FOTO: YVONNE ITURGAIZ | VÍDEO: JON ANDER GOITIA

El torbellino imparable de la Azoka

La mañana de los estudiantes convirtió la Feria de Durango en un frenesí donde no resultaba nada fácil cruzar los pasillos

Miércoles, 7 de diciembre 2022

Las ferias culturales suelen ser una cosa tranquila, con ese ritmo pausado y meditabundo que se atribuye a las cosas del intelecto, pero la jornada ... de este miércoles de la Azoka no se ajustó precisamente a ese estereotipo. Era la mañana de los estudiantes y eso, de algún modo, hacía que hubiese tres azokas simultáneas que transcurrían a velocidades distintas. Estaba la de los niños, imprevisibles tornados capaces de revisar los 248 stands de Landako Gunea en cuestión de minutos y encontrar, además, todas las muestras posibles de 'merchandising' gratuito: ahí iban, cargados de pegatinas, marcapáginas, folletos, planos y algún calendario, en un galope incesante que habría enorgullecido a sus profesores de educación física.

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Después, estaba la velocidad de los adolescentes, que tampoco era una cosa despreciable pero estaba sometida a más variaciones. Ellos tenían una misión que cumplir: los profesores les habían repartido cuestionarios que debían rellenar, en plan yincana, y recorrían el recinto en grupos apurados y nerviosos, que aceleraban bruscamente el paso en cuanto alguno creía haber localizado un dato que les faltaba. Muchas veces era una falsa alarma, pero otras la cosa funcionaba y entonces formaban círculo y se ponían a rellenar sus papeles apoyados sobre la espalda de los demás. Y estaba, en fin, la feria de los adultos, que a menudo acababan simplemente parados, atrapados en algún cruce de pasillos por el ímpetu de la juventud que pasaba zumbando por todas partes. «Esto da un ambiente muy chulo a la Azoka», sonreía uno de los mayores, aunque también es verdad que era profesor y estaba más acostumbrado.

La edición número 57 de la Feria de Durango no es una más. Llega después de las dos convocatorias de la pandemia, anómalas y un poco insatisfactorias, así que ha pillado a todo el mundo con unas ganas extraordinarias, como si este miércoles hubiesen desplegado de golpe toda la energía que no pudieron liberar en 2021 y 2020. El estallido del eslogan de este año («eztanDA!») y el Big Bang del cartel casi se han quedado cortos. «Yo nunca había visto tanta gente el primer día, ni tantos autobuses fuera. Y hay una cantidad de libros increíble», se asombraba el autor y editor Beñat Arginzoniz. Las encargadas del mostrador de información, sitiadas por oleadas de adolescentes con sus cuestionarios en la mano, se merecen alguna medalla como heroínas del trabajo. ¿Cuántos libros se presentan? ¿Qué película se proyecta el sábado a las doce y media? ¿Quién es el autor del cartel? «Hay una barbaridad de chavales. Contestamos a lo que podemos, porque algunas son cosas muy concretas, de buscar el libro y mirar quién lo ha ilustrado», suspiraba una de las azafatas en mitad del ametrallamiento.

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Fenómeno fan

Nada más entrar a Landako Gunea, uno se topaba con Toti Martínez de Lezea firmando y sentía esa sensación reconfortante de pisar terreno conocido, como si hubiese vuelto a casa por Navidad. «Me gusta la Azoka porque aquí podemos encontrar toda la producción vasca, todo lo que hay. Llevo viniendo toda la vida... Bueno, toda no, 50 años, y firmando 23», calculaba la autora alavesa. Unos cuantos expositores más adelante, Ibon Martín atendía a ese público variopinto que resulta de combinar la novela negra y la literatura infantil: «Cuando escribes, no sabes quién va a estar al otro lado, y aquí les pones cara. Me sorprende ver que hay un fenómeno fan entre los niños que leen las historias de Onin. Hace ilusión ese movimiento en torno a los libros y no alrededor de un futbolista», celebraba.

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«Nunca había visto tanta gente el primer día, ni tantos autobuses, # hay muchísimos libros»

Claro que las mayores colas, tan largas que se prolongaban por el exterior del recinto, se encontraban en la zona dedicada a la música. Pello Reparaz, de Zetak, atendía con admirable paciencia a un suministro inagotable de fans, algunos jovencísimos.

- Pero... ¿sois muy jóvenes, no?

- Tenemos 10 años.

- Bueno, vamos a cumplir 11.

«La Azoka es un oasis: para nosotros supone un empujón muy importante -elogiaba Pello-. Tiene un montón de cosas especiales y este año todavía más: yo, que soy ya veterano y también nostálgico, me he conmovido un poco con el pistoletazo de salida». Iban pasando niños, adolescentes, más niños, jóvenes, y se sacaban fotos con él y le daban papeles para que se los autografiase. ¿No es obligatorio comprar disco? «Noooo, hay que firmar lo que sea, ¡nos debemos a ellos! Algunos traen fotos tuyas que han imprimido en casa».

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El papel más pequeño

En algunos puntos de la Azoka se podía visualizar la grieta generacional: por ejemplo, están juntos los stands de Su Ta Gar e Izaro, y la media de edad de sus públicos habría sido muy distinta si no fuese porque, ante la cantante de Mallabia, algunos chavales iban acompañados por sus padres y eso equilibraba la cuenta. «Lo mejor de la feria es estar con el público -agradecía Izaro, que iba comentando curiosidades mientras autografiaba 'tote bags'-. Hay algunos que parece que quieren batir el récord del papel más pequeño para firmar. Me encanta ver su ilusión. Y me enternecen un montón los adolescentes que vienen con sus madres».

«La Azoka es muy especial, y este año más: yo me he conmovido con el pistoletazo de salida»

En la Azoka se codean los gigantes de la cultura vasca con artistas emergentes como Ilargi, la cantautora de Lezo que ha contratado medio stand para vender su segundo disco. «Es una cita importantísima, un chute económico y anímico», resume el músico Rafa Rueda. «Aparte de este ambiente precioso, luego hay un postambiente también muy chulo, entre profesionales, donde sueles cerrar tratos», desvela María Macía, de la editorial Consonni. ¿Y se vende? «Se vende, se vende. Yo incluso tengo clientes fijos que vienen a ver qué he hecho este año. Lo mejor son los abrazos, los encuentros», responde el fotógrafo y periodista Santiago Yaniz.

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A una chica con sudadera de 'Motomami' solo le falta la última respuesta de su cuestionario. Otra, que ya ha terminado, viene corriendo a avisar a sus amigas de que hay marcapáginas de Isadora Moon, la chica mitad hada mitad vampiro, y salen todas corriendo a rapiñar unos cuantos. Se acerca la hora de comer y los adolescentes se dispersan: el torbellino de la Azoka se va serenando, las encargadas del mostrador de información pueden respirar, ya no hay que mirar a derecha e izquierda para que no te arrollen en los pasillos. Y, ay, resulta que de inmediato empezamos a echar de menos todo ese barullo, toda esa vida.

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