Trincheras y camillas.El montaje de Ignacio García plantea contrastes con dos niveles en el escenario. E. Moreno Esquibel

La batuta desata toda la energía de 'La forza del destino'

Situada en la Guerra Civil. ·

Lorenzo Passerini hace justicia a Verdi con la Euskadiko Orkestra y un reparto liderado por Carmen Solís, Angelo Villari y Juan Jesús Rodríguez

Domingo, 26 de octubre 2025, 00:34

Desde el primer minuto, con ataques precisos y exactitud en los contrastes de color, la Euskadiko Orkestra se ganó al público. Los metales atronadores de ... la obertura sonaron como una llamada de atención muy oportuna en esta inauguración de temporada de la ABAO. La entidad bilbaína se la juega los próximos meses, con una previsión de déficit de 610.096 euros, pero se resiste a bajar el pistón. De ahí que haya elegido 'La forza del destino', una ópera de Verdi que exige resistencia hercúlea y maestría en el matiz. Dura tres horas y media y es como un fresco abigarrado.

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A las órdenes del maestro italiano Lorenzo Passerini, que nunca había abordado la partitura y galvaniza todo lo que toca, los músicos no se dejaron amilanar por el batiburrillo estilístico y dramático de la obra. Hilvanaron con destreza todas las escenas, tanto las que hierven con angustia suicida (los protagonistas están gafados desde el principio) como las más bulliciosas y hasta chabacanas (con vendedores de mulas, peregrinos, soldadesca, monjes, campesinos, mendigos...).

Los cantantes Carmen Solís, Angelo Villari y Juan Jesús Rodríguez también se dejaron llevar por el joven director de orquesta hasta el límite de sus posibilidades, sin perder el equilibrio. Con Verdi nunca se vocifera ni respira a destiempo. Anoche rindieron honor al compositor de Busseto con una actuación de nivel. Se les aplaudió con cariño, al igual que al Coro de Ópera de Bilbao, pieza clave en 'La forza del destino' que no defraudó.

Lo que suscita más dudas es el montaje, en una producción de la ABAO ya vista en 2013. El director de escena Ignacio García traslada la acción del siglo XVIII a la Guerra Civil española y no termina de convencer. Es un enfoque forzado que no arroja luz sobre la ópera verdiana y tampoco sobre la contienda. Aunque ciertamente no se puede negar que haya recursos eficaces (como la superposición de dos niveles en escena) y ocurrencias de un impacto brutal: será difícil de olvidar a la pizpireta gitana Preziosilla (muy atinada la mezzo Ketevan Kemoklidze) pegando un tiro a un hombre con los ojos vendados mientras elogia las supuestas bondades de la guerra. También llama poderosamente la atención que, acto seguido, se arrodille junto a sus compañeros –precioso el concertante 'Su noi prostrati'– al paso de un grupo de peregrinos.

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Las incoherencias son inevitables porque se trata de una ópera basada en un texto de Ángel Saavedra (1791-1865), Duque de Rivas y representante del Romanticismo español más exaltado. En 'La forza del destino' el horror no deriva del enfrentamiento entre pueblos o facciones, sino de algo más abstracto y hasta esotérico: la fatalidad. La Guerra de Sucesión Austriaca no condiciona sus vidas, lo que les destroza es su mala estrella. Así de sencillo.

Leonora es una noble sevillana y Álvaro, un joven mestizo, hijo de español y de princesa inca. El origen de todos sus males es la muerte accidental del padre de la joven, el marqués de Calatrava, de la que se culpa injustamente a la pareja. Los amantes se separan y huyen, siempre en constante zozobra. Su bestia negra es el hermano de Leonora, que ha jurado venganza y no descansará hasta darles caza. Es un argumento que responde a las claves estéticas de su época. Nada que no pueda entenderse con amplitud de miras.

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Debut exitoso como Leonora

Los solistas, por su parte, respondieron a las exigencias de la música sin titubeos. La soprano extremeña Carmen Solís (Leonora de Vargas) hizo valer su capacidad para la intensidad dramática, con momentos álgidos en 'La Vergine degli Angeli' y 'Pace, pace'. Debutaba en el rol y arriesgó al máximo. De ahí que pese a tener un control inmaculado de la respiración para sostener frases larguísimas –sin fisuras, con legato perfecto– fuera perceptible ocasionalmente la pérdida de calidad tímbrica en los agudos. El tenor siciliano Angelo Villari (Álvaro) también capeó los desafíos vocales, en una tesitura inclemente, a menudo frente a una orquesta explosiva y apuntaló el aria 'La vita è inferno'. Sin embargo, en general, se echó en falta más expresividad y capacidad de colorear las palabras. No todo es volumen y proyección vocal.

