Paradojas de la vida
Cine ·
Decir que la obra de Bertolucci promueve la cultura de la violación es un exceso galopanteCuando en 1972 se estrenó 'El último tango en París', su prohibición en España desencadenó un penoso excursionismo testosterónico a Biarritz y Perpiñán. Paradojas de ... la vida, sí, porque 52 años después la película se puede ver en España a través de alguna plataforma de pago, mientras que la legendaria Cinemateca Francesa acaba de cancelar el pasado fin de semana su proyección ante las críticas de las asociaciones feministas, especialmente indignadas por la escena de la aparente violación de Maria Schneider, denunciada por haber sido impuesta sin su consentimiento.
Aquí no se puede hablar totalmente de mirar a un lejano pasado con los ojos del hoy, ya que la Cinemateca Francesa proyectó la película de nuevo hace solo cinco años, entonces como homenaje al gran Vittorio Storaro. Incluso, otra paradoja más, también resulta curiosa esta cancelación en una institución tan progresista como la Cinemateca Francesa, en la que a menudo se acusaba a su gran director histórico, Henri Langlois, de empeñarse en la proyección y difusión libre de las películas, pero no tanto en su conservación.
Pero vayamos al fondo de la cuestión, que no es otra que la de prohibir o tolerar la película. Decir que la obra de Bertolucci justifica y promueve la cultura de la violación y la agresión machista es otro exceso galopante del radicalismo que nos asola. Porque la película es una obra cuasi maestra del cine, un drama desolador o una tragedia entre el amor y la muerte, una huida edípica de los convencionalismos burgueses, cuyo fondo no es el erotismo ni mucho menos la pornografía.
Otra cosa es una escena en el rodaje de sodomía no consentida, reprobable, y el abuso en las exigencias interpretativas, algo también reprochable. Desde luego, pero de eso a condenar una excelente película a la hoguera de Savonarola en un revival de ascetismo moralista de género hay mucha distancia. La censura lleva a la ominosa autocensura, ya sea por razones morales, políticas o incluso de género. Que siga, pues, la libertad de verla o no verla, de pensar, de alabarla y de criticarla o de aborrecerla.
Arte
Beckwith a la Documenta
Lógico que el arte contemporáneo sea un espejo al servicio de ideologías, debates políticos o preocupaciones sociales. Es lo que explica la permanente agitación expresiva de algunos comisarios, museos y grandes citas como la Documenta de Kassel, de cuya dirección artística para la próxima edición, la de 2027, se va a encargar Naomi Beckwith, actual directora adjunta de la Fundación Guggenheim. En 2022 la Documenta tuvo una sonada controversia por las caricaturas antisemitas en algunas obras.
Más aún, hace un año el comité de selección que iba a nombrar al nuevo responsable artístico renunció en bloque tras el ataque de Hamás a Israel. Ahora se anuncia a Beckwith, alma sensible con ese reflejo de las preocupaciones por la justicia social, la igualdad racial y de género o el cambio climático. Vamos, que no es nueva en esto. Que le vaya bonito.
Inteligencia artificial
Sigue el temor
El uso de la Inteligencia Artificial (IA) y sus riesgos para la creación artística siguen atemorizando en el mundo de la cultura. Una de las mayores preocupaciones del momento es que el desarrollo vertiginoso de la IA va por delante de las regulaciones que tratan de proteger su mal uso y su evidente vulneración de los derechos de autor, sobre todo cuando se entrenan los modelos de la IA generativa. Además, otro problema adicional es la falta de uniformidad regulatoria entre Europa y los Estados Unidos.
Incluso, esta misma semana se ha conocido que en el Reino Unido se ha llevado a consulta una posible norma para que las empresas que desarrollen modelos de IA puedan utilizar libremente material protegido por derechos de autor, siempre que los propietarios de estos últimos no se hayan opuesto o reclamado una compensación económica. Por supuesto, el tema está generando una enorme controversia en el Reino Unido. Afortunadamente, hay esperanza de que la propia tecnología acabará creando sistemas para eliminar contenidos infractores o incluso 'deepfakes'.
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