El centro Pompidou ha inaugurado una gran exposición de homenaje al surrealismo que en este año cumple su centenario. La efeméride nos impone un balance ... de ese fenómeno que se produjo bajo el signo literario del manifiesto de André Breton y que vino aliñado de no pocas contradicciones, algunas de ellas virulentas y directamente relacionadas con la I Guerra Mundial. Un despierto sector de la juventud alemana y francesa ligado a la cultura y las artes no se resignaba a que los mismos gobernantes y generales decrépitos que habían llevado a una generación a un matadero sin precedentes impusieran su orden social, legal, político y económico en aquella Europa posterior a la sangría. Los surrealistas eran el acuse de recibo del descrédito de ese sistema que trataba de recomponerse. Pero, como ocurre con todas las revoluciones, su discurso y sus hechos constituían un cóctel de contradicciones.
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Iban contra el mercantilismo, pero se integraron en el mercado del arte. Sometieron a Dalí a un juicio sumarísimo pero su destino de 'Ávida Dollars' acabó siendo el de todo aquel grupo de artistas: los Picasso, los Miró, los Max Ernst… Odiaban la guerra pero André Breton definió como «el acto surrealista más puro salir a la calle disparando con un revólver a la multitud cuantas veces fuera posible». Quién le iba a decir a aquel ácrata metido a comunista que esa utopía de tiros se haría rutina con las matanzas en las hamburgueserías del paraíso capitalista. Reivindicaron a Sade pero el nazismo dejó los hobbies del Divino Marqués en un juego de niños.
Y, sin embargo, pese a sus errores y contradicciones, el surrealismo fue una ventana de aire fresco en nuestra cultura. Trajo una libertad que nos cambió para siempre. A sus cien años de edad, el balance no puede ser mejor. Quizá se pueda decir lo mismo dentro un siglo de las locuras y excesos de este presente en el que ya es surrealista cualquiera. Magritte traicionó al surrealismo cuando separó la realidad de su representación y el arte de la vida diciendo «esta pipa no es una pipa». Más surrealistas que él son el Sánchez del «no es no» y la Irene Montero del «solo sí es sí». Como el Rajoy que afirmó que «un vaso es un vaso y un plato es un plato».
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