Un seminario católico en la Checoslovaquia de los años 80, aplastado por la bota represora de un régimen comunista atroz, es el marco donde se desarrolla 'Siervos'. Toda una serie de seminaristas rebeldes sufren las manipulaciones ideológicas de un sistema dictatorial, de un férreo control estatal, capaz de justificar sus aberrantes prácticas políticas, sociales y culturales con las malditas razones de Estado. Filmado en un austero blanco y negro y pantalla cuadrada, el filme de Ivan Ostrochovsky atrapa al espectador por la veracidad de sus personajes y por la inquietante belleza de unas imágenes que rezuman angustia contenida y desolador espíritu crítico.
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Estos verdugos son incapaces de comprender que la fe religiosa entra en el corazón y no en las rodillas. Es al menos lo que da a entender una película tan rigurosa como 'Siervos', claustrofóbica en muchos aspectos de su desarrollo argumental, a la que obviamente le faltan ribetes irónicos, un poco en la línea de aquella observación de Woody Allen, cuando decía: «¡Ojalá Dios me diera una clara señal! Como hacer un gran depósito a mi nombre en un banco suizo». Sea como fuere, se trata de un honesto esfuerzo creativo, en el que también se sugiere de forma muy sutil que nunca como al morir un ser querido necesitamos tanto creer que hay un cielo.
Siervos
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Eslovaquia. 2020. 80 m. (12). Drama.
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Director: Ivan Ostrochovsky.
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Intérpretes: Vlad Ivanov, Martin Sulík, MIlan Mikulcík.
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