Es la broma que hacía Borges para rebatir el tópico de que el bueno de los Machado fuera Antonio. Borges solo hacía justicia al llamar « ... el bueno» al poeta que cumplió el 29 de agosto 150 años. Y es que Manuel Machado es, en efecto, uno de los grandes de nuestra poesía y no una figura tan opuesta a la de su hermano como se pretende desde el desconocimiento y la manía de reproducir en la literatura los dos bandos supuestamente irreconciliables de la Guerra Civil.
Manuel y Antonio se quisieron siempre. No es verdad que el segundo vivió como una traición el giro político del primero. Y lo que es más incómodo de aceptar para algunos sectarios: no fueron ideológicamente tan distintos. La guerra los separó físicamente porque a Antonio le pilló en Madrid y a Manuel en Burgos donde fue encarcelado por su filiación republicana y liberado gracias a los contactos clericales de Eulalia Cáceres, su religiosa esposa. Hasta esa fecha la única 'mutación ideológica' del autor de 'Alma' fue su adhesión al catolicismo, en la que tuvo mucho que ver su cónyuge. Pero hasta en esa cuestión hay paralelismos con su hermano, que siempre adoró la poesía de Teresa de Ávila y que acabó yendo a misa en Soria de la mano de Leonor, que era tan devota como su cuñada: «En Santo Domingo/ la misa mayor,/ aunque me decían hereje y masón,/ rezando contigo, ¡cuánta devoción!».
No. No es verdad que uno fuera el jacobino, el ateo, el rojo, y el otro el reaccionario, el carca, el fascista. Más aún, hay aspectos de la poesía de Manuel que congenian con la corrección política de nuestros días, como su identificación con el alma árabe sobre la que bromeó Unamuno al llamarlo «moro bautizado en París». Manuel Machado, autor de un borrador para un himno de la República, acabó dedicándole una oda 'Al sable del Caudillo' que alimenta el tópico manido pero que no responde más que a la supervivencia.
Hay una foto que dinamita todos los clichés que ha creado el maniqueísmo político. En ella se ve a los dos hermanos en el homenaje que les rindieron en 1929 el dictador Primo de Rivera y su hijo, el fundador de la Falange. Lo curioso del retrato es que el que parece más cómodo y sonríe a la cámara no es Manuel precisamente.
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