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Isabel Baquedano, la pintura religiosa en tiempos descreídos
El Bellas Artes muestra la trayectoria de la pintora navarra desde sus inicios realistas hasta sus lienzos de temas sagrados
El día antes de su muerte repentina, el 6 de junio del año pasado, Isabel Baquedano estaba pintando una crucifixión, un tema poco o nada ... habitual para un artista contemporáneo. ero había varios motivos para que ella pintara así. Le molestaba el «feísmo» que veía en las iglesias 'modernas'. Y admiraba a los primitivos italianos, a los pintores góticos que preludiaron el Renacimiento.
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Hasta llegar a ese punto, a mediados de los noventa, habían pasado muchas cosas en la trayectoria de la artista. Uno de sus maestros descubrió su enorme facilidad para el dibujo. Insistió en que estudiara primero en Zaragoza y luego en Madrid. Y lo hizo a pesar del esfuerzo económico que supuso para su familia que viviera fuera de su residencia en Pamplona en la época de la posguerra. Desde entonces no dejó de pintar prácticamente ni un solo día, dentro del lenguaje realista al comienzo y con otro más evocador y sencillo al final; siempre con contención y desnudez.
A esa carrera dedica una exposición, titulada 'De la belleza y lo sagrado', de unas doscientas obras de esta pintora nacida en Mendavia, Navarra, en 1929. Está comisariada por uno de sus mejores amigos, el escultor Ángel Bados, por la conservadora del Bellas Artes Miriam Alzuri y en el catálogo colaboran especialistas como Moya, que también la conoció de cerca.
Al borde del más allá
El director del museo, Miguel Zugaza, recordó que en sus conversaciones con la creadora esta se mostraba reacia a organizar una retrospectiva. Un hecho que corroboró Bados, que añadió un detalle: cuando se entrevistó por primera vez con Zugaza le llevó catálogos de otros artistas que a su juicio merecían más que ella una muestra de esas características.
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Por encargo de la familia, Bados se encargó con una hermana de la artista, Mayte, de la labor de recopilar su obras en los dos estudios que poseía, en Pamplona y en Madrid. «Tenía un inmenso talento para representar en el cuadro las figuras pero lo torpedeaba constantemente porque ese tipo de exactitud no la satisfacía. Dejaba adrede los cuadros sin acabar o los emborronaba para poner la representación al límite, al borde de lo que está más allá. La belleza está precisamente en lo que no puede representarse», argumentó Bados.
Alzuri situó su obra «fuera de las modas» en una época, la de los sesenta, en que la pintura perdía prestigio entre los propios artistas, más interesados en la escultura minimalista y en las manifestaciones conceptuales, a pesar de que amigos suyos como Alfredo Alcaín y Luis Gordillo siguieron por el camino del cuadro. «Tuvo un reconocimiento importante al principio de su carrera, por parte de la crítica pero también de un grupo de coleccionistas que le siguieron muy de cerca», explicó la conservadora del museo.
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Su entrada en las colecciones públicas fue más tardía, y en el caso del Bellas Artes no se produjo hasta 1983, con la adquisición del llamado 'bodegón negro'. «Su estilo fue muy depurado, sin concesiones a lo superfluo, humilde hasta en la elección de los formatos, por lo general pequeños o medianos», continuó Alzuri.
Triunfó muy pronto en Madrid bajo la inspiración del realismo de Antonio López y con el apoyo de importantes críticos como José María Moreno Galván, Víctor Nieto y Ángel Crespo, también poeta. Se desinhibió con el color gracias a sus contactos con el pop, como muestras sus cuadros sobre la televisiones, los coches y los rascacielos reducidos a sus formas esenciales. Y con la llegada de los posmodernos en los ochenta se fue retirando hasta que resurgió a finales de los noventa con la pintura religiosa, a contrapelo, aunque encontró algún aliado también solitario como ella, caso del mucho más conocido Guillermo Pérez Villalta, uno de los puntales de la Nueva Figuración, a cuyos miembros también llamaron Los Esquizos de Madrid.
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Según el relato de Adelina Moya, después de una años sin exponer, en 1989 le llamó el galerista donostiarra Gonzalo Sánchez, de Galería 16, que llevó su obra a Arco de ese año. En 1994 encontró su nueva fuente de inspiración en la pintura religiosa, a la que llegó no sólo por sus creencias sino también por su admiración hacia de la pintura de los primitivos italianos como Cimabue. «Fue una artista contemporánea pero no actual», resumió Bados.
Bodegones y retratos
Los citados este lunes en el Bellas Artes resaltaron la exigencia de Baquedano, su constancia y su entrega a la pintura. Antes de acabar sus estudios en la Academia de San Fernando ya había sacado plaza de profesora en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, en la que tuvo como alumnos a artistas como Xabier Morrás.
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La muestra revela la conexión que en los sesenta tuvo la pintora con las corrientes del momento, como el realismo social y la apropiación de las imágenes de la cultura popular, un contacto siempre a su manera.
Los bodegones ocupan una sección entera. Recurría a ese género «para descansar» y los hacía «sin pensar», si bien de ellos nació el 'bodegón negro' -«ella decía que era azul», puntualizó Bados- propiedad del Bellas Artes y uno de los mejores de la exposición. Los retratos y autorretratos -Adelina Moya hizo hincapié en cómo Baquedano realizó un buen número de ellos de espaldas- constituyen otro descubrimiento de la exposición de una obra que por primera vez se exhibe con tanta potencia.
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