Un viaje fantástico por los cuentos y lenguas de Tolkien
El filólogo y autor de 'El señor de los anillos' creó sus propios idiomas para sus libros de ficción
Raluca Mihaela Vlad
Lunes, 1 de octubre 2018, 14:53
El autor de 'El señor de los anillos', J. R. R. Tolkien, forjó algunas de las más duraderas alianzas lingüísticas, estudiando las viejas ... civilizaciones para introducir en la lengua moderna palabras de tierras y reinos olvidados. Como si fuera un gigante lobo literario, un wargo en sus obras, se valió de su lado como filólogo para defender los idiomas en un mundo que los descuidaba. Nacido en 1892, el escritor se embarcó por aventuras con dragones, fuego y magia. Un mundo fantástico que ya estaba latente en escritos centenarios como el 'Beowulf', poema del siglo I que le ayudó a sentar las bases para estudiar el inglés antiguo. En una vuelta de hoja, creó sus propias lenguas para sus libros, obras con un poderoso dragón Smaug, elfos y enanos que se alzaron al tiempo que Tolkien descubría y patentaba una variedad del inglés medio: 'el AB Language', un tipo de inglés estándar.
Lo plasmó en su ensayo 'Ancrene Wisse y Hali Meiðhad', basado en textos del inglés medio del siglo XIII sobre las mujeres anacoretas, las antiguas monjas. Los englobó dentro del corpus Grupo Katherine por compartir términos del noruego y del francés, idiomas hablados por el autor. Su Ítaca fue crear historias para aquellas palabras con las que se había cruzado en su investigación como filólogo. Cuando no encontraba el origen de esos conceptos, creaba una historia para ellos. Hay leyendas de las que solo quedan fragmentos, «canciones de niños ociosos, como las llamaba él», que hoy solo quedan en boca de ancianos repartidos por los pueblos, afirma la filóloga Mónica Sanz, dedicada al estudio de Tolkien.
Otras obras
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'Niggle y la hoja'. La creación y el paso del tiempo chocan en este cuento sobre un entregado pintor.
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'Egidio el granjero de Ham'. «El rey aparece como un mentecato y sus caballeros son todos cobardes e inútiles», dice la filóloga Sanz.
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Mr. Bliss. «Tolkien era un conductor horrible», señala Sanz. Pudo ser su torpeza o el cochecito de juguete de uno de sus hijos lo que le inspiró para esta obra.
A la fascinación de encontrar palabras, el autor sumó la de inventarlas desde pequeño, afición que plasmó en su ensayo 'Mi vicio secreto', fruto del que nacieron las lenguas de la Tierra Media «para las que creó una historia». Quería así «dar voz a un pueblo que pudiera hablarlas», dotando a su mitología de más vida, declara la experta en conversación con este periódico. «Es una gozada filológica», igual que el alfabeto élfico que creó para las cartas que escribió a sus hijos por Navidad, publicadas en 1976 como 'Las cartas de Papá Noel'. «Empezó cuando su hijo pequeño tenía 3 años y terminó 23 años después, cuando su hija menor se hizo mayor». Por lo mucho que dejó escrito de sus idiomas, lingüistas como David Salo han podido desarrollar el 'quenya' y el 'sindarin' de 'El señor de los anillos'.
«El primero es como si fuera el inglés antiguo y el segundo, el actual. Tienen una evolución lógica, aunque es difícil emplear» estas lenguas. Como lo es el dothraki ideado por George R. R. Martin para 'Juego de tronos', que también se ha revivido para la serie y los fans. Estas conlangs, lenguas creadas que bien podrían ser los cuervos que acechan sobre el muro, se complementan en Tolkien con el griego, el gótico, el finlandés, el anglosajón y el inglés medio. Aprendió latín y francés de pequeño con su madre como maestra, antes de zambullirse en el islandés, el noruego y el alemán antiguos. Su campo de batalla era la sociedad. Defensor del indoeuropeo, raíz de lenguas europeas y asiáticas, «fue visto como un loco cuando hoy en día es lo que se estudia en las facultades».
«Los filólogos estamos realmentre fascinados por la lengua. Es el reflejo de cómo la gente ve la realidad», subraya la filóloga. Un espejo que Tolkien partió en mil pedazos para crear sus propios mundos de gigantes y caballeros grotescos. A veces se inspiró en las obras antiguas pensadas para perdurar en la memoria de una población analfabeta fuera de la corte.
Héroes antiguos
'La leyenda de Sigurd y Gudrún' nació de las formas poéticas de aquellos escritores bardos y de la 'Edda poética' de los siglos X, XI y XII. Escritos que sonaban a canción, intuida en 'Kullervo' –basado en el poema finlandés 'Kalavala'–, 'Las aventuras de Tom Bombadil' y 'El gato' que, «leído en inglés, es como maullar». Se nutrió de estas épocas para ofrecer más juegos, como en 'La vuelta a casa de Beorhtnoth', inspirado en 'La batalla de Maldon'. Como no podía perder la oportunidad, acompañó el texto con un ensayo sobre los héroes antiguos y su 'ofermod' –osadía solo por heroísmo–. Realidades lejanas, «como la caballerosidad y el matrimonio de 'El Lay de Aotrou e Itroun', basado en un 'lay' bretón del siglo XII».
