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'Paisaje (la liebre)', 1927

«Miró no aguantaba la Barcelona burguesa y buscó la salvación en París»

Enrique Juncosa comisaría la muestra en el Guggenheim sobre periodo del artista desde su primera llegada a la capital francesa en 1920 hasta su salida en los años cuarenta

Jueves, 9 de febrero 2023, 13:36

Joan Miró había expuesto en 1918 en la popular galería Dalmau de Barcelona sus obras influidas por la vanguardia europea, por el fauvismo y el ... cubismo, pero no llegó a vender una sola pieza. Un fracaso que hizo aún más fuerte su convicción de que no tenía nada que hacer allí. «Se encontraba bien en la masía familiar de Montroig en Tarragona pero no aguantaba la Barcelona burguesa y buscó la salvación en París», explica Enrique Juncosa, comisario de la muestra que acaba de abrir el Guggenheim sobre los años del artista en la capital francesa.

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En 1920 pudo hacer su primer viaje a la ciudad y quedarse unos meses. Le esperaban amigos suyos como el ceramista Josep Llorens Artigas y el escritor Josep Pla. Le llevó a Picasso un pastel hecho por su madre, que vivía en Barcelona, y desde que llamó a la puerta y se vieron las caras, se hicieron amigos.

Desde entonces iba y venía. Tampoco le regalaron nada en París. Expuso en abril de 1921 en la galería La Licorne y otra vez se estrelló contra las ventas. Aun así, había encontrado su ambiente, el suelo fértil desde donde crecer al lado de los artistas, poetas y marchantes más avanzados, de los que cuales acabó siendo amigo.

«La primera estancia en París le produjo tal shock que estuvo meses sin pintar», recuerda Juncosa, que ha reunido las ochenta obras de la exposición 'Joan Miró. La realidad absoluta. París, 1920-1945'. «Haciendo suya una frase de André Breton, el fundador del surrealismo, la realidad absoluta salía para él de la suma de la realidad exterior y de la realidad de los sueños, una síntesis que debía hacer el creador», explica el comisario, exsubdirector del Reina Sofía y familiar del artista.

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La muestra se inicia con un bodegón, un paisaje, un proyecto para la portada de la revista 'L'Instant', un retrato de una bailarina española y un autorretrato. Todas estas obras, aún figurativas, son previas al periodo parisino, y desvelan un Miró menos conocido y con un prodigioso dominio del color que explica su uso posterior.

El bigote del 'gentleman'

A partir de 1924 aparecen sus síntesis simbólicas de la realidad, la nube ascendente para retratar al fumador, el bigote con caracol que también puede ser una ceja y la palabra 'yes' para pintar al 'gentleman'. Para entonces, ya estaba asentado en París.

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Tenía el estudio en la calle Blomet. Se lo había pasado el escultor Pablo Gargallo y era vecino de André Masson, que enseguida fue uno de los puntales del surrealismo. Miró era retraído; Masson, todo lo contrario. Gracias a él se hizo amigo de escritores como Antonin Artaud, Raymond Roussel, Paul Eluard o Michel Leiris, que le influyeron mucho y le llevaron a sus pinturas-poemas como las que se ven en la exposición.

Sus símbolos se fueron simplificando y esparciendo por el cuadro como si fueran producto de la improvisación. Después de algún roce con Breton, este le tildó de «infantil y superficial», incidió Juncosa, «pero luego le consideró el artista más surrealista de todos».

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Entre 1926 y1927, Miró cambió de estudio y de estilo. Encontró como nuevos vecinos a artistas tan destacados como Jean Arp, René Magritte y Max Ernest, sus nuevos vecinos. Pinta paisajes de gran formato con elementos reconocibles como un gallo o una liebre. Se apartó de los métodos de representación y ejecución habituales. «Quería hacer cuadros feos, romper con las convenciones de la belleza. A ello se refirió con su frase sobre el 'asesinato de la pintura', aunque sobre esta expresión se ha escrito mucho y con sentidos distintos».

La muestra continúa por la década de los treinta, en la que pinta figuras monstruosas en espacios inquietantes, reflejo de su ansiedad y preocupación por la Guerra Civil, y termina con las 'Constelaciones' sobre fondo blanco, que expuso en la galería de Pierre Matisse en Nueva York.

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A ella, recordó Juncosa, acudieron numerosos expresionistas abstractos, que tomaron buena nota de lo que ocurría en aquellos cuadros. Inspirado por Paul Klee, consiguió llegar a una mágica sencilla, al garabato esencial.

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