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Un empleado del Guggenheim posa delante de la pieza 'Obreros' (1933). Ignacio Pérez

El Guggenheim hace justicia con la 'desconocida' Tarsila do Amaral, la Frida Kahlo de Brasil

La pintora modernista más famosa de su país mezcló las vanguardias europeas con la iconografía indígena tan apreciada por los artistas de su tiempo

Jueves, 20 de febrero 2025, 12:20

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Entre las muchas cosas curiosas que pueden decirse de Tarsila do Amaral (Sao Paulo, 1886-1973) es que fue elegida por la Unión Astronómica Internacional en 2008 para bautizar con su apellido un cráter de Mercurio. Aunque la más sorprendente de todas quizá sea que para muchos europeos se trata de un nombre totalmente desconocido, pese al peso de su trayectoria en el modernismo internacional y sobre todo al compararla con la superexposición de la mexicana Frida Kahlo, con la que comparte puntos de confluencia aunque no llegaran a conocerse en persona.

La mujer que pronunció la frase «Quiero ser la pintora de mi país» y llegó a serlo, pues si se pregunta al azar en las calles de Brasil por un artista nacional lo más probable es que respondan Tarsila, protagoniza desde hoy una retrospectiva en el Guggenheim; hasta el 1 de junio exhibirá 147 piezas de su extensa obra –fue autora de 272 pinturas, 6 murales y 1.300 dibujos–, en un recorrido dividido en seis secciones que refleja su intensa vida y carrera profesional.

'Autorretrato' (1924).

La muestra fue presentada ayer en rueda de prensa por el actual director, Juan Ignacio Vidarte (que celebraba su cumpleaños), junto a las comisarias de la muestra, Cecilia Braschi y Geaninne Gutiérrez-Guimarães. Dicen que es la exposición más completa sobre su figura, pues hasta ahora las muestras se habían alimentado casi exclusivamente de la gran cantidad de obra creada en la década de los 20, mientras que este recorrido abarca hasta los años 60, permitiendo ver los muchos cambios formales y de contenido en su arte.

Vidarte destacó «el especial interés del Guggenheim en dar espacio a la obra de artistas de Latinoamérica», y también el absoluto protagonismo femenino de las exposiciones previstas este año: «Es la oportunidad de poner en valor y acercar al público esta artista emancipada, independiente y adelantada a su tiempo». Interpelado sobre el proyecto de la Diputación y el Gobierno vasco para conocer la opinión de colectivos de Urdabai sobre la idea de instalar allí una nueva sede del museo, respondió: «Es una iniciativa de dos instituciones del patronato y no tenemos nada que decir, forma parte del tiempo de reflexión para tomar la decisión».

'Urutu' (1928).

Al inicio del recorrido pueden verse ejemplos de sus piezas más realistas y también cubistas, como un dibujo del piano al que a punto estuvo de dedicarse en un principio, idea que desechó porque su timidez hubiera dificultado los conciertos en directo ante un público. Cuánto mejor pintando a solas. La muestra exhibe varias fotos de ella –«Su físico y su manera de vestir nunca pasan desapercibidas», destacan–, óleos, dibujos y libros. En aquella década fue construyendo un imaginario nacional moderno de su país, mientras que a la vez satisfacía las demandas de exotismo.

'Carnaval de Madureira' (1924) y 'Vendedor de frutas' (1925). Ignacio Pérez

La pintora más representativa del movimiento modernista no solo de su país sino de toda Latinoamérica tuvo la fortuna de nacer en una familia adinerada (y blanca) que supo cultivar y promover el interés de la joven Tarsila por el arte, pagando sus estudios en una época en la que pocas mujeres disfrutaban de esa suerte. Dos años interna en un colegio de la modernista Barcelona hicieron ya mella en su percepción de la realidad. Luego se cultivó como artista en sus estancias en París, y al regresar a su ciudad formó el Grupo Dos Cinco, para introducir las vanguardias europeas.

