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ANTONIO ARCO
Domingo, 31 de octubre 2021, 00:10
He aquí Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943), un conversador de fábula, un tipo divertido, culto, educado, mordaz. Autor de relatos, ensayos y textos de viajes muy recomendables, lo último con lo que anda deleitando a sus lectores es un libro lúcido y propenso al debate, 'El derecho a disentir' (Acantilado). Adora jugar. Le gustan el vértigo y el equilibrio, la competición noble y el azar, «porque me aburriría en un mundo previsto y uniforme, sin lugar para las sorpresas». La vejez se la toma con humor: «Le diría que me voy viendo entre grandes ruinas. Por eso intento mostrarme a media luz. Eso favorece incluso a las Pirámides de Egipto».
- ¿Ha llegado a ver sirenas al amanecer?
- En cuanto me recuperé de la sorpresa de nacer, que me dejó sin habla, ya empecé a ver sirenas. Ellas tienen dos temas de conversación preferidos: uno, comentar que los hombres no somos de confianza; y el otro, cómo atraer y conquistarnos a los hombres. Tampoco son tan peligrosas como describía Homero: cantan mucho, alegran las mañanas, levantan rumores -por ellas se mueven en ondas los mares-, pero no organizan tantas guerras como hemos hecho los demás.
- ¿Qué tiene usted en contra de eso llamado 'modernidad'?
- No creo que haya tiempos antiguos y modernos, a no ser en las películas de Charlot. Estamos condenados a vivir en nuestro tiempo y a ser influidos por él. Por eso me parece ridícula la gente que pretende esforzarse para 'vivir en su tiempo'. Es una banalidad, el negocio de muchos vendedores de humo. Más bien hay que luchar, y a menudo con riesgo y valentía, para no ser arrastrado por las mareas, los cofrades y las manadas.
- ¿Cómo se desenvuelve en el presente?
- Yo bien, gracias. ¿Y usted? Pienso que los jóvenes de hoy recordarán lo peor que podamos vivir ahora como 'los viejos buenos tiempos'. A la edad que tengo tampoco me parecen mejores los viejos poetas románticos que tenían como ideales conquistar un lugar en el corazón de una mujer y un gran mausoleo en un cementerio. No encontré lo primero y comprenderá que no me interesa ya lo segundo. Además, los monumentos están en peligro. La gente borra el nombre de Colón o de Cervantes y se pone el de Calvin Klein -con todos los respetos por su ilustre descubrimiento- en los calzoncillos.
-¿Lo peor de todo?
- Lo peor está siempre por venir. Pronto leeremos en la prensa: «Dados los precios de la electricidad, el Gobierno anuncia a los ciudadanos que la luz al final del túnel permanecerá apagada hasta nuevo aviso. Y el líder de la oposición responde que estos vagos que gobiernan lo que tendrían que hacer es ponerse el mono de faena y construir más túnel».
- ¿Qué opina de la inteligencia artificial?
- La inteligencia artificial tiene aplicaciones insospechadas y nobles. Pero algunas de ellas corren el riesgo de convertirse en lo más tonto cuando no tienen sentido de la belleza, de la piedad ni del humor. Y permítame el 'derecho a disentir' de lo que hoy llaman realidad virtual y que me parece una más o menos apasionante 'irrealidad virtual'. No me parece sano confundir realidad e irrealidad, porque lo 'real' nos constriñe a aceptar nuestros límites y a sentir nuestra conciencia y nuestra responsabilidad, mientras que la sensación 'virtual pero no real' de cualquier experiencia va acompañada de 'irresponsabilidad moral'. Un bruto aburrido es capaz de bombardear un pueblo en una pantalla. Pero eso no es saludable.
-¿En qué medida ve campear el salvajismo?
