Eduardo Mendoza, un maestro posmoderno
Seduce mucho en la obra de Mendoza esa capacidad permeable a la mezcla de géneros, esa idoneidad para la diversidad estética. Quizás se trate, si ... se me permite el tópico manido, de una literatura posmoderna, entroncada por igual con la renovación de esquemas en la novela española del siglo XX y hasta con la modernización del nervio creativo de sus autores. Si, una literatura ya bien alejada de ese ámbito moral de la posguerra española que caracterizó a otros autores y a otro tipo de novela, superada en el caso de Mendoza por una obra sin limitaciones de género o sin encasillamientos estilísticos y grupales.
Quizás por eso se ha hablado en algún momento y de forma crítica de la metaliteratura lúdica de Mendoza, aludiendo con ello al humor y a la parodia tan distinguibles en sus obras, lo mismo que a la razón de la que deriva esa notable aceptación popular de sus novelas. Ambas cosas son ciertas. Porque si el humor y la tendencia paródica son el santo y seña de sus mejores obras, también la sencillez de sus diálogos, rápidos y certeros, o sus personajes y escenarios urbanos próximos e identificables explican una seducción que embriaga al lector con el mismo poder de las comedias ligeras.
Pero esa prosa humorista de Eduardo Mendoza no es ni mucho menos leve o superficial, ya que su fondo discursivo es igualmente humanista en sus paradojas éticas, en su capacidad de autorreflexión honesta o en un fondo narrativo que refleja el fatalismo de nuestro tiempo histórico. Con todo eso, con tanto, Mendoza es el gran maestro de la narrativa posmoderna.
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