Inversiones multimillonarias
La venta de derechos musicales da valor a la creación, pero puede descontextualizar su importancia sociocultural
Las viejas canciones son ahora como el oro y los diamantes, inversiones seguras con valor multimillonario. Esta misma semana conocimos que Neil Young ha vendido ... 1.180 canciones de su largo catálogo y hace un mes también se anunció que Bob Dylan había hecho lo mismo con sus 600 mejores temas, entonces por un precio de 300 millones de dólares. La lista de vendedores es amplia: Blondie, Crissie Hynde, Stevie Nicks… Esta última lo tuvo claro: Al ver que en la era digital renacía con éxito su canción de 1978 'Dreams', no dudó en liquidar el 80% de su música por 100 millones de dólares.
La cosa tiene sus explicaciones. La primera es la situación en la industria musical, afectada por la caída de ventas en la transición a la economía digital y también por la dramática reducción de ingresos generada por la pandemia en la música en vivo. Si los grandes del rock se han visto privados de su sustento al cancelarse por el virus las giras, nada como rentabilizar aquellas canciones de otros tiempos que ahora generan ingresos al renacer comercialmente gracias al streaming. Pero, ¿quién paga tanto dinero por esos viejos temas? Pues muy sencillo: fondos de inversión y discográficas que apuestan por su valor y compran los derechos porque obtendrán beneficios gracias a su renacida comercialización.
Piénsese que el streaming supone hoy el 56% de los cerca de 20.000 millones de dólares generados por la industria musical global. A diferencia de los inversores en oro y platino que solo pueden ganar una vez cuando venden, los compradores de los derechos musicales ganan repetidamente un porcentaje cada vez que una canción se reproduce en Spotify. Todo esto tiene dos conclusiones. La buena es que al final se da valor a la creación musical, posibilitando que los artistas capitalicen sus trayectorias creativas. La otra es que, si se otorga un excesivo peso al valor económico de la creación musical, se corre el riesgo de descontextualizar su importancia sociocultural.
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