Bien se sabe que la evolución constante del videoarte, su vertiginoso desarrollo en formatos y en posibilidades discursivas o sus amplias capacidades de difusión y ... distribución, explican y justifican esa libertad absoluta en la utilización de un medio que incluso puede ir ahora más allá del discurso tradicional del arte contemporáneo o también de la cultura hegemónica, incidiendo mucho más en la propia sociología o en las preocupaciones sociales de cada momento. En este último caso, resulta entonces casi más importante el mensaje de la narración o el discurso inicial o final que construye la imagen en movimiento, que el aprovechamiento puramente artístico del medio, de su espacio y de su movimiento. Pues algo o mucho de todo esto se concluye tras el visionado de «Oídos sordos», la videoinstalación de Antoni Abad en la que catorce personas sordas dialogan sobre diversos temas de su elección, todos los cuales reflejan la problemática cotidiana y humana de una exclusión, un aislamiento y hasta una desatención en un contexto dominado por la comunicación verbal. Ciertamente el discurso de Antoni Abad da con su intención de inclusión social en la diana: No solo sensibiliza sobre el colectivo y refuerza la expresión cultural de sus integrantes -con su sistema de gestos y expresiones visuales o incluso con los sonidos gestuales-, sino que con ello también establece puentes y cauces con la sociedad en su conjunto. Otra cosa distinta es, naturalmente, que en esta videoinstalación la emisión de conceptos y la voluntad de generar en el espectador una nueva interpretación más inclusiva superan y anulan cualquier otra sensación o experiencia estética natural del arte.
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