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La viuda afortunada. Capítulo 2

La viuda afortunada. Capítulo 2

Relato encadenado ·

jon jiménez

Martes, 2 de julio 2019

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En el barrio eran ya pocos quienes se atrevían a poner en duda la buena fortuna de Margarita. El fallecimiento de su marido, que en un inicio había sido motivo de que se la juzgara desdichada y que en ocasiones trataran de consolarla con fingida piedad, no lo consideraban ya inconveniente para ponerle el sobrenombre de «la Afortunada». Ella y su buena ventura constituía el tema de conversación más habitual entre los corrillos de gente que se formaban cada vez con más asiduidad en el barrio, y era excepción quien no tuviera una opinión formada del asunto: «Margarita, la Afortunada, está enredada en negocios de dudosa reputación, no hay más que ver cómo se azora cuando la miramos pasar por la calle». «Margarita, la Afortunada, ha engatusado a algún varón con dinero suficiente como para reformar el barrio, si lo sabré yo». No faltaba, como suele ocurrir en los casos en que la muerte se rodea de misterio, quien ponía en duda la causa que se había hecho pública: «Para úlcera la que a mí me provoca su suerte».

El interés del barrio por los asuntos privados de Margarita resultó de tal magnitud que la Afortunada encontraba cada vez mayores dificultades para vivir en la tranquilidad del anonimato. El exterior de su portal, que siempre había sido un remanso de quietud por la colectiva asunción de que detenerse frente a una fachada labrada con tan poco gusto no era aconsejable si uno deseaba conservar la honra, se convirtió en punto de encuentro para quienes querían sorprenderla desde primera hora de la mañana. La calle por la que pasaba todos los días para llegar al supermercado, antes tan solo concurrida por las señoras a las que la falta de compromisos les permitía disponer las veinticuatro horas del día a su voluntad, competía ahora en fama con la calle de la Concepción, llamada así por la estatua que era de obligada visita para los temerosos de que su devoción por las cuestiones piadosas se debilitase, y que representaba el mayor reclamo del barrio.

Margarita no sabía si lo que más la incomodaba era que se formasen corros a su alrededor o que nadie pareciese querer hablar con ella. La gente que había sido de su confianza actuaba ahora como si quisiera evitarla. El supermercado, que siempre le había ofrecido ocasión de charlar sobre los asuntos de actualidad, era ahora un lugar que parecía confabular para que no tuviese oportunidad de hablar con nadie. Tan solo la cajera, obligada a permanecer en su puesto sin hacer excepción, cruzaba unas palabras con la Afortunada, pero era patente que la conversación se limitaba a lo imprescindible.

El relato continua mañana...

El autor

Jon Jiménez Urcelay (Bilbao, 32 años). Estudió Filología Hispánica y es profesor de Lengua Castellana en un instituto. Está preparando una novela y participa en el taller de escritura de Fuentetaja, con Juan Bas.

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