Murakami, en la imagen en la ciudad italiana de Alba, huye de los fogonazos y prefiere llegar a los lectores por caminos más complicados. EP

Cuando atraviesas el espejo y estás solo

Murakami ha creado un mundo propio en el que funde lo onírico y lo real para reflejar las miserias de la sociedad y hurgar en lo más profundo del alma

Miércoles, 24 de mayo 2023, 17:53

Leer a Haruki Murakami es evadirse de la realidad y a la vez chocar frontalmente con ella. En muchos momentos sientes que lo que te ... rodea se ha evaporado, como esos segundos en los que recién despertado aún no sabes si lo que ves es todavía parte de un sueño. Pero cuando esa niebla se disipa, el espejo del autor japonés devuelve imágenes inquietantes que reflejan las miserias de la sociedad y que hablan de personas inmersas en la más terrible soledad en un mundo en el que todo está conectado.

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Sus permanentes saltos de lo onírico a lo cotidiano, de lo fantasioso a lo terrenal, es la forma que ha elegido para invocar a sus fantasmas de forma controlada y ponerlos delante de nosotros con el fin de que nos identifiquemos con él. Y también con ellos. Son golpes medidos para hacerlos digeribles pero no por ello exentos de una cara crítica y emocional apabullante que te envuelve y ya no te suelta. Su abrazo te acaba atrapando.

El estilo de Murakami es diésel. Sin prisa pero sin pausa. Huye de los fogonazos y prefiere llegar a los lectores a través de caminos en ocasiones difíciles de transitar con pausas para coger aire que invitan a la reflexión. Apasionado de la música, convierte las melodías en protagonistas destacadas de sus libros. De hecho, durante un tiempo regentó un club de jazz en Japón. En aquellos años, después de trabajar en el local toda la noche, llegaba a su casa al amanecer y en plena duermevela se ponía a escribir a mano en la mesa de la cocina.

Esa transición casi inconsciente entre la oscuridad y la luz, y viceversa, definen su obra a la perfección. También los silencios. En muchas de sus páginas no hay banda sonora de manera intencionada.Y es entonces cuando surge el Murakami más descarnado. Como en 'Crónica del pájaro que da cuerda al mundo', una visión desgarradora de la guerra y sus consecuencias con pasajes de una dureza extrema.

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Heridas sin cicatrizar

Sus personajes son casi siempre solitarios. Pero su soledad no es deseada. El escritor de Kioto nos cuenta sus rutinas con descripciones exhaustivas para que nos pongamos en la piel de quien se levanta y se acuesta solo y desayuna, come y cena también solo. La gastronomía es un elemento recurrente en sus novelas para ahondar en la ausencia de comunicación. Da todo tipo de detalles sobre las recetas y los ingredientes pero especifica que las cantidades necesarias para prepararlas son siempre para un solo comensal. 'Los años de peregrinación del chico sin color' es un tratado sobre la soledad en sí mismo. Su protagonista es un ingeniero que diseña estaciones y ve pasar un tren tras otro -una oportunidad tras otra de dar un vuelco a su vida- sin encontrar la manera de subirse.

El japonés hurga además en las heridas sin cicatrizar de la sociedad cuando dirige su implacable mirada a los jardines traseros de las casas, protegidos por una valla para intentar ocultar a los demás la vida paralela que nos hemos creado con el único objetivo de encajar, de ser parte del rebaño. 'La caza del carnero salvaje' es una alegoría sincera e implacable sobre lo que supone ser diferente.

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En '1Q84' el Murakami dual, el creador de mundos separados y a la vez tan unidos por hilos invisibles, dibuja un país con dos lunas. Ambas dan claridad a las noches más oscuras y sin embargo nunca se miran. También ellas están solas.

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