Alfredo Rodríguez y Richard Bona entre el virtuosismo y el populismo en el Getxo Folk
El pianista habanero y el bajista africano revelaron sus altas facultades pero las difuminaron debido a la insistencia bromista de Bona y el afán por que cantara el público del Muxikebarri
Viernes, tercera de las cinco jornadas del 40º Festival Internacional de Folk de Getxo. 416 almas estuvimos en el Muxikebarri, en el concierto de abono (18 €) de los virtuosos Alfredo Rodríguez y Richard Bona, pianista habanero de 38 años el primero y bajista y vocalista camerunés de 56 el segundo, que se ubicó en el centro de la escena. Ambos son discípulos de Quincy Jones (productor del 'Thriller' de Michael Jackson entre otra miríada de méritos a sus 91 años) y actuaron en trío completado por el pianista cubano afincado en Madrid Michael Olivera, de 39 años y de Santa Clara, aunque el locuaz bajista dijo que es habanero, donde se formó musicalmente. Bona pregunto cuántos cubanos había entre el público, y sólo uno levantó la mano.
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Los tres dieron un concierto descendente y condescendiente de 11 piezas en 82 minutos que se atascaron en el populismo, no sólo cantarín, sino también promovido de modo evidente por los recurrentes chistecillos que disparaba cual ametralladora el camerunés buscando la aprobación de la parroquia, que entró en su juego. Fue un concierto que había funcionado mucho mejor al aire libre, en la cercaba plaza Biotz Alai, donde en 2012, en el festival de jazz, Richard Bona actuó con el guitarrista Mike Stern y tuvo un rol secundario que definimos en su día como 'tímidíso'. ¡Qué cambio! ¡Como el de Ara Malikian!
El concierto fue ondulante, efectista y, a tenor de la reacción de la gente, efectivo. Ya en la primera, 'Ay. mamá Inés', pusieron a corear al patio de butacas, aunque se percibía el virtuosismo de ambos: el bajo acerado y fusionero de Bona y el piano con un tumbao muy cool de Rodríguez (Jiménez le apellidamos en la reseña del concierto que dio a las 10 en la playa Rodrigo Cuevas, ¿en qué José Alfredo estaríamos pensando?), que en el 'Gitanerías' de Lecuona alternó su asombrosa técnica con la flamenquería del bajo. Al principio bajo y piano se yuxtaponían, y con el devenir ya se integraron más, completado el lote con la percusión metronómica, sobria y fiable de Olivera.
'Raíces' fue un punto bajo por comercial y baladista, y remontó la velada con 'La negra Tomasa', cuando Bona cantó cual antillano. 'Eyala' alternó la voz étnica implorante y el aire de Peter Gabriel con el piano majestuoso ora clásico ora swing a lo Jamie Cullum (que en 2025 dará dos conciertos distintos en el Festival de Jazz de San Sebastián, y ojalá uno sea en la playa, gratis, je, je...), y la cima de la cita fue 'El güije' (un duende cubano), el momento pianista a solas de Alfredo Rodríguez, que fue moderno, urbano y virtuoso, y que levantó alaridos de admiración.
Bona, que antes del instrumental pianista había dicho que abandonaría el escenario para beber aguardiente, regresó con Olivera y el trío improvisó con la complicidad del público 'Quizá, quizá, quizá' y 'Guantanamera'. «Mamma mia, Getxo! ¡Mejor que los cubanos!», halagó un Richard Bona que había propuesto poco antes: «He visto en la televisión que sois los mejores cantantes del mundo. Vamos a pensar en algo fácil de cantar. En 'La cucaracha' no, ¿eh?».
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Y ya hasta el final hubo un par de africanismos, los de 'O sen sen sen' para acabar en falso, y los del melódico y comercial a lo Quincy Jones 'O karaká' del primer bis, antes de despedirse con 'Alfonsina y el mar' a dúo piano y voz, con Bona rematando con bel canto verídico después de bromear con gestos significando que se dormía y que mataba un mosquito, o sea rompiendo la magia de la música, que es a lo que íbamos.
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