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Los indianos Manuel Calvo Aguirre, de Portugalete (Bizkaia) y Julián de Zulueta y Amondo (Anúcita) . E.C.
Historias de dos negreros vascos

Historias de dos negreros vascos

J. arrieta

Domingo, 19 de junio 2022, 15:17

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El simposio 'La(s) memoria(s) de la esclavitud. Perspectivas desde el País Vasco y España', celebrado esta pasada semana en la Facultad de Economía y Empresa - Elcano, dedicó sendas ponencias a dos conocidos indianos vascos, el vizcaíno Manuel Calvo (1816-1904) y el alavés Julián de Zulueta y Amondo (1814-1878).

  1. Manuel Calvo

    El lado oscuro de un filántropo

«A un alumno de Portugalete le hablas de Manuel Calvo y no sabe quién es», comentaba el historiador de la UPV/EHU Jon Ander Ramos Martínez en la charla que dedicó al indiano portugalujo y cuya huella más visible es la casa hotel de Portugalete que en su testamento legó a la villa que lo vio nacer. «Faltan estudios específicos sobre su persona», aunque en la historiografía dedicada a Cuba las menciones a él «son constantes».

En muchas ocasiones «hablamos de Calvo como de una eminencia en la sombra», señaló Ramos. Su memoria, como la de tantos indianos, se ha basado en su actividad benéfica y filantrópica, y ha soslayado la base de «su importante fortuna», «el lado oscuro»: su vinculación con el esclavismo.

Calvo nació en 1816. «El padre era gallego y la madre vasca». Como tantos otros indianos, dio el paso a Cuba llamado por un familiar.En su caso, por un tío que le había buscado una colocación en la isla. En sus inicios allí, «trabajó como dependiente en una ferretería, con cuya propietaria acabó casándose en 1834». Para «1835 o 1836, ya se supo mover en estos negocios de traslado de personas desde África».

Aunque apenas hay rastro documental, «parece que sí participó en el comercio esclavista desde sus primeros años en La Habana». En todo caso, «buena parte de sus ingresos provenían de la producción azucarera, donde sin duda usó mano de obra esclava».

Sobre la vinculación directa de Calvo con la trata, Ramos presentó un documento, «el apresamiento de un bergantín que transportaba esclavos en 1835. En él figura a cargo de dicho barco Manuel Calvo. Llevaba 450 esclavos en el momento de ser apresado». Apenas llevaba dos años en la isla «y ya se movía en este negocio».

Para 1864 disponía de importantes propiedades, incluida una explotación azucarera, Flor de Sagua. Fue fundador del Cuerpo de Voluntarios españoles de la isla y del CasinoEspañol. Además fue socio de Antonio López, el marqués de Comillas, en negocios navieros. Calvo formará parte «del núcleo de hombres de negocios que va a controlar la política colonial en los últimos años de la colonia».

«Aunque es íntimo amigo de Antonio López y de Zulueta, a diferencia de estos, va a estar en un segundo plano y sobre todo va a ser representante de la élite vascocubana, cuyos intereses defenderá con numerosos viajes a Madrid a partir de la década de los 60» para «evitar abolir la esclavitud».

Calvo hizo una grandísima fortuna, lo que se refleja en su testamento. La casa hotel que donó a Portugalete, cuyos beneficiso debían destinarse a dar de comer a los más pobres, estaba valorada en 400.000 pesetas. En ese mismo testamento figuran «su criada morena, Casilda Jacinta Calvo, y su otra criada morena, Salomé Calvo, y Fidel Galtier, su criado, a los que dejó una pensión vitalicia». Murió en Cádiz en 1904.

  1. Julián Zulueta y Amondo

    El negrero de los esclavos vacunados

Entre 1837 y 1842, «el nombre de Julián Zulueta está ligado por lo menos a 23 expediciones en África. Es responsable de la deportación de 16.844 africanos y africanas». Pero además, a partir de 1847 se dedicó a la «contratación» de culíes chinos, peones contratados pero en realidad explotados como esclavos, una mano de obra muy barata a la que se recurrió para sustituir a los esclavos africanos, a medida que el comercio de estos fue remitiendo con las sucesivas prohibiciones.

Ambos datos fueron aportados por el antropólogo Maxime Toutain (Casa de Velázquez), que dedicó su intervención en el simposio a la memoria pública del indiano alavés. Zulueta nació en Anúcita (Álava) en 1814. Llegó a Cuba de la mano de un familiar, su tío Tiburcio, en 1832. Como era habitual, mantuvo el recuerdo de sus raíces en los nombres que dio a sus plantaciones. La primera se llamó Álava, comprada en 1846. Siguieron otras cuatro, Habana, Vizcaya, España y Zaza.

En la primera de ellas, que fue una de las mayores explotaciones azucareras de la isla, se conserva aún uno de los barracones de los esclavos, «con capacidad para unas 600 a 700 personas». Toutauin apuntó que allí, «en 2009, un grupo de descendientes del empresario alavés se encontraron con los descendientes de los esclavizados».

Zulueta tuvo sus propios barcos negreros. Según explicaba el hispanista británico Hugh Thomas, «llevaba, en rápidos clipers, a menudo construidos en Baltimore, cuatrocientos o quinientos esclavos, directamente desde Cabinda, en la orilla septentrional del río Congo». Urko Apaolaza escribe por su parte que «fue uno de los primeros en vacunar esclavos e incluso hizo negocio alquilándolos».

Zulueta fue muy influyente en Cuba, de cuya élite colonial formó parte en primerísima línea y cuyos intereses, que en gran medida dependían del mantenimiento de la esclavitud, defendió a toda costa. Fundó y presidió el Casino Español de La Habana, ciudad de la que además llegó a ser alcalde entre 1864 y 1876. Fue ennoblecido en 1875 «como marqués de Álava y vizconde de Casablanca».

Zulueta murió accidentalmente en 1878, al caer de un caballo. Sus once hijos, fruto de sus tres matrimonios, heredaron su descomunal patrimonio. Una de sus hijas, Elvira, llevó a cabo en Vitoria una gran labor filantrópica. Además, encargó la construcción del palacio Augustin-Zulueta, que ahora es el Museo de Bellas Artes de Álava. La adquisición de un retrato del empresario dio pie a una exposición allí en 2019 en la que se reflejó su actividad esclavista.

Toutain analizó cómo se ha hablado de los negocios esclavistas de Zulueta y cómo son percibidos por el público. «Al hablar de Zulueta todos están obligados a hablar de la esclavitud, y ahí surge cierta tensión a la hora de trabajar las narrativas». Se suele «rodear el problema, relativizarlo, y aminorarlo en el conjunto total del relato».

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