El mito Laboa, Mikel «el juguetón»
El cómic sobre el gran referente de la cultura vasca, obra de Harkaitz Cano, Unai Iturriaga y Joseba Larretxe, es la gran estrella de la Azoka
Tres cabezas y dos manos. Suena un poco monstruoso. O fantástico. A ser de otro mundo, el de las leyendas y los sueños. ¿Qué tipo ... de sortilegio hace que un libro sea creado por tres cabezas y solo dos manos? Pues uno lanzado por el chamán Mikel Laboa, está claro, que es ya un artista legendario. Es él el que ha reunido, catorce años después de su muerte, a los escritores Unai Iturriaga y Harkaitz Cano con el dibujante Joseba Larretxe para contar su vida.
El cómic 'Ni ez naiz Mikel Laboa' (Elkar) –Yo no soy Mikel Laboa– es una de las novedades más potentes de esta Azoka de casi mil nuevas obras culturales. Se presenta este sábado por la tarde, a las 14.30 horas, en Talaia. Y, será cosa de la magia de nuevo, aunque no es una biografía al uso, ni un biopic, como dice Cano, sí que ahí está todo lo fundamental que hay que saber sobre el cantautor euskaldun.
Es posible que acabe siendo más Mikel Laboa que cualquier otro Mikel Laboa, avisan. De ahí el título, que recuerda a aquella obra de Magritte que decía desde el cartelito que no era una pipa y mira si lo era. De una atmósfera onírica y juguetona, de los «caprichos» de los tres autores enfrentados al gran personaje real, sale el relato de una vida –la íntima con su familia, la pública en los escenarios, la huella en la cultura vasca– al mismo tiempo que un juego de escenas, géneros, colores, formas, letras de canciones, idiomas inventados incluso. Es decir, todo muy Laboa (San Sebastián, 1934-2008).
Siempre distinto a lo esperado
Ese, el del juego, el de lo diferente, el de la trasgresión con respecto a lo esperado –ejemplo: el cómic empieza como un western, con el cantautor montado en una burra atravesando el típico desfiladero de película del oeste, con hilillo de agua y todo–, es un espíritu «muy cercano» al espíritu del músico de Donostia. «Tenía muchísimo humor, era un niño en el fondo, muy juguetón», explica Cano, una de las tres cabezas; esos rasgos están en el cómic y casi son el motor de la narración. Laboa tenía también esa parte de la mística, casi chamánica, capaz de dejar al público asomado a nuevos mundo que también están en este.
Como abrir una puerta y entrar en un laberinto en el que hay otras puertas y, dependiendo de la que se elija, llegar a un estado o a otro y así hasta el infinito. Eso está también reflejado en las páginas; de una ventana puede surgir algo nuevo, el escenario se abre para dejar ver otra cosa, una persona de corazón demasiado grande puede ser un pájaro e ir dejando atrás plumas de colores, el blanco y negro se trasforma en arco iris con ciertas notas y palabras. Y ahí está sonando, siempre, esa música que lo mismo vale para acompañar a lo trágico que a lo divertido, para una borrachera que para canción de cuna. «Eso es insólito. Eso es Mikel Laboa. Sinfónico, rap, new age, da igual, siempre funciona. Aunque el que más nos gusta a los tres es el más básico, con su guitarra, desnudo, despojado de todo».
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De todo menos de su humor, eso ya está dicho, y de su txapela, que en el cómic apenas se la quitan. Hay una escena en la que, para que lo pinte Zumeta, se sienta 'destxapelado' en una silla. Zumeta solo ve entonces cosas raras, monstruitos; suda, flipa, sufre, le entran calores, acaba de pintura hasta el pelo. No hay manera, tú. Hasta que el otro se tapa de nuevo la cabeza et voilá, portada de disco. Otra: en una entrevista para la radio, reflejada en el libro con el azul y blanco como base, a las preguntas muy formales del locutor se le ofrecen respuestas a lo 'Baga-biga-higa' –bonga bon, ai nie io ixkua...–. Y Laboa termina contaminando a su interlocutor con sus términos y con sus colores.
– Cuando Unai Iturriaga los reúne para este proyecto becado por la Cátedra Mikel Laboa, ¿no les parecía complicadísimo afrontar el reto de escribir sobre un personaje así?
– Nos daba cierto pánico. Es tan conocido, tan significativo, casi mítico en la canción vasca. Pero esa sensación nos duró solo los cuatro días del primer encuentro en Lekeitio. Hicimos una hoja de ruta y la rompimos. Luego fue un disfrute. Mikel Laboa es como la magdalena de Proust: cada uno tiene el suyo y se va a momentos diferentes de su vida. Partimos de los que más nos gustaban, apoyándonos mucho en las memorias de su compañera, Marisol Bastida, y en los recuerdos de la hija, Agurtzane, que nos dio libertad desde el principio. Decidimos jugar, como hacía él.
'Ni ez naiz Mikel Laboa' tiene muchas capas. Hay risas, pero no solo. Hay sueños, también pesadillas. El cantante tenía miedo escénico y miedo a entrar en el estudio de grabación, y eso se cuenta en este volumen. Se pasa de las risas y las canciones con Ez Dok Amairu –están todos los que cambiaron la escena musical vasca– al miedo de la Guerra Civil, que el niño Laboa pasó en Lekeitio con su familia. Decía recordar el bombardeo de Gernika, cómo pasaban por encima los aviones con su carga mortal, pese a sus tres años. Y ahí Larretxe, arquitecto de formación, apasionado del cómic, se ha dado el capricho de dibujar su propio 'Gernika'. No ha podido ser el desplegable de seis páginas que tenía en mente al principio, pero sí son seis páginas cargadas de dolor y de color.
El objetivo era contar una vida teniendo muy en cuenta una obra, y los autores están convencidos de que, pese a los saltos en todos los sentidos (de tiempo, de género, de técnica, de color), hasta quien no sepa quién fue el autor de 'Txoria txori' y su importancia en el panorama cultural vasco podrá conocerlo. Leerá el libro como la historia «de un músico excéntrico, una persona huidiza, muy juguetona y lúdica, con sus imitaciones de Cantinflas y sus idiomas inventados», con sus relaciones con los grandes artistas vascos de su época y su innovación de la canción rebuscando en la tradición. Un médico de corazón demasiado grande, según el diagnóstico que le hicieron de niño, que aprendió que para ir hacia delante hay que echar la vista atrás y que si le cortas las alas al pajarito que tanto te gusta, ya no será el mismo... y tú tampoco.
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