Celebrar el centenario de Chillida también es desear una más exacta comprensión de su obra y su trayectoria, lo mismo que aspirar a una inclusión ... definitiva y estable de su legado en el patrimonio cultural y público del País Vasco. En cuanto a lo primero, tiene razón González de Durana cuando afirma la ausencia de una biografía rigurosa y crítica que señale con precisión las vicisitudes de su vida, que las contextualice en sus etapas creativas y que las vincule con una obra inmersa en las premisas de la escultura de vanguardia contemporánea. La abundancia de publicaciones sobre Chillida en las últimas décadas, las catalogaciones de su obra y las diferentes muestras parciales o antológicas que se le han dedicado en prestigiosas instituciones museísticas han dado una respuesta subjetiva y a veces grandilocuente de diversos estudiosos y comisarios a sus fundamentos creativos y a una indagación filosófica y espacial que no concuerda, exactamente, con la renuencia del propio artista a disertar sobre su obra o incluso con su deseo de que sus esculturas explicaran por sí solas todo lo anterior.
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En otras palabras, el discurso creativo de Chillida es al final mucho más de sus intérpretes que del propio Chillida, algo que obligaría para su mejor comprensión a una vuelta a sus raíces originales y a la simplificación de una narrativa ciertamente ampulosa. Siguiendo con esa vuelta a la voluntad primigenia de Chillida, también cabría preguntarse en este centenario por su deseo en relación con su legado material y, en concreto, con ese maravilloso «espacio congregador» del que habla Barañano para referirse a Zabalaga. Pues seguramente Chillida hubiera preferido ante todo la garantía plena de su viabilidad y de su apertura permanente, pero quizás también su disfrute por la sociedad vasca como un bien público y común a cargo de unas instituciones que lo hubieran valorado como un activo fundamental de nuestro patrimonio cultural, que por ello lo hubieran adquirido en su justa cotización y que con su protección hubieran garantizado para siempre la indivisibilidad del conjunto.
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