Samantha Hudson
«Bilbao es la ciudad con más bisexualidad per cápita»Presenta este sábado a las 20.00 horas su álbum 'Música para muñecas' en la sala BBK de la mano del ciclo musical Sirimiri
Samantha Hudson (León, 1999) es más que una cantante, es un fenómeno performático. Convertida en icono pop queer tras viralizarse con sus primeras canciones y ... ganar un premio MTV, ahora presenta 'Música para muñecas', un disco que describe como «la resaca del anterior». Este sábado a las 20.00 horas en la Sala BBK arranca la gira de este nuevo espectáculo, en una ciudad que define como «la capital de los bisexuales».
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—En entrevistas ha dicho que Bilbao es la ciudad de los bisexuales, incluso bromeó con que se había acostado con la mitad de la población. ¿Qué tiene esta ciudad para usted?
—¿Yo dije eso?. Jajajaja. La verdad es que es una ciudad espectacular y tengo muchísimas amigas aquí, incluso gente que trabaja conmigo. Es una ciudad que he visitado mucho, siempre con todas las giras. La energía del público es espectacular. Y siempre hay un planazo que hacer. Me lo paso brillante. Y sí, junto a Granada yo creo que es la ciudad con más bisexualidad per cápita. Lo de que me he acostado con la mitad de la población… eso yo creo que quizás era una hipérbole. Solo, quizás.
—También ha venido a dar charlas, incluso en la universidad.
—Sí, es una ciudad que visito mucho. Y sobre todo me encanta el público. Esa energía desbordante es lo mejor. Siempre es un gustazo volver. Además, recuerdo una anécdota, pero creo que no puedo contarla.
—¿Por qué?
—Horario infantil… Supone ciertos aspectos privados de mi vida. Pero la verdad es que recuerdo mucho siempre todo lo que hago. No pasa nada transónico, simplemente es que voy, es un bolazo y me lo paso genial. Me tomo unos pintxos…
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—Si fuera un pintxo, ¿qué llevaría dentro?
—De chucrut.
—¿Y qué lleva Samantha Hudson dentro?
—¿Dentro de mí?
—Sí, aparte de órganos y huesos.
—Dentro de mí hay una loca divertida que metaboliza todos los problemas, eventos canónicos y situaciones traumáticas en fantásticas anécdotas que te hacen reír. Y luego una niña asustada que ve lo feo del mundo y que la mayoría de veces solo quiere dormir. Ha pareado y todo.
—¿Qué ha cambiado en usted desde sus primeros trabajos hasta ahora?
—La introspección. Ahora con' Música para muñecas', que para mí conforma un díptico con 'AOVE', que tenía esa estética raver, un sonido bacalao inspirado en las escenas de club. Yo creo que he hecho una investigación de lo sentimental que me envuelve. Siempre he tenido una voz narradora, sarcástica, irónica, hablando de situaciones muy concretas. Y ahora, en este último trabajo, he experimentado eso de hacer música para sanar. He salido de una etapa muy disociativa y por primera vez he concedido espacio a unas sensaciones que me han provocado todos estos eventos surrealistas que he vivido. Si 'AOVE' hablaba de la parranda, el guateque, el club… 'Música para muñecas' habla de las sombras de ese club. Sería un poco como la resaca, todas las cuestiones existencialistas que te brotan de pronto y sin previo aviso, cuando estás desayunando, un fantástico techo en el confort de tu alcoba.
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—¿Qué canción le remueve más de este disco?
—Para mí 'Disforia' es una chulada absoluta, está en mi top 3. Pero sin duda 'Algo muy raro', la que cierra el álbum, me emociona bastante. Es como una nana infantil que habla de la sensación de ser una infancia trans que quiere responder a una pregunta que aún no sabemos muy bien cuál es. No soy una artista de baladas ni cantautora, y esta sí es una canción bonita, sin chistes ni guasas. Es un acto de ternura y compasión hacia la niña que fui. También está el tema con La Zowi, que es lujuria pura, y el de Villano Antillano, que es más dicharachero. Pero muchas letras, pese al ritmo bailable, hablan de una etapa más oscura del alma.
—¿De dónde viene la inspiración?
