Espectáculo y crítica, historia y contemporaneidad, taquilla, cine de altura y una mirada a la zozobra geoestratégica. ¿Demasiadas cosas para los Oscar? Ni mucho menos, ... porque el cine divierte y enseña, censura y sobrecoge, ya que es una industria y un espejo de hechos que la historia registra. Por eso se entiende que la gala fuera el retorno al viejo Hollywood, a los valores de una industria liberal, compensada en su materialismo con el compromiso temático e ideológico. El espectáculo en el Dolby Theatre fue de altura: Kimmel lo bordó como Billy Crystal o Bob Hope. Sus gags estuvieron en la línea precisa del humor, la sátira o en la frontera del buen y el mal gusto.
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El show escénico también fue impecable: Gosling no ganó el Oscar, pero su actuación con los 'boys' de sombreros 'southwestern' fue digno del mejor Broadway; el efecto cómico del desnudo de John Cena fue como una irreverencia de la calle 42; los histrionismos de Emma Stone, Robert Downey Jr. y Al Pacino un aire gestual del mejor entretenimiento; y el saludo del atildado perrito Messi como un retorno 'soigne' al terrier del 'Mago de Oz'. En cuanto al compromiso político, el equilibrio también fue admirable: Las alusiones a la huelga, el silencio sepulcral cuando Mstyslav Chernov aludió a Ucrania o la vinculación que hizo Jonathan Glazer de la deshumanización de 'La zona de interés', con el ataque de Hamás o con la situación en Gaza. Cine comercial, taquilla, pero también cine de rigor, que es el que manda en la Academia. 'Barbie' ya tenía la taquilla, pero la épica 'Oppenheimer' y 'La zona de interés' -dos cintas que retrotraen al pasado oscuro desde el presente incierto- ganaron por calidad y actualidad. Historia pasada y presente, en fin, como el aire vintage en la alfombra roja -el 'tailleur' sirena de Balenciaga que lució Carey Mulligan o la inspiración futurista de Schiaparelli en el escote dramático de Sandra Hüller-, otra sublime metáfora del gran Hollywood de ayer y de hoy.
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