También integró el Movimiento Antropofagia, a finales de esa década, que pretendía crear una cultura brasileña moderna a partir de sus raíces. El título del colectivo hace referencia al vocablo en lengua tupí-guaraní 'abaporu', que significa 'hombre que come hombre', en base a antiguas creencias por las que al devorar a otros se asimilan sus cualidades, y, como explica la muestra, «los brasileños se apropiaron de culturas extranjeras, colonizándolas y reelaborándolas».

'Bautizo de Macunaima' (1956).

Eso hizo Tarsila, aprovechar lo que muchos europeos buscaban como inspiración y ella había mamado en su entorno, la iconografía indígena, y la sumó a su base de cubismo, expresionismo... Fue el sustrato para crear su estilo, llamativo en un primer vistazo por su paleta de colores y las formas exóticas. De esa década son sus pinturas de seres oníricos, animales extraños, medio humanos, con pies gigantes...

'Aldea con puente y papayo' (1953).

En 1926 se casó con el poeta Oswald de Andrade. Como apunta el historiador del arte Miguel Calvo Santos, «en esos años, Tarsila tuvo un gran éxito internacional, parecido a lo que le había pasado a Frida Kahlo». Según Dali Adekunle y Fernanda Senger en su artículo 'Kahlo y Amaral: Representaciones artísticas del feminismo blanco en América Latina', «la dedicación de Amaral al primitivismo visual y las imágenes surrealistas mexicanas de Kahlo inauguraron un renacimiento latinoamericano que construyó la base para las conceptualizaciones de raza, clase y nacionalismo de las siguientes generaciones. Reescribieron las preconcepciones de feminidad en sus sociedades machistas».

«Y aunque Tarsila no conoció a Frida –añade Gutiérrez-Guimarães– ambas tuvieron que insertarse en contextos difíciles, pues se divorciaron, viajaron, fueron artistas pioneras y abrazaron un modelo de figura femenina alejado de los cánones».

'Autorretrato' (1926).

Divorcio, bancarrota, viaje a la URSS y cárcel

En los años 30, la vida de Tarsila cambia drásticamente: se divorcia, cae en bancarrota por el hundimiento de la Bolsa de Nueva York y tiene que empezar a vender obra para mantenerse. Viaja a la URSS, donde se empapa de socialismo, y a su regreso es encarcelada por la dictadura por hacer ostentación de estas nuevas ideas. Señalan desde el Guggenheim: «La dimensión militante de las pinturas de Tarsila en la década de 1930 y su capacidad para acompañar las profundas transformaciones de su entorno social y urbano hasta los 60, confirman la fuerza de una obra en sintonía con su tiempo y siempre dispuesta a renovarse, a pesar de las inestables condiciones que debe afrontar una mujer artista emancipada e independiente».

'Costureras' (1950).

Tras conocer la URSS, marchó a México, donde contactó con el escritor y muralista David Alfaro Siqueiros, amigo de Diego de Rivera conocido por su activismo político, y regresó empapada de conciencia social para hacer su obra más 'muralista', 'Operarios' (1933), una pirámide (de clases sociales) con tristes rostros de diferentes razas junto a las chimeneas de una fábrica. «Una obra impactante –explicó Cecilia Braschi–, que no recibió atención en su momento al no estar vinculada a las tendencias vigentes ni a su estilo».

'Ferrocarriles centrales de Brasil' (1924).

«A partir de los años 30, sus cuadros se llenan de trabajadores y, sobre todo, trabajadoras, y aunque no se definió como feminista, las mujeres protagonizan sus cuadros como parte activa», señala Gutiérrez-Guimarães. En los 50, cuando empieza a crearse el nuevo Brasil, llegan los paisajes modernistas. Al salir de la exposición el visitante se pregunta cómo es posible que la existencia de Tarsila haya pasado tan desapercibida entre nosotros.

'La metrópolis' (1958).
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