Una voz interior

Han pasado casi 25 años desde el estreno de la obra fundacional de John Lasseter (el primer pilar de la catedral de Pixar), 9 si contamos a partir de 'Toy Story 3', y en este tiempo el estudio que debutó con 'Luxo Jr.' ha consolidado un estilo que de la admiración inicial ha llegado incluso a devenir en adjetivo peyorativo. ¿Hemos madurado? ¿Somos insensibles a sus prodigios técnicos –que en el caso de 'Toy Story 4' rozan lo infinito– ¿o bien Pixar comienza a sentir los efectos de haberse instalado en un modelo autoinmune?

Sí. Hemos madurado, la edad ha hecho mella en nuestra capacidad de asombro y los protagonistas de 'Toy Story 4' serpentean por lugares ya transitados sin que inicialmente apreciemos en ellos los efectos de una progresión dramática y psicológica maquillada de arrugas; pero lo que a primera vista es un viejo escenario sirve de lienzo para que Josh Cooley acompañe a nuestro viejo yo, y a la nueva generación de espectadores que se engancharán a esta saga, en una transición hacia el descubrimiento o redefinición de personajes como Forky (la ingenuidad) o Bo Peep (el feminismo), mientras el guion trabaja en la configuración de un discurso sobre la independencia y la autoconsciencia que culmina cuando a Woody le extirpan la pieza más preciada de su maquinaria interior para entregárselo a la reina madre de un ejército de muñecos ventrilocuos inspirados en 'El gran Gabbo' de Erich Von Stroheim.