—De mi entorno. Las fiestas a las que voy, los clubes donde me 'descualquiero' los fines de semana con mis amigas. Ahí surge la línea argumental. Musicalmente, de qué timbres utilizo, qué bombo, cuántos BPM… Y con las letras, muchas veces parecía un trance. Escribía cosas y luego pensaba: «Caramba, pues es que me siento así». He sido intermediaria con las pasiones más recónditas del fondo de mi coño.
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—Ganó un EMA pero sigue siendo un icono underground. ¿Cómo maneja esa mezcla de mainstream y alternativo?
—Lo acepto con resignación. Desde que nací he estado extendida entre lo femme y lo fatal, entre el hombre y la mujer. Tiene sentido que mi proyecto artístico también esté entre el underground más mundano y el mainstream más brillante. Soy emisaria del underground en el mainstream y embajadora del mainstream en el underground. Siempre siento que tengo un pie dentro y otro fuera, y espero que no cambie porque lo underground es lo que más disfruto.
—¿No teme que le domestiquen?
—Es muy difícil no adaptarte a tu entorno, pero creo que es imposible sacar a Magaluf de la chica. La chica sale de Magaluf, pero Magaluf nunca la abandona. Hay una parte indomesticable que siempre va a estar ahí, aunque a veces más escondida.
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—El activismo y el humor marcan su carrera. ¿Qué le salva más en el día a día, la risa o la rabia?
—Diría que entre la risa y la rabia está la solución. Intento que no me domine ninguno. La risa ha sido una herramienta de supervivencia, pero también puede convertirse en un auto-boicot. Lo mismo la rabia. Lo que me salva es preguntarme qué quiero hacer o, más bien, qué no quiero hacer.
—¿Se habla bien a sí misma?
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—Siempre he hecho de tripas corazón, con capacidad de síntesis. Pero 'Música para muñecas' es fruto de un cambio de paradigma: empezar a hacerme preguntas que no quería escuchar. Ahora siento las cosas de forma más intensa, también gracias a los estrógenos. Intento que no me desborde: sentir no es sufrir. A grandes rasgos me hablo bastante bien, salvo a partir de las nueve de la noche. Ahí no te hagas preguntas, empiezan las recapitulaciones de todos los males de tu vida.
—¿Qué es lo que le da esperanza?
—Mis amigas y la gente que viene a los conciertos. Parece ñoño, pero es así. Esa comunión sexy y trambolica que se genera en un bolo es mágica. Cuando estoy en el escenario y miro al público, y veo a esa caterva de vagas y maleantes, y las más criaturas del infierno, pero ataviadas con la gracia del mundo, simplemente siento que estoy mirando directamente a los ojos del futuro. Y cuando después viene una madre con su hija trans, una abuela con su nieto mariquita o un grupo de 'mariquis' con barba dándolo todo… pienso que el mundo es menos feo de lo que me creo.
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—También guarda recuerdos especiales del BBK Live.
—Sí, muchísimo. El Hirian en Santutxu en 2022 fue increíble. Pensé que no vendría nadie a las dos de la tarde con ese calor, y de repente había un gentío estratosférico. Fue increíble. Es que no sabes cuándo va a estar Samantha Hudson. A lo mejor sales a pasear y estoy acechando a tu abuela.
—Hoy regresa a Bilbao con el ciclo de Sirimiri, compartiendo cartel con Albany. ¿Cómo vive estar en un programa con tantos estilos y artistas distintos?
—Con la mayor naturalidad. Mi don es sentirme desconcertada por el mundo. No entiendo lo que es una flor, ni el cielo, ni nada. Como ya de base me siento así, no me hago muchas preguntas. No me siento un bicho raro, ¿sabes? No me siento una anomalía en el universo. Por eso creo que de hecho estoy bastante en sintonía, ¿no? Porque si el mundo es absurdo, pues yo más.
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—En Bilbao estrena la gira en salas de 'Música para muñecas'.
—Sí, arrancamos aquí. Qué ilusión. Hombre, si es cierto eso de que me he follado a la mitad de la población, tengo que volver para completar el territorio.
—¿Cómo resumiría quién es Samantha Hudson a los 26?
—El abono joven está cada vez más lejos, ahora que empezaba a ir en metro... Soy un valkyria anfibológica.
—Suena a título de disco.
—En realidad Samantha Hudson es algo que solo se puede enseñar y escuchar. Por eso hay que venir a mis bolos: un show arrebatador, luces estroboscópicas, danza contemporánea, un look de neo vedette del inframundo… mínimo te provoca una erección inmediata.
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