Crítica de 'Richard Jewell' (2019): Proteger y servir

Varón, blanco, soltero, 33 años, con evidentes síntomas de sobrepeso y un historial de pequeños excesos en el ejercicio de su profesión como agente de seguridad y ayudante del sheriff en el Condado de Habersham (Georgia). El perfecto mediocre al que la sociedad trata con una mezcla de desdén y condescendencia pero también un héroe que desde el anonimato actuó para mitigar los efectos del atentado terrorista que causó la muerte de dos personas durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. En 'Richard Jewell' no hay un solo minuto dedicado a alimentar bulos o teorías conspirativas: la tesis de Eastwood es simple y su exposición resulta tan clara y diáfana que en su sencillez brilla la complejidad de un personaje aparentemente anodino al que los investigadores del FBI le colocaron la etiqueta de principal sospechoso antes de dejarle a merced de los medios de comunicación.

El director de 'El francotirador' y 'Sully' no levanta la voz para señalar a los dos grandes poderes que martirizaron a Jewell, el gobierno de los EE UU y la trituradora mediática, dos vasos comunicantes que han quebrantado la fe del hombre medio en un Estado hiperintervencionista. En una somera lectura, la agenda política de la película señala a Eastwood como bastión del conservadurismo pero a medida que profundizamos en ella se vuelve tan inextricable como un personaje que, a pesar de las vejaciones a las que le someten los agentes del orden, tiene clara que su misión es la de proteger y servir a su país. Los cortes limpios en el montaje (que solo recurre al encabalgamiento de un par de secuencias en tono de thriller) y un trabajo de cámara que no deja ángulos muertos ni se abre a la especulación ponen en el centro del encuadre la hermosa amistad entre Jewell y su abogado (un sobresaliente Sam Rockwell) subrayando el magisterio de Eastwood en la difícil asignatura del clasicismo narrativo.