' y 'adiós'. «El portazo sonó como un signo de interrogación» pues, tras casi dos horas de recital, se despidió sin bises y una lenta y pesada reverencia ante la oleada de aplausos.
Si poco le importaron los abucheos en Newport 1965, o los tuits de haters que no le perdonaron el haber ganado un Nobel, un mes después de haber cumplido los 82 años, Dylan juega ahora a ser dios. «Me quedé entre el cielo y la tierra», había cantado en 'Crossing the Rubicon'. Un hombre que nunca podrá huir del mito y que, con la misma ironía que entonces, se permite hoy el lujo de dar una lección de 'carpe diem' al prohibir la entrada de dispositivos 'inteligentes' y que todos salgan contentos. Porque sería muy osado que la luz de un 'smartphone' intentara deslumbrar a quien fue «faro de una generación que tuvo el sueño de cambiar el mundo».
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