La casa de Gehry que escandalizó a los vecinos y que pasó a la historia
Víctor Navarro recrea la reforma del hogar del arquitecto con materiales baratos, «proyecto desprejuiciado y gamberro»
Frank O. Gehry veía la libertad con la que trabajaban sus amigos artistas y se preguntaba: ¿por qué yo no puedo hacerlo así? Había proyectado ... durante años centros comerciales en el estudio de Victor Gruen, el riguroso profesional que inventó estos complejos para dotar de vida urbana a la dispersa población estadounidense. Sabía que un arquitecto debe procurar que los edificios no se caigan y que estos deben tener en cuenta la legislación contra incendios, lo que a su gran amigo Ron Davis, el pintor colorista y abstracto, le traía sin cuidado.
Las servidumbres de la arquitectura no le frenaron. Se fijó en otro artista también amigo, Robert Rauschenberg, que incluía en sus cuadros y esculturas colchas, escobas y sillas, entre otros objetos. Ahí estaba la solución, que puso en práctica cuando compró una casa de diseño anodino en Santa Mónica, California, en 1977.
En vez de reformarla, la amplió con una nueva edificación que la rodeaba e integraba, hecha con materiales baratos como la malla metálica, la madera contrachapada y la chapa ondulada de acero galvanizado, todo muy en la línea de Rauschenberg de llevar lo ordinario a la obra de arte.
«Fue una construcción gamberra y desprejuiciada, que escandalizó a los vecinos aunque Gehry se defendía argumentando que eran los mismos materiales que ellos utilizaban para sus cobertizos de los patios traseros o para sus garajes», explica Víctor Navarro, autor de 'Una casa fuera de sí' (editorial Caniche), sobre el proyecto que puso a Gehry en el mapa mucho antes que el Guggenheim.
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Aquella reforma y ampliación pasó a la historia como uno de los primeros ejemplos de arquitectura deconstructivista. Al vecindario de clase media de Santa Mónica le costó asimilarlo. Hubo protestas e intentos de parar las obras. Llamaron al alcalde y le enviaron cartas. Un abogado que vivía en la misma calle trató de demandar a Gehry. Le increpaban por la calle y se produjeron dos disparos contra una de las ventanas.
Antes de que se mudaran a esa zona, vivían en un piso de un bloque de dos plantas, también en Santa Mónica, construido por el estudio de Gehry. Después de trece años en él, querían cambiar de aires. Su mujer, Berta Isabel Aguilera, dio con la casa, que estaba en buena zona y se ajustaba a su presupuesto. Pagaron por ella 160.000 dólares de 1977.
Pensaban hacer una pequeña reforma para mejorar la cocina y el salón. Pero Gehry se sentía incómodo en ella por su diseño insignificante. El autor del libro –arquitecto, profesor de Arquitectura y fundador del estudio Langarita Navarro– cree que a Gehry no le gustaba por su normalidad, o por su mediocridad, en un periodo en el que frecuentaba a muchos artistas, como el mismo Ron Davis, a quien había construido una casa estudio en 1972.
Su mujer estaba a gusto con la compra y el dinero para obras era escaso. Así que Gehry ideó una solución. Construyó una casa que rodeaba la edificación previa, sin relevancia arquitectónica. Ambas quedaron comunicadas, dentro de sus evidentes diferencias, y con el aliciente diario de vivir en aquel hogar contradictorio, siempre sorprendente.
En algunas partes mantuvo la fachada, aunque ya estuviera en el interior del inmueble, mientras que en otras dejó al aire su estructura de madera. Para el suelo, eligió el asfalto negro. «La sensación era la de estar en un ambiguo 'fuera' interior. El proyecto iba mucho más allá de una simple extensión. Era a la vez romántico, macarra, cutre, sutil, irónico e irremediablemente heterodoxo», explica Víctor Navarro.
Guggenheim teatral
El arquitecto madrileño subraya lo que Gehry aprendió del diseño de centros comerciales, «la disposición teatral de los espacios, los juegos entre realidad y ficción. Estás dentro de la casa y ves la fachada de uno de los edificios. En el Guggenheim también se aprecia la teatralización de los espacios y indefinición entre el interior y el exterior. Te colocas en el atrio y no sabes si estás dentro o fuera», relata.
En la casa que compró el matrimonio, que entonces tenía un hijo pequeño, conservaron la altura de las ventanas, de modo que a través de ellas se podía ver la calle. En la nueva construcción, las subieron por encima de la altura de los ojos para asegurarse de que el relato doméstico se construyera desde el interior de la vida familiar. No había posibilidad de ver a la gente de fuera ni de que les vieran.
Pero el diseño fue cambiando. Las maderas baratas fueron sustituidas por otras más nobles. Cambiaron las puertas precarias por otras más robustas. Las barandillas dejaron de ser de malla y se renovaron con otras de vidrio.
«Los niños necesitaban habitaciones y cosas, y teníamos más dinero para gastar. Construimos una piscina. Reparamos el tejado. Arreglamos el lucernario y la instalación eléctrica. Todo lo que se hizo desmanteló la nueva casa. La perdí. Necesitaba el cuarto de los niños, así que encajé el golpe y continué. Lo hice por el equipo», confesaba Gehry en una entrevista.
En 2016, Berta Aguilera y él compraron una casa en una de las mejores calles de Santa Mónica, dispuestos a disfrutar de una nueva vida, ya sin hijos. También carecía de encanto, pero esta vez la demolieron para construir una nueva.
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