Música y negocio
El BIME ha desarrollado mucho más su conversión en un gran escenario de música en vivo, en una plataforma en directo para promocionar el talento emergente
El BIME tuvo en su filosofía inicial la genial ocurrencia de combinar música y negocio, una apuesta novedosa en la oferta cultural y una singular ... aportación para la industria musical española, especialmente cuando el segmento de la música en vivo iniciaba su gran eclosión en nuestro país. Viendo ahora las cosas en perspectiva tras doce ediciones, quizás el BIME ha desarrollado mucho más lo primero, es decir, su conversión en un gran escenario de música en vivo, en una plataforma en directo para promocionar el talento emergente, quizás suavizando a cambio su anhelo de convertirse en el foro fundamental para el debate de los nuevos retos de la industria musical.
Esta evolución estratégica tiene su sentido, toda vez que los escenarios y los directos son mucho más populares o que encima se intenta con ello desestacionalizar la oferta, extendiendo el estímulo de la demanda más allá de esa época estival tan propicia para los grandes festivales. Pero, incluso aunque mantenga nominalmente su filosofía primera, el BIME ha perdido un poco esa oportunidad de oro para convertirse en el gran foro europeo para debatir sobre el estado actual, las tendencias de futuro y los retos de la industria musical.
Lo digo porque en la programación de su decimotercera edición nada se dice de la integración tecnológica, de la estrategia del 'pricing', de los formatos híbridos, de los modelos de negocio, de las fiestas temáticas, de la experiencia de los consumidores, de los problemas y las alternativas tecnológicas en la venta de entradas o siquiera del incremento de los costes de las giras y de las rentabilidades. Los directos del BIME están muy bien, lo mismo que la promoción de nuevos talentos, pero en el debate sobre los derroteros de la industria hay un nicho de oro que el festival bilbaíno no debería descuidar.
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