María Florea al violín, Blai Bosser al violonchelo y Àlex Ramírez al piano. A.V.U.

Schubert maravilla en Valdegovía

El Trío da Vinci ofreció un concierto en el que los valores de la frescura y la vitalidad estuvieron más presentes que la delicadeza y la sutileza

Domingo, 13 de julio 2025, 17:39

En Valdegovía, entre montañas y densos bosques, se respira una calma que invita a sentir íntimamente la música. Lejos del ruido de las grandes ciudades, ... la Schubertíada que allí se celebra se convierte cada verano en un lugar de peregrinaje donde la música de cámara y el lied se funden con el verdor de los prados y la hermosura de pequeños templos como los de Tuesta y Bachicabo, exponentes de una Euskadi olvidada que merece ser redescubierta.

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En la tercera de sus sedes, la Iglesia del Salvador de Espejo, el Trío da Vinci ofreció un concierto en el que los valores de la frescura y la vitalidad estuvieron más presentes que la delicadeza y la sutileza. Fieles a su condición de jóvenes (fundaron el trío en 2018), María Florea al violín, Blai Bosser al violonchelo y Àlex Ramírez al piano desentrañaron la escritura luminosa del Trío op. 1 nº 3 de Beethoven con un vigor y una penetración admirables, sin pararse demasiado a respirar, como si buscasen revestir el fuerte carácter de Beethoven (un Beethoven en el umbral de su estilo, desbordante y virtuoso) de la inmediatez del rock.

El trío mostraba una estampa casi perfecta con la mirada centrada en la impetuosidad del pianista, al que la complicada acústica de la iglesia obligaba a ser particularmente nítido para salvaguardar la claridad de la obra.

Frente a este Beethoven exuberante y juvenil, Schubert impuso la madurez de su Trío nº 2, una de esas amplias obras finales que parecen tomar el pulso a lo más profundo de su existencia. Como tal, dejó algo solemne en el ambiente, resultado de una interpretación en la que el Da Vinci combinó el gozo absoluto de la música, acentuando los contrastes y las dinámicas en los movimientos extremos, con el sonido transparente y quebradizo, casi espectral, que lució en el maravilloso Andante con moto. Es eso la música de Schubert, una fuente inagotable de luces y sombras.

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