- Pienso que la educación podría ser un buen y revolucionario proyecto para el futuro. En las sociedades que se creen superiores y en las generaciones que se consideran mejor preparadas se oculta de forma preocupante lo que Eugenio d'Ors llamaba la 'subhistoria'. Piense lo que ocurrió en la Europa de principios del siglo XX, con nazis, comunistas y fascistas. Los instintos más primitivos de la barbarie están ocultos en todos los seres y los pueblos que se consideran superiores y en esas épocas que se creen iluminadas por el triunfo y la gloria. Uno de los espectáculos que detesto cuando voy a Nueva York -por elegir un símbolo del imperio moderno- es una multitud de seres que pasean por la calle como vagabundos, con sus bolsas de plástico donde recogen comida, restos o compras de rebajas, y que parecen 'recolectores' de una época prehistórica. La sociedad capitalista en la que no se han integrado les ha dado esa forma de sobrevivir como nómadas prehistóricos. No aportan nada a la sociedad y viven de las sobras. De vez en cuando se manifiestan con violencia, o se consumen durmiendo en bancos y parques, dejando los restos de la comida basura que les han vendido o regalado en las calles. Alguien les convoca de vez en cuando a una quema general de contenedores, o a una pelea contra la policía. Y he citado Nueva York, como podría hablar de muchas capitales europeas.
- ¿Qué seguimos sin aprender?
- El respeto, que es la base de la vida en común y en sociedad. La jerarquía, que es la base del gusto y de los valores -sobre todo la protección de los más desamparados o débiles-. La disciplina, que es la base del aprendizaje y de la obra bien hecha. Lo más educado no es siempre decir la verdad, sino no ofender a los demás. No sé por qué un loco en un patinete o un petimetre en una bicicleta, que no cumplen las leyes de circulación y convivencia, son mejores que un señorito fascista o un señorito feudal que atropellaba con su caballo a los pobres campesinos. Tampoco sé por qué un individuo sin lavar, tirado en un sofá, dice que navega por Internet, cuando no sabe que un navegante es lo más alejado que hay de un vago. Las buenas maneras ahorran tiempo, y mientras un botarate piensa cómo hacerse un camino de 'influencer' en la gloria es más fácil decir '¿molesto?', 'perdón' y 'gracias'. Vamos olvidando que lo único que tiene un sentido verdaderamente social es trabajar. Y lo curioso es que, al final de la vida, uno descubre que trabajar es mucho más divertido que la diversión.
- ¿Dónde ha encontrado más placer y dónde lo encuentra hoy?
- En mi juventud sentía sin duda, como todo el mundo, la impaciencia del amor en el sofá. Hoy tengo una bata de seda que me compré en Turnbul l& Asser, en Londres, donde vestían a James Bond. Mi primera mujer me decía: 'Hijo, cuando te pones esa bata te confundo con el empapelado'. Ella era así, ambientalista ya en los años sesenta del siglo pasado. Lo reciclaba todo, incluso a los maridos. Luego comencé a viajar por todo el mundo y llegó un momento en que estaba más familiarizado con el Congo que con el sexo. Ahora ya le he dicho a usted que sigo encontrando placer en mi trabajo. Me pongo incluso la bata para escribir. Y, como el escritor trabaja solo, siento en otras escenas de mis novelas que aún se me anima la libido y me persigo un poco por la habitación para sentirme acosado. Usted dirá que así no encontraré nunca a la mujer ideal, pero es que tampoco encuentro en mí al hombre ideal.
- ¿Cómo ve Europa, qué futuro le espera?
- Pienso que sólo tenemos dos caminos: o nos convertimos en una gran confederación de patrias con una historia compartida y un futuro de ilusión, o volveremos a ser un parque temático de tribus con tatuajes diversos, banderas, ídolos y tótems, regidos por unos caciques vestidos como el Ku-Klux-Klan o desnudos, bien tatuados, con algún 'piercing' y con una gorra de 'baseball' con la visera para atrás. También Sarah, mi primera mujer, me decía: '¿Por qué no te quitas esa bata y aprendes de esos jóvenes que llevan 'piercings'? A mí me gustan, porque demuestran tener capacidad de resistencia y gusto por la bisutería, cosas que siempre debemos reclamar las mujeres a una buena pareja'.
