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Veza y Elias Canetti, en una foto tomada en los años cincuenta.

Una historia de amor y literatura

Las cartas entre Veza, Elias y Georg Canetti desvelan relaciones a varias bandas y las carencias que debieron afrontar

Lunes, 26 de julio 2021, 01:16

«Canetti (...) me quiere, pero quiere más a Anna, y quién no la querría. Yo misma he sucumbido a ella por completo. Y qué cosas ... raras disponen los hados: Anna me ama a mí y no a Canetti». La correspondencia del autor de 'Masa y poder' y su esposa Vera con Georg, el pequeño de los hermanos Canetti, muestra una muy compleja relación entre los tres. Un vínculo no exento de tensión, con un amor a veces sensual y otras casi materno-filial y marcado por la presencia en segundo término de las no pocas mujeres con las que el escritor se relacionó.

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Anna fue una de ellas. Quizá la más célebre por su apellido: Mahler. Era la bella e inteligente hija del compositor y Alma Schindler. Una mujer tan atractiva que incluso Vera pidió a Georg que no perdiera la oportunidad de conocerla a ella, así como a su madre, entonces casada con el escritor Franz Werfel. Claro que le advirtió de lo que iba a encontrar: «Anna (...) es tan maravillosa como repugnantes son su madre y Werfel». Las epístolas ahora publicadas ('Cartas a Georg' de Veza y Elias Canetti, Ed. Galaxia Gutenberg) desvelan intimidades de estas grandes figuras de la cultura europea de la primera mitad del siglo XX y retratan a la vez un tiempo oscuro cuya huella no se ha borrado aún.

«Tienes que enviarme 500 francos. Si no los tienes, pídelos prestados», exige Elias a su hermano

reclamaciones

Elias Canetti, apátrida, nacido en Bulgaria y descendiente de judíos españoles, se doctoró en Química pero su ocupación siempre fue la escritura. Conoció a quien sería su esposa en una conferencia de Karl Kraus. Ella, Venetiana (Veza) Tauber-Calderon, también judía sefardí pero de origen italiano, era muy bella, «como una miniatura persa» con «largas pestañas» y «boca muy pequeña», escribirá Canetti, quien en ningún momento se referirá a que había nacido sin el antebrazo izquierdo. Enseguida se estableció entre ambos una relación basada en el interés mutuo por la literatura -como ella era ocho años mayor había tenido tiempo de leer muchos más libros-, que derivó hacia una relación de pareja. Tras sufrir un aborto, Veza sugirió a Canetti que podía tener sexo con otras mujeres. Asumió entonces un papel de madre-esposa difícil de definir, puesto que incluso solía tutelar esas relaciones extramatrimoniales.

Arriba, Georg Canetti, que aparece con bata de médico en una foto tomada en el Instituto Pasteur. A la izquierda, una de las cartas que le dirigió su cuñada Veza. A la derecha, Anna Mahler, que también fue amante del escritor.

Problemas económicos

Porque matrimonio hubo. En 1934, cuando él tenía 28 años, se casaron. En una de las primeras cartas recogidas en este volumen -en su gran mayoría son las dirigidas por ambos esposos a Georg, pero hay unas pocas enviadas por este-, el hermano pequeño, que vivió con la madre hasta la muerte de esta y que luego sería un médico de gran fama, le advierte al enterarse de que se van a casar: «Estás a punto de cometer la más grande estupidez que puedas cometer». A su juicio, el matrimonio no les daría nada que no tuvieran ya en su vida en común y en cambio aumentaba el riesgo de «hacer sumamente desdichada a Veza».

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El tiempo demostró que no fue así exactamente. Es cierto que Veza renunció a su propia carrera literaria, pero lo hizo de forma voluntaria y fue crucial para que Canetti desarrollara la suya. Sin esa presencia constante, su lentitud y perfeccionismo habrían terminado por ser paralizantes. Incluso con su presión nada disimulada, la actividad remunerada del escritor era tan escasa que vivieron muchos años en la penuria. Las cartas muestran una sucesión casi bochornosa de 'sablazos' a Georg. «En cuanto recibas esta carta, envíame como mínimo 200 francos (...) Y piensa, por favor, qué posibilidad habría de conseguirme otros 300 para la primera mitad de septiembre», le escribe el 18 de agosto de 1934, desde Estrasburgo.

