«El centro de arte contemporáneo es un museo de clases medias»
Valentín Roma ·
El director del Palacio de la Virreina en Barcelona defiende proyectos alejados del 'blockbuster' para una audiencia «ávida de matices»Valentín Roma ha relatado en Bilbao su experiencia como director del Palacio de La Virreina en Barcelona, uno de los centros pioneros del arte contemporáneo en España y que, desde los años ochenta, cuenta con una programación expostiva pública y gratuita. «Es un edificio construido a finales del siglo XVIII, la residencia del virrey Amat. Construye el palacio y se casa con una joven novicia, pero muere enseguida. Se le llamó así, pero lo cierto es que la viuda no vivió allí ni tenía ese título porque cuando el individuo volvió de América fue desprovisto del título por su avaricia y malas artes». El historiador y escritor ha participado en los cursos de verano del Museo de Bellas Artes, que este año han girado en torno al actual modelo expositivo, su vigencia y transformaciones.
- ¿No existe un obstáculo de entrada cuando uno gestiona un lugar que se denomina oficialmente Centro de la Imagen?
- Claro, la imagen puede ser fotográfica, pictórica o cinematográfica. Explorar ese concepto tan ambiguo ha sido un eje a lo largo de los últimos nueve años.
- Además, se trata de una antigua residencia nobiliaria.
- No es un cubo blanco ni una caja negra, diría que es un 'patchwork' de paradojas institucionales, pero a veces no está mal explorarlas.
- Cuestiona el cubo blanco, el marco habitual para una exposición.
- Hubo un momento de gran preeminencia de los espacios expositivos genéricos sin ningún rasgo historiográfico, tan asépticos que recordaban la clínica que es de donde procede el concepto. No resulta extraña la relación entre esa genealogía hospitalaria y la figura del curator, que no deja de ser un curador. A mí me interesa otro tipo de espacios menos arquetípicos, donde las propuestas tienen que dialogar con la historia del propio edificio.
- ¿Qué lo sustituirá como escenario de las muestras?
- Creo que llegará la desasepsia del espacio expositivo. El cubo blanco opera en un tipo de propuestas muy determinada, minimalista, plena de elegancia, silencio y pulcritud, pero, por suerte, los espectadores han educado el ojo en otro tipo de espacios más historiados, más barrocos, más abigarrados, donde no hace falta toda esa retórica de la higiene curatorial que hoy ha sido superada.
- En los años noventa hubo una proliferación de museos dedicados al arte, en edificios de nueva planta o históricos rehabilitados. El arte se convirtió en un instrumento para dotarlos de alguna funcionalidad. ¿Cómo mantener su credibilidad?
- España tiene un montón de infraestructuras artísticas que en muchos casos no están operando al máximo rendimiento. La situación es muy compleja, frecuentemente también debido a direcciones que no son especializadas sino funcionariales, con una lectura totalmente básica de lo que es lo local. Además, los grandes, con su inflación mediática, política, de público y expectativas, desproporcionan el circuito. Yo soy bastante fan de los proyectos pequeños, pero pensados de manera más racional. Esa idea de que no puede tener ambiciones se ha cargado el contexto museográfico español. Tal vez pueden asumir tres buenas al año y no siete malas.
- ¿Las exposiciones temporales entendidas como producciones propias carentes de itinerancia suponen un despilfarro?
- Las instituciones grandes manejan presupuestos gigantescos. Nosotros no podemos desembolsar más de 100.000 euros para levantar una muestra de seis mesas con una media de 30 a 50.000 visitantes. La proporción es adecuada y hay itinerancias. Cuando son más reducidas es más fácil que viajen. Ahora bien, el formato no es el único. Trabajamos con programas públicos, publicaciones, las líneas de investigación.
- ¿Un museo público puede cuestionar el relato hegemónico?
- Es la pregunta que nos hacemos desde hace muchos años. Los museos pertenecen a la esfera pública, pero olvidamos el papel del usuario. Los perímetros ideológicos los marcan la política y los contenidos, pero también los visitantes. El centro de arte contemporáneo es un museo de clases medias, no bajas, pero la cultura es así en una buena parte.
- Usted asegura que, actualmente, el público tiene mayor criterio, pero predominan los espectadores foráneos que acuden a estas instituciones como un reclamo turístico más.
- No sucede siempre. Es como si dijéramos que la música está en decadencia porque existe David Bisbal, pero lo cierto es que también está Bach y los Pixies, o que la literatura se encuentra muy mal por el éxito de Ken Follett. Siempre se ha dado la cultura más masiva y complaciente, de radiofórmula, pero también hay una zona de la audiencia mucho más preparada que hace cinco años. Ahora se puede llevar toda la información en el móvil. Hay una parte de la audiencia que tiene mucha importancia y no por su número.
- ¿Pero no se buscan los 'blockbusters', las grandes convocatorias?
- Yo creo que se pueden hacer 'blockbusters' sin caer en la banalidad. Nosotros hemos dedicado una a John Berger en su periodo socialista que ha sido de las más visitadas. No sólo cabe hacer la historia de Harley Davidson. Reivindico proyectos expositivos en zonas de sofisticación ideológica y que son capaces de llamar a una audiencia diversa, no sólo a especialistas, ávida de una divulgación llena de matices.
- ¿Cuál es el futuro del museo?
- Es complicado contestar. Durante mucho tiempo en el arte contemporáneo hemos estado hablando de ideología desde un punto de vista excesivamente teórico y habrá que bajar al suelo. Vuelve la pregunta de cuál es la eficacia política del arte y esa cuestión va a marcar una agenda crítica. Ante el recorte de libertades y la guerra, ¿cómo seguir hablando y de qué temas? Hasta ahora, el museo ha diagnosticado el sistema y ha aportado elementales proyectos de transformación, y la proporción tiene que invertirse.
- ¿Y qué fue del 'star system' curatorial?
-Yo creo que eso no existe, es una superstición. No hay grandes 'curators' que estén dirigiendo con una bolita los designios el arte. Hubo tres estrellas y eso pasó hace veinte años. Hoy la mayoría no tiene trabajo. Antes hacíamos expos de tres meses y ahora de seis. Elaboramos cinco y tres están comisariadas por el equipo. Quedan dos y los honorarios son de 15.000 euros por el trabajo de un año. ¡Somos mileuristas!
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