Otras muertes a lo Gene Hackman
La reclusión, las adicciones y la inestabilidad mental apagaron la vida de otras estrellas que lo tenían todo
La tragedia de Gene Hackman, muerto en soledad, muy lejos de los focos y la devoción del público, no es un caso aislado. No todas ... las estrellas del cine y la televisión gozan (o desean) al final de su vida de la atención del público. O de la familia. O de los vecinos. La reclusión no siempre acarrea consecuencias fatales, pero bien es verdad que el caso del protagonista de filmes como 'La conversación' y 'Nunca canté para mi padre' parece el guion de una película de terror.
Hackman tenía 95 años y estaba enfermo de Alzheimer. Se encargaba de cuidarlo su mujer, Betsy Arakawa, casi tres décadas más joven. Al fallecer ella en primer lugar, el actor pasó una semana en su mansión de Nuevo México, desorientado y a la espera de una voz amiga. Algo que le conectara con el mundo. Una sensación que también experimentaron en circunstancias parecidas William Holden, protagonista de 'El crepúsculo de los dioses', y Bobby Driscoll, la primera estrella infantil de Disney. La angustia también marcó los últimos días de José Conde, conocido por 'Malena es un nombre de tango' y 'La conjura de El Escorial', sin olvidar series como 'Amar en tiempos revueltos' y 'Sin tetas no hay paraíso'.
Es muy probable que todos ellos llegaran a soñar con otra vida. ¿Qué hubiera sucedido de haber elegido otro trabajo? ¿Les compensó ponerse delante de las cámaras? Quién sabe. William Holden aparentemente no se podía quejar de nada. Tenía hechuras de atleta, una sonrisa espléndida y, además, una fortuna en el banco. Sabía hacerse valer y su caché siempre era desorbitado. Todo el mundo le respetaba, pese a que el alcoholismo terminó acelerando su declive físico. En 'Grupo salvaje', una de las obras maestras de Sam Peckinpah, estrenada en 1969, tiene 50 años pero aparenta una década más.
Pese a todo, siempre estaba magnífico, también en su última película, 'S. O. B.', una comedia negra de Blake Edwards sobre el negocio del cine. Para entonces el hombre que más quiso a Audrey Hepburn -ella lo dejó porque él no podía tener hijos- tenía 62 años, un centro de protección del hábitat en Kenia y se había distanciado de su última pareja. No tenía trato con sus dos hijos. Amigos no le faltaban pero ninguno se interesó por su paradero entre el 12 y 16 de noviembre de 1981. Durante cuatro días estuvo muerto en su apartamento de Santa Mónica, tirado en el suelo, rodeado de toallas con las que había intentado en vano frenar una hemorragia.
Murió desangrado por una brecha en la cabeza tras golpearse contra el canto de una mesa. Ese día se había bebido una botella de vodka y, según la autopsia, estuvo consciente media hora antes de desmayarse. «Seguro que no quiso llamar por teléfono por orgullo. Sabía que los paparazzis no tardarían en llegar y él siempre odió todo eso...», especulaba su amigo Glenn Ford en el funeral.
Muy distinta, al menos al principio, había sido la relación con la prensa de Bobby Driscoll, que saltó a la fama en 1950 como el pequeño Jim, en la adaptación de 'La isla del tesoro' que rodó Byron Haskin con el apoyo de los todopoderosos estudios de Disney.
Voz y figura de Peter Pan
Aquella superproducción basada en la novela de Stevenson lo puso en el ojo del huracán. Se convirtió en el niño mimado de periodistas, columnistas y fotógrafos. Se le adjudicó una estrella en el Camino de la Fama de Hollywood y se esperaba que fuera a dar muchos réditos. Tenía 13 años y en teoría bastante futuro. Se le fichó para poner voz a Peter Pan en la película animada y sirvió de modelo para su figura. Pero su transformación física y el acné no ayudaron a su carrera. Ni Hollywood ni la televisión volvieron a tomarle demasiado en serio. Se le relegó como un juguete roto y cayó en la espiral de las drogas.
Se casó y tuvo tres hijos pero nunca remontó. Entró en los círculos artísticos de Andy Warhol y acabó en la indigencia. Se le enterró en una fosa común con 31 años y poco más tarde, en 1969, se le identificó gracias a la insistencia de su madre que llegó a pedir la ayuda de la empresa Disney para localizarlo.
Todas las muertes dejan un vacío pero las hay que también suscitan interrogantes. La de José Conde es una de ellas. En 2011 desapareció un mes y se le encontró muerto sin signos de violencia en un edificio abandonado en Madrid. Estaba bajo tratamiento psicológico y nunca trascendieron los detalles de su dolencia. Tenía 55 años, mujer y dos hijos.
Colegas y amigas como Remedios Cervantes, Aroa Gimeno y Concha Velasco coincidían en definirlo como «vital, positivo y espiritual». Con una trayectoria de tres décadas, ya fuera en las pasarelas, delante de las cámaras o en los escenarios, nunca perdió la imagen de hombre fuerte, con una voz tonante y bien modulada. Era lo que veía y escuchaba el público. Una parte muy pequeña de la realidad de José Conde. Las estrellas también pueden desaparecer en la soledad más absoluta, pese a que nunca dejen de brillar.
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