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Muere Sabina de la Cruz, la poeta detrás del poeta
La autora, viuda de Blas de Otero y gran difusora de su obra, falleció a los 91 años en el hospital de Santa Marina, víctima de la Covid-19
ELENA SIERRA
Viernes, 27 de noviembre 2020, 12:09
Sabina de la Cruz ha muerto este viernes a los 91 años con un sueño ya cumplido. Los poemas vascos de Blas de Otero, el hombre con el que ha compartido su vida durante casi dos décadas, aguardaban desde hace mucho tiempo su traducción y publicación en euskera, un proyecto que el poeta bilbaíno tenía ya en los años sesenta. Pero ha sido ahora cuando por fin se ha hecho realidad. Ya están disponibles en una edición de El Gallo de Oro, con traducción de Gerardo Markuleta y en dos volúmenes: uno en castellano y otro en euskera y con una introducción de su viuda, la mujer que tras la muerte de su esposo se dedicó a proteger y difundir el legado de un autor que es «un clásico», como ella decía, alguien que «es como si conociera el misterio de la palabra». Esta introducción fue el último trabajo de Sabina de la Cruz, que el viernes ha fallecido por Covid-19 en la residencia de ancianos en la que vivía y donde seguía en la brecha.
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A los 91 ha dejado de escribir, pero no se dejará de hablar de ella. Y es que hay mucho por descubrir sobre su trayectoria literaria, que ha estado siempre a la sombra de la otra, la que ella se ha dedicado a difundir. En el currículo de Sabina de la Cruz no solo están las investigaciones, conferencias, charlas y publicaciones en torno a la obra su pareja, sino el estudio de la literatura española del siglo XX y además sus propios poemas. Aunque, como explica José Fernández de la Sota, director de la Fundación Blas de Otero, «es muy difícil separar su nombre del del poeta, porque ella no solo fue su viuda sino su mayor divulgadora y conocedora», Sabina de la Cruz no fue solo «la viuda de».
Activista y profesora
De hecho, mucho antes de conocer al poeta ya era una activista cultural «de primera línea». Nacida en 1929 en Sestao, en una familia de comerciantes, desde muy joven estuvo metida en tertulias y círculos literarios en los que se codeó con todo aquel que era o llegaría a ser alguien de referencia en su disciplina artística. Agustín Ibarrola, Vidal de Nicolás, Javier de Bengoechea, Ángela Figuera Aymerich... «Estuvo muy activa en esta vida cultural. Ya conocía a todos los artistas de aquí antes de conocer a Blas de Otero».
Doctora en Filología Románica, a lo largo de su vida profesional fue profesora en distintas especialidades y también crítica literaria. Dio clases en la Complutense de Madrid y también conferencias a nivel internacional sobre su especialidad. «Ella ha aportado mucho», dice De la Sota. Los miles de páginas que están en poder de la Fundación Blas de Otero -que ella impulsó a finales de los 90 y se constituyó hace casi 20 años con el apoyo del Ayuntamiento de Bilbao- serán en el futuro objeto de estudio, y seguramente mediante esta tarea se podrá saber mejor quién fue, literariamente hablando, Sabina de la Cruz.
Es un hecho que su nombre estará ligado al de Blas de Otero para siempre. Un día Agustín Ibarrola se presentó en su casa con el poeta y, como ella recordaba muchos años después, ahí empezó una historia en común que duró casi dos décadas, con alguna interrupción -incluido breve el matrimonio cubano de él-. De 1961 a 1979, año de la muerte del autor de 'Cántico espiritual', 'Ángel fieramente humano', 'Redoble de conciencia' y 'Pido la paz y la palabra', compartieron una historia artística y personal.
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«Tenía un atractivo enorme, con sus ojos de mirada quieta y como ausente», decía De la Cruz. También tenía un talento literario descomunal, que ella comprendió como nadie. «Fue quien mejor lo entendió y más le ayudó a desarrollar su obra», asegura De la Sota. Y no solo lo entendió en lo artístico. El poeta sufría depresiones y ella fue su mejor apoyo. «Se encerraba en la habitación, se tumbaba y no salía en días, ni para comer», recordaba De la Cruz en una entrevista a este periódico. «Lo peor era tratar de apresurar las cosas. Me iba a la Facultad a dar mis clases y trataba de seguir la vida normal. Se trataba de dejarlo en paz y respetar su aislamiento». Tras su muerte, se empeñó de por vida en lo contrario: evitó el silencio sobre la figura y la obra de su compañero.
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