Expresión natural
Redford decía que le gustaba improvisar, salir de los límites estrictos del guion para aportar frescura interpretativa, un añadido personal que reforzaba su visión subjetiva ... del personaje. Pero no era ni mucho menos un actor histriónico, alguien que hacía de la exageración y de la sobreactuación una categoría para seducir emocionalmente al espectador, sino más bien un intérprete de expresión espontánea, natural y próxima a la vida cotidiana, reconocible y dirigida a producir una ilusión perfecta de la realidad.
Pues con eso, y también con un aura de belleza física incontestable, Redford se convirtió en un actor versátil, con un carisma y una presencia escénica capaz de cautivar y seducir a las audiencias, todo lo cual le reportó a lo largo de más de seis décadas de carrera un éxito tan notable como ilimitado a la hora de ofrecerle autonomía en la selección de sus papeles y guiones o en la elección de las películas que dirigió, en las causas que como activista defendió y en las diversas iniciativas que emprendió, entre ellas el apoyo al Festival de Sundance y al cine independiente.
Cuestión distinta es su jerarquía en el parnaso del cine, al menos en la obligada comparación con los grandes actores de su generación, en el que también están o han estado entre otros Pacino, De Niro, Nicholson, Hackman, Hoffman o Warren Beatty. Pues bien, el carisma y el éxito de Redford le han aupado a un puesto preferente en esa clasificación generacional, como favorito del público y de las recaudaciones de la taquilla. Otra cosa es, por supuesto, esa calidad y esa asunción de un riesgo interpretativo que caracteriza a los más grandes actores del cine, algo en lo que Pacino, De Niro y algunos más han sido superiores.
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