No es ninguna sorpresa que la nueva edición de la Bienal de Venecia se acompase en su programa general a ese paralelismo entre los caminos ... creativos del arte y las preocupaciones sociales del momento, esta última una categoría casi siempre afectada y aplastada por el discurso ideológico imperante. No extraña entonces, por supuesto, que tras las miradas a la sostenibilidad o a la superación del canon occidental en ediciones anteriores, ahora el concepto curatorial y multidisciplinar de su programa general se fije en los marginados, los disidentes, los migrantes, los excluidos o incluso en los errores del pasado colonial de Occidente, todo ello de la mano de Adriano Pedroso, el primer latino y queer que dirige la Bienal, un profesional riguroso que asienta su práctica curatorial en una visión alternativa de la creación artística, especialmente centrada en la relectura crítica de la historia oficial y en el impulso a un arte que supere el ahora denostado etnocentrismo. Una Bienal al compás de esta vigente avalancha ideológica, pues, en la que encaja como un guante el revisionismo en construcción del pasado colonial español, esta vez a cargo de la artista peruano-española Sandra Gamarra Heshiki, quien con su proyecto 'Pinacoteca migrante' cuestiona en el pabellón español las narrativas coloniales, el concepto occidental de los museos y nuestra propia historia, una selecta imperiofobia artística que nos asemeja conceptualmente al colonialismo inglés, francés, holandés o belga. Eso también, la gran paradoja de una Bienal dedicada en buena parte a la emigración es que el pabellón del país con mayor emigración contemporánea -Israel- no haya abierto sus puertas tras las 9.000 firmas contra su presencia o tras los riesgos que entrañarían las protestas ante sus puertas.
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