Autor de 'El Hobbit'. Nació en 1892 y murió en 1973.
John Ronald Reuel Tolkien
Parecía el conejo blanco de 'Alicia en el país de las maravillas', saltando entre los mundos. Los mismos que compartió con su club de escritores, los 'Inklings', traducido como «pista que se encuentra en una investigación». Sus historias abrumaban con sus elfos, salvo a C. S. Lewis, uno de sus mejores amigos. El autor de 'Narnia' era ateo y republicano, todo lo contrario a él, católico y muy conservador. «Discutían mucho y por eso se enriquecían. Tolkien decía que los libros que leemos tienen que ser más grandes que nosotros para que crezcamos con ellos, igual que los amigos. Con Lewis lo consiguió», señala Sanz. Reunidos en su 'Eagle and Child', bar que todavía existe en Oxford, tenían su rincón, la 'Rabbit Room'. Hoy aún se les puede ver en fotografías colgadas bajo su chimenea.
«Tenía la imaginación a flor de piel y fue un gran defensor de los cuentos de hadas al estilo de Oscar Wilde y los también filólogos hermanos Grimm». No edulcoraba sus realidades, al contrario que Andrew Lang –'The red fairy book'–, autor al que adoró hasta que se dio cuenta de que trataba a los niños como si no pudieran entender cosas más profundas. Para Tolkien, los cuentos de hadas –'Faërie' en su obra– tenían mucho poder y debían ser realistas para calar en la memoria de los lectores. «Buscó la alegría, pero no a cualquier precio. Los personajes a los que les sale todo bien, como a Smith de 'El herrero de Wootton Mayor', también llevan consigo una carga emocional».
Fue defensor de las verdades universales, ideas que se entendieran en todo el mundo. Para escribir no se inspiraba en figuras como Jesús, como sí hizo Lewis con Aslan en 'Narnia'. Utilizaba lo cotidiano como en 'Roverandom', cuento en el que da vida al perro de juguete perdido de su hijo Michael para que dejara de llorar. «Añadió detalles del folclore y la mitología perdida de Inglaterra como 'El hombre de la Luna', y llamó a una ballena Uin, que significa nadar en finlandés», añade Sanz. Era una persona muy sencilla. «La fama le abrumaba y hoy, a lo mejor, seguiría fumando de la pipa y, a lo mejor, gruñiría un poco entre dientes pero sé que seguiría escribiendo».
Morgan Osborne, el sacerdote español que tuteló y financió al escritor
Tolkien tenía un vínculo desconocido con España, como desvela el libro de José Manuel Ferrández 'El tío Curro: la conexión española de J. R. R. Tolkien'.
Hijo de Arthur Reuel Tolkien y Mabel Suffield, el escritor británico, al perder a su padre, solo tuvo a su madre y a sus hermanos.El resto de su familia les abandonó cuando su madre dejó el anglicanismo para convertirse al catolicismo. «Era lo peor que se podía hacer en esa época», declara Ferrández. Mabel encontró refugio en su comunidad religiosa y en el sacerdote Francis Xavier Morgan, con el que tuvo mucha cercanía durante lo que le quedó de vida. Confiaba en que velara por el bien de sus hijos. Ella falleció cuando Tolkien tenía 12 años, dejándolo a cargo del que se convertiría en su segundo padre. Morgan aparece en las biografías oficiales de la familia y hasta ahora no se sabía que tenía relación con España por su segundo apellido: Osborne, descubierto por Ferrández.
Pertenecía a la misma familia Osborne de los vinos y el toro. «Fue el patriarca de la familia, el que se sentaba en la mesa en el sitio principal». Son revelaciones que proceden de declaraciones hechas por la hija de Tolkien a Ferrández en las cartas que se dirigieron mientras él investigaba a Morgan. «Lo llamaban 'el tío Curro' y era del Puerto de Santa María de Cádiz, que es una zona muy luminosa, alegre y abierta. Se fue al oratorio de Birmingham, que es una ciudad oscura, industrial, en el centro de Inglaterra», añade Ferrández. Nadie sabía de esta conexión. La madre de Morgan era además sobrina de Fernán Caballero –Cecilia Böhl de Faber, una importante escritora del XIX–. Tolkien leyó sus libros sacándolos a hurtadillas de la habitación del religioso.
Los años de tutela fueron duros. «Tolkien, con 16 años, se enamoró de la que luego sería su mujer, hasta tal punto que llegó a descuidar su deseo de estudiar en Oxford». No tenía recursos económicos para hacerlo y debía conseguir una beca. «Se distrajo tanto con el enamoramiento, que la perdió, por lo que el sacerdote lo separó de ella». Su relación acabó bien, como demuestran los nombres 'Beren' y 'Lúthien', personajes de sus libros grabados en las placas de sus tumbas.
Dejar la relación fue una de las razones por las que pudo estudiar en una universidad al alcance de pocos, con una beca parcial. Morgan pagó el resto de los gastos de su bolsillo e, incluso al morir, le dejó una herencia de 1.000 libras de 1935, «unos 80 mil euros ahora», que permitió a Tolkien un desahogo económico para poder escribir y publicar libros como 'El Hobbit'. «De alguna manera, incluso después de muerto, este sacerdote fue un mecenas en la obra de Tolkien».
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