Leonora (Carmen Solís), herida de muerte por su propio hermano, se despide de Álvaro (Angelo Villari).

El que sí marcó acentos a fuego, con una sutileza endemoniada, fue Juan Jesús Rodríguez. El barítono onubense, que cantaba por primera vez el papel de Carlos de Vargas, no solo sacó a relucir un fraseo imperial y 'squillo' (brillo metálico) en la zona aguda, sino que encarnó de la cabeza a los pies a un psicópata de manual. Un tipo poseído por un rencor fanático. Baste recordar que la amistad que le une a Álvaro en el campo de batalla se convierte automáticamente en odio al descubrir que se trata del «vil seductor que mancilló mi sangre». En esa tesitura tan cargada de violencia fue imponente su ejecución de 'Urna fatale'.

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El Coro de Ópera de Bilbao, que se ha preparado a conciencia con su nuevo director, Esteban Urzelai, desplegó asimismo una flexibilidad interpretativa de primer orden, con momentos estelares en mitad de una taberna y en las inmediaciones de un monasterio. Basculó entre el jolgorio ('Holà! Holà!') y la solemnidad ('Il santo nome') con naturalidad, en sintonía con el espíritu de una ópera que amplía el foco más allá de los protagonistas. El carácter folletinesco del argumento, con sucesos inverosímiles y hasta ridículos, no impide que cautive al espectador. Es una obra que no se limita a ofrecer una sucesión de números musicales porque tiene miras más altas: la fatalidad. En definitiva, aquello que solo ocurre una vez en un millón.

El mal fario existe en 'La forza de destino' sin tapujos. No en vano la acción se precipita de la peor de las maneras, cuando Álvaro arroja su pistola al suelo delante del padre de Leonora. Lo hace en señal de buena voluntad pero el arma se dispara sola y mata al anciano. El marqués maldice a su hija mientras agoniza y la pobre carga con esa losa hasta el final de sus días. A partir de ese momento lo más absurdo se hará realidad. Es el destino de Álvaro y Leonora.

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Menos mal que también hay personajes como Fray Melitón (irreprochable el barítono Luis Cansino), un franciscano de colmillo retorcido y talante chocarrero que aligera la carga existencial y ominosa de la obra. Fue especialmente punzante su sermón a los soldados italianos y españoles ('Toh! Toh! Poffare il mondo'), cuando les llama «chusma de pies a cabeza, herejes todos, todos cloaca de pecados». Es una figura que nunca se muerde la lengua y da tregua a la sucesión de tragedias. La distensión es crucial en 'La forza del destino', por eso es una pena que se haya prescindido de la comicidad del muletero Trabuco (encarnado con solvencia sobrada por el tenor Gillen Munguía), que en su faceta de vendedor ambulante debería tener carácter bufo.

El bajo Manuel Fuentes, que asume los roles de padre de Leonora y monje Guardián, sí que sacó provecho a sus dos caras. Más allá de lo extraño que fue verle salir al principio con una espada (¿en tiempos de la Guerra Civil?), al ponerse la sotana contribuyó a rebajar la tensión. Su voz cavernosa no exenta de lirismo causó una grata impresión, con el brillante colofón del trío final ('Non imprecare'), en el que pretende consolar a la pareja.

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Leonora y Álvaro acaban rematadamente mal, porque todo les sale al revés. Ambos se sienten condenados, aun sabiendo que son inocentes, y a su manera huyen del mundo. Ella se hace ermitaña y él ingresa en el Ejército para más tarde hacerse monje. Se consagran a Dios pero la desgracia se ceba en ellos. Al final, solo quedará vivo uno de los dos y se puede intuir que su vida será un infierno. Pero no hay depresión que valga. La música de Verdi, cuando se ofrece en condiciones, arranca siempre una sonrisa.

Álvaro (Angelo Villari) apunta a Carlos de Vargas (Juan Jesús Rodríguez), que nunca ha dejado de perseguirle.
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