El tema a mí me parece humeante y con muchos pliegues: ¿quién plancha las camisas de los escritores? La provocadora pregunta se la hace la ... escritora Clara Morales con motivo de la reedición de un libro muy especial de la ya fallecida poeta alicantina Francisca Aguirre: 'Que planche Rosa Luxemburgo'.
Francisca Aguirre, o Paca Aguirre, como la llamaban sus colegas del gremio literario, nos dejó en 2019, un año después de recibir el Premio Nacional de las Letras Españolas. El libro en el que mandaba a planchar a la heroína polaca del socialismo lo había publicado en 1995, cuando aún vivía su marido, el poeta Félix Grande, el gran aludido en esos relatos de tema doméstico y tono de diario que tratan sobre las vicisitudes cotidianas de una mujer que compagina la creación literaria con las tareas de la casa, o sea, sobre lo difícil que es planchar y escribir. A Félix Grande Paca lo llevaba como un brazo de mar, todo hay que decirlo. Yo lo recuerdo siempre de punta en blanco aunque nunca se me ocurrió pensar quién estaba detrás del planchado impecable y del almidón de sus camisas. Ahora lo sé e imagino que de ahí vendría la afrenta que está en el origen de ese divertido pero punzante texto que le coge al macho presumido por los cuellos y que la editorial Carpe Noctem ha tenido el buen criterio de recuperar en un tiempo en que esa cuestión se halla tan candente como una plancha enchufada.
Francisca Aguirre estaba casada pero no se casa con nadie en esas páginas que son un sano ejercicio de incorrección política y en las que delata la 'brecha social' frente al esposo reconocido y las incoherencias de la izquierda. Por esa razón su libro es actual, por lo que tiene de reivindicativo pero también de refrescante denuncia de la impostura. A Francisca Aguirre la plancha no le relajaba como a Yolanda Díaz.
Volvamos a la pregunta inicial que se hace Clara Morales, prologuista de esta edición que le ha dado al libro de Paca una nueva vida: ¿quién plancha las camisas de los escritores? A mí esa pregunta me ha trasladado a la época de mi juventud en la que decidí independizarme y un amigo me enseñó el truco de planchar las camisas solo por la pechera, dejando el resto, que quedaba oculto bajo la chaqueta, hecho un gurruño. Recuerdo que él pasaba por elegante porque nunca se quitaba esa coqueta americana que escondía un acordeón.
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