Ha sido la revelación del verano: el cuento de Gabriel Rufián en 'El País' que, bajo el título 'Mercurio', rememora un amorío de juventud. Nos ... hemos habituado a que cada vez que aparece la palabra 'relato' asociada a un político sea para agraviar a ese pobre género literario: «han perdido la batalla del relato», «han cambiado el relato», «se han apropiado del relato»… Es por eso por lo que uno celebra que en esta ocasión no se invoque el noble arte que cultivaron Chéjov y Borges para aludir a una ocurrencia tramposa o a una nueva memez de nuestros representantes electos, sino a algo que, en efecto, pretende ser un texto de creación personal aunque sea una redacción colegial, como es el caso de ese empacho de empalagosas imágenes que nos ha brindado el portavoz de ERC en el Congreso. No es que Rufián se haya apropiado del relato, sino que lo ha lamido y relamido como a un Calippo a base de dulzonas 'metaforitas' desde el mismo disparo narrativo de salida: «Cerró los ojos y por los tapices húmedos de sus párpados circularon recuerdos…».
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La acción sexual se desarrolla en un catálogo no menos sobrecargado de escenarios: un río, un prado, un pueblo, una iglesia, un monte, una casa… Digamos que estamos ante un coito geográfico de largo recorrido para el cual se requería una gran complexión física. Por otro lado, Rufián incurre en la superstición parvularia de que la sola invocación a la fauna y flora es una garantía de calidad poética y, así, por el cuento hay una docena de garzas y otra de gallinas, centenares de gorriones, liebres pataleando y perdices embuchando, como hay también higos, cepas muertas y olivos vivos.
Para colmo, les llueve en una apretada agenda meteorológica en la que caben el Sol, la Luna, crepúsculos, truenos y relámpagos que dan a la cópula una dimensión épica. Y después está el desenlace machista y heteropatriarcal: 'Ella no quiere ser un rato que sobra. Él no sabe querer de otra forma». Las redacciones escolares tenían un broche obligado. Todo era un sueño, y concluían con un «y luego te despertaste». La de Rufián no podía ser menos: «Ellos y el verano se escurrieron como el mercurio entre las manos». El cuento también se escurre. Como el mercurio.
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