En la «jungla» del Madrid que retrató Baroja
El Arriaga adapta la trilogía 'La lucha por la vida' con un gran elenco de actores vascos dirigidos por Ramón Barea
En 'La lucha por la vida' todo ocurre a gran velocidad, «a un ritmo vertiginoso». A Manuel Alcázar, un chaval de trece años que llega ... a Madrid desde un pueblo soriano, apenas le da a tiempo a asimilar todo lo que ve. En esta novela de aprendizaje no hay maestros; los bajos fondos del Madrid de finales del XIX dan lecciones de supervivencia. La adaptación teatral de la trilogía de Pío Baroja que estrena el Arriaga el día 17 mantiene ese pulso acelerado en un montaje «muy cinematográfico», según explica su director, Ramón Barea. «Son sesenta y tantas escenas breves con un aluvión de personajes», casi noventa para diez intérpretes.
Todo un reto que se apoya «en un equipo curtido en el caos. Del caos salen cosas maravillosas», asegura Barea, con la boina y la bufanda roja que le convierten en el mismísimo Baroja. Entre las muchas historias que escribió, «hemos elegido la más difícil, tres novelas míticas muy especiales, por el tono y las posibilidades teatrales» que encierran. Bilbao tiene «un Baroja pendiente» e incluso hay un título «maldito para el Arriaga, un 'Jaun de Alzate' que intentaron montar Marsillach y Luis Iturri y ninguna de las dos versiones se llegó a estrenar».
Lo recuerda en la sala de ensayos que utilizan por último día, ya que el lunes se trasladan al teatro para montar la escenografía diseñada por Jose Ibarrola. «Como la historia transcurre en montones de localizaciones, es imposible un decorado naturalista, hay que ir a la esencia», explica. Como decía el propio autor, «si el drama es bueno, no necesita decoraciones». El elemento dominante es un muro que representa «un Madrid en construcción. El conflicto está en la zona fronteriza» donde se buscan la vida golfillos, truhanes, gente honrada y seres desvalidos.
A todos ellos les da vida un gran elenco de actores vascos, capaces de mostrar muy distintos registros. «Yo no he contado los personajes que hago», dice Itziar Lazkano. Ella es Casiana, la dueña de la casa de huéspedes a la que llega Manuel, y como a todas las actrices también le toca hacer de hombre. Ione Irazabal pasa del director de un circo «a una baronesa tramposa, marrullera». En la adaptación realizada por José Ramón Fernández no sobra una palabra, «hay intervenciones pequeñas que son importantes para contar la historia». Como dice Alfonso Torregrosa, «es salir, dar y retirarte, y si en dos minutos no lo has conseguido se acabó».
«Muchas cosas resuenan»
Los únicos que no cambian de papel son Ramón Barea, un Baroja «narrador y que toma parte en algunas escenas», y Arnatz Puertas, que interpreta a Manuel Alcázar desde la adolescencia hasta los 25 años. El joven actor, que está terminando la carrera en Dantzerti, ha encadenado varios trabajos desde el primer curso, pero este será su debut en el Arriaga. «Intento aprender mucho de este elenco evitando todo tipo de florituras, yendo más a la verdad, al texto y a lo básico», dice. Manuel «guía al espectador y le acompaña en este viaje de sorpresa y de incertidumbre. Es como un lienzo en blanco, perdido en un Madrid que avanza a toda velocidad con personajes casi esperpénticos. Se enfrenta constantemente a conflictos en los que el camino más fácil es la delincuencia o la golfería, y a veces no hay posibilidad de elegir».
Para él «muchas cosas resuenan» más de un siglo después. «Sigue habiendo corruptelas, y los golfillos recuerdan a los inmigrantes a los que no les facilitan nada». Baroja retrata con crudeza una época convulsa «que normalmente no vemos reflejada en las películas. Es interesante ver toda esa miseria, de dónde procedemos», apunta Jone Irazabal. Alfonso Torregrosa, que a los 13 años empezó a trabajar en una imprenta, cree que es bueno recordar que «nuestros derechos no siempre han estado ahí. Cuando falla el estado de bienestar, surge la jungla. Y desde nuestra atalaya, podemos asomarnos cómodamente a la Cañada Real».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión