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Claudette Colbert solía decir que en el viejo 'star system' de Hollywood la única actriz que no había llegado al estrellato sin someterse al 'casting ... del sofá' y al abuso de poder era Bette Davis. Afortunadamente, casi un siglo después las denuncias por agresiones y abusos, las condenas judiciales y sociales, las revelaciones, los movimientos cívicos y las campañas han revertido significativamente la tolerancia, la complicidad, el miedo, el silencio y hasta las conductas y costumbres discriminatorias y denigratorias.
Naturalmente quienes más han sufrido y todavía padecen en el negocio del cine y la televisión este tipo de agresiones y abusos son las mujeres -aunque ahora en menor escala- algo quizás también debido al remanente desequilibrio estructural de su presencia en los diferentes niveles de la industria. Que se sepa, tras el caso Weinstein o incluso después de los escándalos que señalaron a numerosos actores, las empresas más competitivas del sector -sobre todo las norteamericanas- pusieron en marcha códigos de buenas prácticas que incluyen pautas de lo que es y no es aceptable en un rodaje, protocolos y coordinadores para las escenas de intimidad, transparencia sobre los procesos de filmación, formularios de consentimiento explícito y hasta nuevos enfoques para las audiciones y pruebas de pantalla, todo lo cual debería generalizarse en la industria global del cine. El problema fundamental es que buena parte de los acosos sexuales y los abusos de poder se producen fuera de los sets de rodaje y los despachos, muchas veces silenciados por el temor de las víctimas a que se frene su carrera o a que se les incluya en una lista negra. Frente a ello, solo caben tres soluciones: La concienciación, el rechazo social y el apoyo al derecho a denunciar sin miedo ni prejuicios.
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