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La publicación de Jose Carlos Torre muestra a un Eguillor en constante evolución, no solo en cuanto a estilos sino también en materiales, formatos y ... temáticas. Un hito en ese camino fue su periplo por Nueva York en 1985, gracias a una beca del Pratt Institute para estudiar imagen fotográfica y nuevas tecnologías como el videoarte. Dicha oportunidad fue una liberación para un artista que se sentía ya oprimido por un clima de adoctrinamiento que no le gustaba. Y es que la apertura política de la que bebió y se inspiró en los 70 se convirtió en restricción una década más tarde, lo que le llevó a ampliar miras.
«Su etapa en Nueva York es un viaje iniciático y una vía de escape, porque en Euskadi se sentía completamente maniatado por la restricción política. A pesar de que su trabajo había recogido el carácter reivindicativo de la sociedad, Eguillor era mucho más que eso y tenía muchísimo más que ofrecer, por lo que se sentía muy asfixiado», detalla Torre. Cubre por tanto una necesidad personal y otra en el plano artístico y de investigación en nuevas tecnologías. «Tuvo la tentación de quedarse a vivir allí pero al final decidió volver porque nuevas posibilidades y oportunidades le empujaron a ello». Como legado neoyorquino, queda su trabajo con la ilustre escritora Carmen Martín Gaite, con la que coincidió en la ciudad y gestó el libro conjunto 'Caperucita en Manhattan', que vio la luz en 1990.
Para entonces, Eguillor ya llevaba tiempo viviendo en Madrid, donde se instaló al volver de Estados Unidos, espoleado por sus trabajos para 'El País' con 'Los cuentos de la abuelita'. Son años prolíficos para el ilustrador, que desarrolla nuevos personajes como Max Bilbao, alter ego con vocación de observador, y retoma asimismo su colaboración con EL CORREO en 'Agur, amante' (1995), tira diaria que comenzó hace justo 30 años y cuyo argumento iba modulando en función de la actualidad política. Cosechó gran éxito y dio forma en ella a personajes clave en su universo como Miss Martiartu o el profesor Lertxundi.
Este trabajo intenso no le libró sin embargo de sufrir apuros económicos para mantener su piso de Madrid, según recuerda Torre: «A pesar de tener un montón de trabajo y de ser un dibujante consolidado, tenía muchas dificultades para salir adelante». Hasta el punto de que sus amigas de 'El País' le tuvieron que echar un cable en una ocasión. «Cuando tuvo que hacer frente a la hipoteca del apartamento, como era una persona muy querida, sus compañeras de la redacción hicieron una colecta y le ayudaron a pagar una deuda que había acumulado», recuerda.
En sus últimos años, Juan Carlos Eguillor siguió experimentando con nuevos avances, en este caso con todo lo relativo a internet, y llegó incluso a crear un avatar de Max Bilbao en la red social Second Life, poco antes de fallecer en Madrid en 2011. Se fue sin obtener gran reconocimiento de la profesión en vida, únicamente se premió su trayectoria en el Salón del Cómic de Getxo en 2009.
En los últimos años, la figura de Eguillor ha sido rescatada gracias a trabajos como el de Jose Carlos Torre, que con su labor investigadora ha dotado además a la obra del añorado dibujante de un trasfondo teórico que se mueve entre lo social, lo político y lo personal. «Eguillor recoge el clima social y, desde su particular mirada personal, consigue plasmar su versión de lo social que había observado previamente, con tan buena suerte que resulta un trabajo con el que acaba sintiéndose identificada una gran parte de la población y es un retrato social de su época», expone el autor de 'Bilbao la muerte' que, sobre la etapa neoyorquina, concluye que allí el proceso se invirtió: «En Nueva York, por el contrario, el componente personal se convierte en lo más importante de su obra».
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