El proyecto póstumo «más querido» de Gehry es «una cremallera que cose la Ría»
El arquitecto ha dejado «casi acabada» la red de transporte fluvial desde Getxo a Bilbao, desvela su estrecho colaborador César Caicoya
El pintor Ed Ruscha resume a la perfección en 'Escenas de Frank Gehry', el documental de Sydney Pollack, la esencia del arquitecto, fallecido este viernes ... a los 96 años en su casa de Santa Mónica (California). El padre del Guggenheim siempre se sintió más a gusto entre artistas que con sus colegas de profesión. «Mezcla la falta de restricciones del arte con algo tan concreto e inamovible como las leyes de la física. Si se construye un edificio, tiene que mantenerse en pie. Y que yo sepa, todos los suyos lo hacen», observa Ruscha.
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Una botella de Marqués de Riscal de 1929 como «remate final»
César Caicoya fue sin duda el colaborador más cercano de Gehry en la construcción del Guggenheim y del hotel Marqués de Riscal, junto a las bodegas del mismo nombre en la localidad alavesa de Elciego. «Los artistas crean un lenguaje y continúan con él hasta que mueren. Frank cambió el lenguaje de la arquitectura del siglo XX, rompiendo el paradigma del postmodernismo. Imitarle sería como imitar a Picasso», compara.
El arquitecto ovetense afincado en Bilbao ha mantenido durante todos estos años «un trato asiduo y de extremada confianza» con Gehry, que no ha podido ver concretado su anhelado segundo proyecto para Bilbao: la red de pantalanes y terminales marítimas en la Ría, que la recorrerá desde la terminal de cruceros del Puerto Deportivo de Getxo hasta el Ayuntamiento bilbaíno.
«A lo mejor peco de indiscreto, pero Frank estaba muy involucrado en el proyecto», apunta Caicoya. «Siempre se quejó de que no había vuelto a trabajar en Bilbao. Estaba enamorado de esta obra y por él la tenemos casi acabada», descubre. Gehry tenía varios proyectos en marcha, «pero la de Bilbao probablemente sea su última obra y la más querida». «Frank navegaba. Siempre nos decía que no estábamos aprovechando la Ría».
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La fascinación del canadiense por la capital vizcaína también se extendía a su gente. «Era muy listo. Y se dio cuenta rápidamente de que podía fiarse de la palabra de los vascos. Se lo pasaba muy bien y aceptaba los contratos porque sabía que no le íbamos a dejar en la estacada», destaca uno de los fundadores del estudio Idom. Gehry también disfrutaba de los restaurantes y de las excursiones. Sin embargo, ya no nos acordamos de que el Guggenheim fue un proyecto muy impopular en el Bilbao de comienzos de los 90, azotado por el paro y el terrorismo, donde (casi) nadie podía prever que un museo de arte moderno cambiaría la identidad de la ciudad.
«Nos tiraron huevos podridos cuando presentamos la primera maqueta en la Bolsa», recuerda César Caicoya. «La oposición política y ciudadana fue absoluta, no sé si a favor del Guggenheim había diez personas. Lógico. Sufríamos una crisis económica brutal, paro... ¿Gastarse el dinero en un museo de arte moderno en Bilbao, donde los trabajadores van con traje gris a la oficina?».
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1,3 millones de personas visitaron el Guggenheim el año pasado, tan solo un 2% menos que en 2023, el año del récord. Y casi el 70% de ellos son extranjeros. En su día, el estudio de viabilidad más optimista daba 400.000 visitantes. «En Harvard se estudia como un caso de éxito», se enorgullece el colaborador de Gehry. ¿Era su autor consciente de la repercusión que iba a alcanzar el edificio del siglo XX que más portadas ha protagonizado? «No. Ni Picasso podía pensarlo del 'Guernica'», zanja Caicoya. «En este oficio trabajas para el cliente lo mejor posible, en este caso para Bilbao. El objetivo era hacerlo bien, y Frank era muy exigente en eso».
Caicoya ha participado en siete proyectos de museos Guggenheim repartidos por el mundo que no han salido: Japón, México, Finlandia, África... Tan solo verá la luz este año el de Abu Dabi, también diseñado por Gehry, que será el Guggenheim más grande del mundo.
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Con permiso de Norman Foster, autor del Metro bilbaíno, Frank Gehry era el arquitecto popular por antonomasia. Amigo de estrellas como Dennis Hopper y Brad Pitt, llegar hasta él no era fácil, confirma Caicoya. «Desde que ganó el Pritzker era muy famoso e inaccesible, tenía muchas barreras para que no le dieran la brasa». «Sin embargo, en el trato descubrías a un hombre tremendamente humano, que venía de una familia muy pobre y que trabajó para pagarse la carrera repartiendo desayunos a las cuatro de la mañana por Los Ángeles».
Caicoya rememora a un tipo cordial, que tomaba el pacharán casero que le hacía su mujer. «Si salían las cosas bien era maravilloso, si no, sacaba el látigo. Pero en Bilbao todo salió bien», se congratula el arquitecto, al que le tocará materializar el todavía anteproyecto de esa red fluvial de transportes que verá la luz en un futuro cercano, cuando la margen derecha de la Ría también disponga de una pasarela para recorrerla a pie o en bicicleta.
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«Será el único transporte fluvial del mundo con un horario, de siete de la mañana a once de la noche, y una sola compañía. Habrá muchos barcos y de varios tamaños, de Getxo a Bilbao, de Erandio a Santurtzi... Una cremallera que cose la Ría, con edificios en los pantalanes donde puedes comer o tomar un café, hacer deporte, escuchar música... Y todo eso con el sello de Gehry. Va a ser algo tremendo».
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