Crítica de 'My Beautiful Baghdad' (2019): Punto de encuentro

La homosexualidad, la mujer y la política en el mundo árabe son los temas planteados por el inquieto director iraquí Samir en un filme que, como 'My Beautiful Baghdad', denuncia sin paliativos la férrea censura del régimen político de su país, que combina elementos de una teocracia islámica moderna con un cierto grado de democracia. Una red de instituciones electivas y no electivas se influyen entre sí en la estructura de poder del gobierno. Trama ambientada en una cafetería de Londres, donde se reúnen exiliados iraquíes de toda condición, en un conjunto arriesgado, filmado por un cineasta también exiliado, desde que con seis años emigró desde Iraq a Suiza.

Curtido en toda una serie de filmes documentales al estilo de 'Odisea iraquí' (2014) o ficciones como 'Immer y Ewig' (1991), la película de Samir sugiere que, probablemente, el musulmán corriente y moliente no es el típico fundamentalista en su casa, en su fuero interno. Da incluso por descontado que no lo sea. Lo que no quita para que una vez llegado a Occidente el desarraigo lo deje con el único refugio de la fe y la mezquita. Por lo que la comunidad islámica se unirá en el aislamiento y su entrada en un gueto, que se verá después reforzada por las sucesivas oleadas de las escuelas islámicas, alegremente aplaudidas en muchos casos por los multiculturalistas.

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