«Me gustaría ser hombre. Sabría cómo hacerlo, pero no tengo la herramienta», dice Veza a su cuñado

confidencias

El 1 de enero siguiente, Georg enferma de gravedad y Elias le envía una carta interesándose por su salud, pero solo veinte días más tarde, aún convaleciente, le dice que su situación material «es realmente catastrófica». Un año después, el tono es imperioso: «Como sea tienes que enviarme inmediatamente quinientos francos. Si no los tienes, pídelos prestados». Y unas líneas más adelante: «Piensa muy seriamente si podría pedirles a los tíos tres o cuatro mil francos». Solo mes y medio después: «No te asustes, pero tienes que conseguirme no menos de cuatro mil francos».

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En esos años previos a la Segunda Guerra Mundial, las dificultades materiales ocupan muchas páginas de la correspondencia. Cuando publica 'Auto de fe', Elias no tiene el menor reparo en anunciar a Georg que ha reservado sendos ejemplares para él y el tercero de los hermanos pero prefiere que ellos adquieran varios y convenzan a todos los familiares, «incluidos los parientes más mezquinos» para que «pregunten por el libro en todas las librerías alemanas de París y además lo compren. Solo en París tienen que venderse como mínimo cincuenta ejemplares».

Elias Canetti con su amante Marie-Louise von Motesiczky.

Infidelidades conocidas

El otro gran tema es el amor. Veza siempre se ha sentido atraída por Georg pero a partir de finales de los treinta -la diferencia de edad, trece años, algo tuvo que ver- es más una madre que una amante. Y es a él a quien le habla de las infidelidades de su marido. Una larga lista por la que pasan la citada Anna Mahler, la escritora Iris Murdoch y, sobre todo, dos mujeres con las que vivirá historias simultáneas. Una es la pintora Marie-Louise von Motesiczky, relacionada con la burguesía vienesa, que acudirá en su ayuda muchas veces haciéndole préstamos o dándole importantes sumas a fondo perdido. Cuando Canetti recibió el Nobel en 1981, le entregó una parte de la dotación económica para saldar las deudas contraídas casi medio siglo antes.

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La otra era la joven y desinhibida Friedl Benedickt, discípula de Canetti, que después de la guerra llegó a instalarse en la casa de este en Londres mientras a su vez mantenía otra relación con un hombre de quien se decía enamorada. Veza, que siempre estuvo celosa de Friedl, asistía a todo eso con una mezcla de resignación, enfado y estupor, a juzgar por las cartas que enviaba al hermano de su marido.

Esa correspondencia descubre otros aspectos relevantes de la vida de la pareja porque con frecuencia escriben cada uno sus cartas a Georg comentando los mismos aspectos. Elias, con un tono de hermano mayor que se acentúa a medida que envejece; Veza, como una madre que no ahorra apelativos cariñosos. En esos textos cruzan reproches y curiosas autodefiniciones. Así, por ejemplo, Veza se llama a sí misma «la vaquita» y se retrata como «una judía española gorda y holgazana». A veces, es consciente de que está yendo demasiado lejos. «Me gustaría ser hombre. Sabría cómo hacerlo, pero no tengo la herramienta». Y enseguida se corrige: «Por el amor de Dios, tacha esta última frase. Hazlo por la posteridad. No, mejor quema la carta».

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El texto no empeoró la imagen que él tenía de su cuñada. Solo un mes después, en marzo de 1946, en una de las pocas cartas que escribió a Veza que aún se conservan, dijo: «Voy a hacer todo lo posible para que, si alguna vez alguien se interesa por lo que fue mi hermano (algo cada vez más dudoso), se entere de cuál de vosotros dos fue realmente grande, grande por su carácter, suponiendo que él lo sea por su inteligencia, lo que me parece cada vez menos seguro». Ni Veza, que murió en 1963, ni Georg, en 1971, alcanzaron a ver el reconocimiento internacional a Elias Canetti, que en 1981 fue galardonado con el Nobel de Literatura. Para entonces él estaba casado con la restauradora de arte Hera Buschor, 28 años más joven.

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