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Hay que imaginarse la escena. Decenas de cuadros pintados por Ignacio Sáez (Bilbao, 1971) en un almacén de Igorre, el local de un amigo suyo. Permanecían allí, amontonados, rozándose los unos contra otros, esperando nada porque su autor estaba ya en otras historias. De pronto, el director del Bellas Artes, Miguel Zugaza, entra en plano. Había acudido al lugar para recoger dos óleos donados del artista y, de pronto, descubre ese ramillete de obras 'abandonadas'. En aquel momento no hizo nada, pero, hace año y medio, recordó. Y decidió regresar a por ellos para rescatarlos, con la idea de sacarlos a la luz en una exposición.
Como comisario pensó en el artista Txomin Badiola, a quien la primera visión de todos aquellos cuadros inmediatamente le inspiró no solo la forma en la que quería organizarlos en la muestra, sino también la redacción de su segunda novela. Con la idea pergeñada, pidieron permiso a Sáez, que hasta ese momento permanecía ajeno al 'complot'. Y finalmente, hoy se inaugura la exhibición de 35 de aquellos cuadros 'perdidos' en la galería Carreras Mugica de Bilbao, mientras que Zugaza presentó ayer el libro de Badiola, titulado 'El curador'.
Esta es la sinopsis de una especie de trampantojo entre literatura, pintura, casualidades y una película de aventuras con varios protagonistas. El primero de ellos, el rescatador Zugaza: «Ignacio Sáez ha tenido la suerte de contar con un ángel de la guarda, el artista Iñaki Elexpe, que guardó un montón de obras suyas en su local y nos donó un tríptico y un autorretrato con la condición de que los exhibiésemos en el museo. Y así fue, se integraron en la muestra 'Gaur, Hemen, Orain' de 2002, y en otra en 2021. Pero allí quedaron otro montón de obras. Y al cabo del tiempo, cuando vuelves sobre los pasos que has dado, recordé aquellas piezas, que eran un tesoro. Y fuimos a buscarlas».
Sáez habla así sobre sus cuadros 'olvidados': «Estaban guardados, todos juntos. Algunos habían sido expuestos en alguna ocasión, pero otros son inéditos. Son obras que estaban allí y yo casi ni me acordaba de ellas...». Una de las casualidades es que Sáez estudió arte con Gilermo Zuaznabar, conservador de diseño y arquitectura del museo bilbaíno (participó en el rescate), «y dice que mientras la mayoría se estaba formando para ser artista, Sáez ya lo era –relata Zugaza–. Antes de cumplir 18, venía a la biblioteca del museo y tuvieron que falsificarle el carné, era un niño prodigio».
Txomin Badiola
Artista plástico y escritor
Habría que haber visto la cara de Badiola cuando le mostraron el hallazgo. Él describe así el momento: «Fue emocionante cuando me encontré todo aquello amontonado, ver tanta cosa al mismo tiempo, una sobredosis. A mí la obra de Ignacio siempre me ha importado, yo exijo al arte que te toque la tripa y no es fácil, pero en su caso es muy potente. En ese mismo instante, los cuadros se fueron organizando en mi cabeza y visualicé rápidamente cómo sería la muestra. Estaban un poco maltrechos, descascarillados, pero con una pequeña restauración no habría problema». No solo eso, el impacto provocó en él otro efecto: «Me inspiró mi segunda novela, 'El curador' (ed. Caniche).
Zugaza recuerda cuando Badiola, «en lugar de entregar los cuatro o cinco folios que suelen escribir los comisarios hablando de las obras y el artista, apareció con el original de la novela, lo que dio lugar a un compromiso más radical con el proyecto. Le aportó seguridad al artista y le propuso ya recuperar las piezas. Y con todo, se ha desencadenado algo original y muy generoso por parte de Badiola, para quien cada vez cobra más importancia la parte de literatura, con esta segunda novela. Él ha ido sumando calidad a este proyecto».
«Es cierto –dice Sáez– que las obras habían sufrido diferentes traslados y tenían pequeñas rayaduras, golpes. Y aunque nadie me ha exigido que las repinte, tan solo que realice una pequeña restauración, me puse no a acabarlos, no es esa la palabra, sino a continuar con ellas».
¿Cómo inspiraron los cuadros la segunda novela de Badiola? Aparecen en ella como destellos: «Al estar implicado con Sáez como comisario de su exposición, me surgió la idea de que la protagonizase un curador, y se me ocurrió, como somos los dos artistas, que hubiera dos formas comunicativas de una misma cosa, la exposición y la escritura. Mi novela es una ficción literaria autónoma que se puede leer sin ver los cuadros. Y al revés, los cuadros se ven y no es necesario leer, pero que convivan ambos añade valor».
En el libro, un comisario de arte habla en su habitación con alguien al otro lado del tabique. El curador está organizando la exposición de los cuadros olvidados de un pintor y le cuenta a esa voz cómo hacerlo. Realidad y novela comparten algunos paisajes y escenarios, explica Badiola, «pero los espejos en los que se miran son demasiado cambiantes como para establecer equivalencias inequívocas entre ambos». «Los cuadros tienen que ver con esa idea del otro, que para cualquiera es siempre un abismo insondable».
A Sáez, el libro le «encanta»: «Txomin no ha sido un comisario al uso, no he tenido presiones y a lo largo de un año y cuatro meses ha vivido la restauración. El que haya escrito esta novela me encanta, no me gustan los textos que explican mis obras, pero este de Txomin a partir de mis cuadros ha renovado la visión que yo mismo tenía de ellos. Y está muy bien, además, que alguien haya querido ponerlos en valor y sacarlos a la luz». Atrás queda la oscuridad de aquel almacén.
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