Intervención de Darío Urzay en el Guggenheim cuando el Athletic ganó la Copa del Rey. M. Guggenheim

Encontrar la ausencia con la mirada en alto

Domingo, 7 de diciembre 2025, 00:04

Apenas separaban quinientos metros mi estudio de Nueva York de la extensión que el Guggenheim abrió en el Soho en 1992. En aquella vieja fábrica ... textil, reacondicionada por Isozaki, se mostraba lo mejor que las colecciones del museo podían ofrecer.

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Un año antes de aquella apertura, mi padre empezó a enviarme recortes de periódico sobre un posible Guggenheim en Bilbao. Leía aquello con cierto escepticismo; me parecía una idea un poco fantasiosa, algo que no terminaba de encajar en la ciudad que yo llevaba en la cabeza. Y él seguía enviándome recortes, convencido de que la cosa se estaba moviendo.

La elección de Frank Gehry para construir el futuro edificio se asumió como un acierto firme desde el primer momento. Del encargo nació la criatura urbana que tanto ha dado que hablar. Tan importante para Bilbao.

Entonces no podía imaginar que acabaría implicado en un poco del contenido de aquel continente. Bueno, la suerte me sonrió y acepté una invitación. Un día me acerqué a la construcción con una mezcla de curiosidad y desconcierto, sin tener del todo claro por qué necesitaba estar allí, aunque en el fondo era inevitable: quería ver las tripas del edificio para entender de qué debía empaparme.

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Los responsables que me guiaban comentaban que Gehry estaba en Bilbao y que quizá aparecería. La niebla —una mezcla del vapor que ascendía de la ría y de las nubes que descendían desde el cielo— se colaba por los huecos de la estructura y dejaba ver la obra de manera fragmentaria. A pocos metros se adivinaban siluetas que surgían entre chispas de soldadura: figuras incorpóreas cuyo trabajo iba dando solidez al edificio.

Aquella imagen, frágil y precisa a la vez, me hizo pensar en lo que podría llegar a ser aquel lugar concebido por el arquitecto. No era difícil imaginar que estaba dentro de uno de los astilleros que tuvieron su gloria en la época industrial en ese mismo enclave. Sentía que, en ese momento, tenía el privilegio de estar allí, en el tramo final de un proceso y el comienzo de otro.

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Al abandonar el recinto creí verle a cierta distancia. Aunque no tuve la oportunidad de acercarme y conocerle, tenía la certeza de que era una de aquellas figuras, con abrigo y casco, difusas entre el vapor, conversando, sin rasgos definidos. Los gestos mínimos y las palabras sin sonido me dejaron la impresión de haber presenciado un instante destinado a acompañarme durante mucho tiempo.

Quién me iba a decir que bastantes años después iba a tener la oportunidad de acariciar la piel del edificio situando de manera temporal en él varias obras. Siempre desde el respeto hacia lo que Gehry había levantado.

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Hoy volveré al lugar que recuerdo, cuando todavía se veía el cielo desde lo que sería el futuro atrio. Miraré el techo y dejaré que regrese aquella sombra.

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