Al escritor norteamericano Daniel Lyons hablar demasiado le estaba causando serios problemas en su vida personal y profesional. Hasta que se convirtió en un apóstol ... de la parquedad y publicó un libro que se tradujo hace un par de años al castellano con un título lenguaraz que contradice su mensaje: 'Cállate: El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante' (Ed. Capitán Swing). Daniel Lyons tiene frases divertidas: «Hablar menos puede ser la solución a todos nuestros problemas». Su tesis parece, en principio, rebatir el tópico de la incomunicación contemporánea según el cual hay gente que pasa días en las grandes metrópolis sin poder hablar con nadie y para la que constituiría una saludable terapia la oportunidad de expresar sus angustias, temores y frustraciones.
Podría pensarse que para Lyons el remedio del monólogo en el diván del psicoanalista mudo es peor que la enfermedad, una opción catastrófica y del todo desaconsejable. Sin embargo, lo que denuncia en su libro es la verborrea sin sentido, el bullicio verbal, la locuacidad de la oquedad, la manía de hablar por hablar, que es paradójicamente compatible con un mundo de seres incomunicados. Dicho de otro modo, vivimos en una sociedad en la que unos no dicen ni Pamplona y otros no paran de largar. Realmente hay gente que parece la radio. En los propios discursos de nuestra clase política se advierte el culto a la rapidez que no se permite ni una pausa, ni un silencio. Por esa razón esos discursos distan tanto de los de hace cuatro décadas y son tan huecos.
En su apología de la economía oral, Lyons va más lejos de la crítica al vacío conceptual de lo que llama 'ruido incesante'. Según él, hablar menos mejora la salud y la calidad de vida pues reduce el consumo de una carga emocional innecesaria; nos aporta un mayor equilibrio y nos ahorra un buen número de errores, de juicios precipitados, de meteduras de pata. Lyons abunda en una célebre sentencia que se ha atribuido a Shakespeare y a otros autores: «Somos esclavos de nuestras palabras y amos de nuestros silencios». Uno a Daniel Lyons solo le pondría una objeción: para convencernos de que debemos hablar menos, él habla hasta por los codos.
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