- ¿Y España, sus políticos y sus ciudadanos?
- A España, como a toda Europa. También hay mucho ídolo y mucho tótem, y ya sabe que con el tótem -lo dijo Freud- viene el tabú. O sea, la Inquisición que algunos venden como nuestra especialidad en 'parque temático'. Todo lo que no sea forjar una sociedad con pactos firmes y leales, como la tuvimos -mejor o peor- cuando supimos dotarnos de una Constitución libre, social y democrática, significa volver a los parques. Soy español, y me duele pensar que algunos -a la derecha o a la izquierda- quieren convertirnos en Hispanilandia, con lobos y jabalíes en lugar del Oso Yogi. Habrá merenderos con banderas, estrellas y escudos. Un concierto de insultos al atardecer. Y cada tarde un espectáculo de botellón, carreras con policías y quema de contenedores...
- ¿Qué es importante para la salud de espíritu?
- Lo primero de todo, que reconozcamos al espíritu. Hablamos mucho de inteligencia, de razón, de poder, de muchas cosas; menos de espíritu que es lo único que podemos compartir los seres humanos de toda raza, de todo género y de toda condición. Podemos no creer en Dios, porque no lo vimos. Podemos no creer en religiones, porque no conocimos a sus maestros. Podemos no creer en naciones porque queremos ser independientes y libres. Pero el espíritu lo tenemos en nosotros mismos. Nos lo dio la vida, a unos en la belleza, a otros en la inteligencia, a otros en la bondad, a otros en la capacidad digna y valiente de resistencia, a otros en el trabajo y en el empeño, a otros en el arte o en la gracia. No forma parte de los títulos ni dignidades del mundo, porque el mundo es injusto con el espíritu y todo lo falsifica. Pero el espíritu forma parte de nosotros, incluso cuando no amamos las cosas del mundo. Y se manifiesta especialmente en los que no han heredado nada o menos de este mundo y, sin embargo, tienen en su alma la convicción de ser hijos de un reino -la Humanidad- que tiene un derecho inalienable a la libertad, a la dignidad y a la justicia.
- ¿Qué considera muy práctico y qué una inutilidad o pérdida de tiempo?
- El pasatiempo más inútil, ¡sólo verlo me causa una alegría indescriptible!, es el plumero. No se quien lo inventó, y pienso que debió ser un pasatiempo erótico de las faraonas, antes de que un industrial cómico lo convirtiese en un objeto de limpieza doméstico. Al usarlo se llenan las habitaciones de polvo, y la polvareda va pasando de ahí a las cortinas, a la moqueta, a los muebles y a las narices. Es genial, porque es un generador de polvo, y un productor de alergia. La Venus de Milo debía de tener dos brazos, antes de que un griego hacendoso se los rompiese con un plumero. El único empleo noble de un plumero es en un casco militar, para hacer estornudar al alcalde y al presidente de la República.
-¿Reina la impostura?
-Reinan los impostores. Formas nobles de la impostura fueron siempre el teatro, la tragedia y la comedia. El problema es que los actuales impostores que detentan el poder son, como Nerón, malos actores. Y cuando reina Nerón, sólo cabe ser Petronio, y reírse de ellos con elegancia. ¿Comprende por qué me endoso mi bata de seda cuando hablan los populistas?
- Perfectamente. ¿A qué teme usted?
- A que el Paraíso sea como lo describen algunos sermoneadores de las religiones: ríos de vino, festines grasientos y harenes con huríes. Creo que llegaré al final, si llego entero, con mi bata -recuerde que es de cachemira, como un empapelado modernista-, ya un poco más civilizado y tranquilo. O sea, en espíritu.
- Por cierto, ¿hay vida en otros planetas?
- No sé si la hay. Pero, viendo lo que nos muestran hasta ahora los telescopios y los viajes espaciales, a mí los planetas -Mercurio, Venus, Júpiter- me parecen, como las tortugas, un fracaso de la evolución. Por el momento lo único que me atrae en ellos es que no se ve mucha gente.
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