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«Primero me echó el Rey, luego Primo de Rivera, más tarde los rojos y ahora los azules. No obstante, yo seguiré diciendo lo que creo que es justo». Así hablaba Unamuno en una de sus últimas entrevistas, en diciembre de 1936. Desde su enfrentamiento ... con Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre, vivía recluido en su casa de la calle Bordadores y no se le permitía tener contacto con la prensa, pero algunos corresponsales se las arreglaron para hablar con él. En esa convulsa ciudad universitaria y castrense «por la que campaban a sus anchas los fascistas italianos y los militares nazis» ponen la lupa los autores de 'La doble muerte de Unamuno' (Capitán Swing).
Luis García Jambrina, escritor y profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca, conoció al cineasta Manuel Menchón en 2019, cuando preparaba el documental 'Palabras para el fin del mundo'. Llevaba años investigando sobre Unamuno «y me contó que iba a dejar mucho material en el tintero, sobre todo en lo relativo a las circunstancias que rodearon su muerte», explica. Ocurrió en la Nochevieja de 1936 de forma repentina, debido a una «hemorragia bulbar» derivada de la «arteriosclerosis e hipertensión arterial» que padecía, según el acta de defunción. Tenía 72 años y estaba acompañado por Bartolomé Aragón, falangista y profesor auxiliar de Derecho en la Universidad de Salamanca.
luis garcía jambrina
Son los dos perfiles que emergen de este libro. El del pensador incómodo «que siempre iba a contracorriente», al que se rinde homenaje, y el de su último interlocutor, que durante años fue «una nota a pie de página» en la biografía del escritor bilbaíno. Queda claro que «no era su discípulo ni su exalumno ni su amigo, como se ha dicho». Coincidieron en la Universidad, donde discutían sobre Mussolini. Nunca le había visitado en su casa hasta esa tarde.
Aragón era un hombre «cordial y con cierta gracia», pero tenía claras sus prioridades. Participó en «autos de fe» de quema de libros y en una comisión encargada de represaliar a los profesores de Salamanca. «Una persona que impulsa, defiende y justifica la quema de libros amparándola nada menos que en el 'El Quijote', que era el libro sagrado de Unamuno, ¿cómo podía ser su amigo?», se pregunta Luis García Jambrina.
Han seguido su rastro en la hemeroteca y los archivos. Tras la guerra hizo carrera en la Administración y fue «uno de los cerebros grises de la dictadura». Recordó lo ocurrido aquella Nochevieja en distintos momentos de su vida, con algunas «lagunas y contradicciones». Según su testimonio, las últimas palabras del escritor fueron: «Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque tiene que salvarse»; una frase «de buen falangista» a la que los autores no dan credibilidad. En sus últimas cartas se expresaba en otros términos: «Entre los 'hunos' -rojos- y los 'hotros' -blancos, color de pus- están desangrando, ensangrentando, arruinando, envenenando y, lo que para mí es peor, entonteciendo a España».
«A mí no me han asesinado todavía estas bestias...», le escribió a su amigo el escultor bilbaíno Quintín de Torre. Aunque corrieron rumores de envenenamiento, no hay pruebas de que la muerte fuera provocada. Todo indica que el médico llegó cuando ya había fallecido y no se le practicó la autopsia. «Indicios circunstanciales de muerte no natural hay muchos, lo complicado es transformarlos en evidencias», afirma el antropólogo forense Francisco Etxeberria.
luis garcía jambrina
Lo que denuncia este libro es la «muerte simbólica» a la que le sometieron los falangistas, que «monopolizaron las honras fúnebres» para hacer ver que era uno de los suyos. La misma noche del fallecimiento, Ernesto Giménez Caballero lo anunció en la radio y en la Sede de la Oficina de Prensa y Propaganda lanzó esta consigna: «Las máquinas de escribir tienen que disparar toda la noche como ametralladoras». El 1 de enero, la noticia estaba en la prensa de Salamanca y el 'Abc' de Sevilla, en zona nacional. Su obituario contrasta con el del 'Abc' de Madrid: «No ha muerto hoy. Murió el mismo día que se pronunció por lo que más había combatido: los militares, los banqueros y los obispos».
El apoyo inicial al Movimiento de un Unamuno desengañado de la República duró poco como demuestra su discurso en la Universidad, el célebre «Vencer no es convencer». El libro destaca las observaciones del catedrático de Derecho Civil Ignacio Serrano, que sacaron a la luz en 2019 Jean-Claude y Colette Rabaté en una nueva edición de 'El resentimiento trágico de la vida. Anotó sus palabras textuales, incluida la mención a Rizal -héroe de la independencia filipina- que llenó de ira al fundador de la Legión. «Unamuno fue imprudente e inoportuno y al final antipatriota, pero no todo lo que dijo es censurable», apostilló Serrano. «Millán Astray estuvo bien, pero fue más lejos de lo debido en cuanto afirmó que ciertos profesores morirán».
Desde aquel día quedó señalado. «A cualquier otro le habrían fusilado, pero con él no podían por lo que representaba» tras la resonancia internacional del asesinato de Lorca. El «relato propagandístico» de su muerte contribuyó a «secuestrar su memoria» y a extender la idea de que apoyó a los sublevados hasta el final. Incluso llevó su nombre un campo de concentración en Madrid. «Su comportamiento el 12 de octubre fue una osadía, una redención, su gran quijotada, y salió descalabrado», concluye García Jambrina. «Todavía hay muchas personas que siguen pensando que fue un traidor a la República afín a la Falange. Él, que odiaba las etiquetas, murió con la peor de todas, la de fascista».
El III Reich maniobró para que a Unamuno no se le concediera el Premio Nobel de Literatura en 1935. Quedó desierto, tampoco se lo dieron a Chesterton ni a Paul Valéry, sus principales rivales.
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