
Los argumentos de Agustín Ibarrola
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La galería Lumbreras repasa la obra gráfica de uno de los grandes autores de la plástica vasca contemporáneaLos grabados de Agustín Ibarrola se despliegan en la galería Lumbreras. Los espectadores podrán contemplar una muestra que abarca tanto sus características obras en blanco ... y negro como las posteriores a los años ochenta, cuando incorporó el color. «La selección ha sido realizada por mi hermano Irrintzi y tiene una lógica expositiva y no antológica, como pretende el libro recientemente publicado sobre su producción gráfica. No abarca todas las épocas, aunque sí permite apreciar esa miscelánea», explica Jose, hijo de este autor considerado uno de los grandes de la plástica vasca contemporánea. «El grabado ha sido un sólido hilo argumental a lo largo de su trayectoria», asegura. La exposición permanecerá abierta hasta el próximo 28 de febrero.
Las piezas en blanco y negro ocupan la primera parte del espacio de exhibición. El artista fue uno de los promotores del movimiento de vanguardia Estampa Popular y se involucró en estos procedimientos mediante el uso de planchas de madera, sin recurrir a otros procesos. «No era muy purista en la técnica», indica. «A él le gustaba la inmediatez y la textura del material».
Ni siquiera contaba con un tórculo, la prensa necesaria para llevar a cabo la impresión. «No quería tenerlo en su casa durante los años setenta», explica. «Le daba miedo que si le detenían, y lo hacían cada dos por tres, podrían acusarlo de tener un aparato de propaganda en casa. Lo poseyó de mayor y nunca se acostumbró».
El recurso a la obra gráfica también tenía una lectura ideológica. «Lo concebía como un objeto al alcance de cualquier persona», apunta. «No quería que el precio resultara un hándicap y entonces se vendía en los sitios más insospechados para proporcionar fondos a cajas solidarias de trabajadores en huelga o presos. Era un arma de lucha cuando no había otras herramientas».
Las inquietudes creativas de Ibarrola siempre han estado a caballo de la circunstancias de su tiempo. «Cuando se recuperaron las libertades entendió que su papel como artista no podía estar sometido al albur de los acontecimientos», alega su hijo y alude a una larga transición entre la anterior figuración y un periodo volcado en la investigación en la que tienen lugar sus intervenciones en la naturaleza. «Ahí ha estado el grabado reuniendo experiencias y marcando etapas».
El autor aplica su lenguaje plástico a situaciones adversas. «No se deja llevar simplemente por una línea, masas o formas, todo eso lo quiere incorporar al relato social o político», advierte. Ahora bien, el compromiso ideológico tampoco condicionaba sus presupuestos plásticos. «El grabado de una manifestación lo conduce a una exploración del negativo y positivo. Su obra tiene más que ver con lo plástico que con la narración. No es 'Novecento'».
A finales de los noventa, y gracias a la mediación de la galerista Sol Panera, Maite Martínez de Arenaza y Esperanza Yunta comenzaron a estampar las obras de Ibarrola. «Muchas estaban vírgenes y otras se habían utilizado de forma no profesional y se quería tener ediciones en buenas condiciones», revela la primera. «Recuerdo que le pregunté cómo se sentía al recobrar la abstracción y me contestó que no me confundiera, que él nunca había dejado de trabajar según los supuestos estéticos del Equipo 57; que sí, que a partir de 1978 se centró en preocupaciones en las que, por otra parte, nunca había dejado de trabajar, sólo que, ahora, con más libertad».
Ibarrola, según la actual propietaria de La Taller, era un hombre muy afable y grandísimo conversador. «Lo considero un artista de las vanguardias clásicas, con la conciencia de que no hay materiales nobles e innobles. Cuando le llegaban cajas con materiales, desmontaba el envase y lo utilizaba para elaborar la matriz», señala. «Sostenía que el grabado no consistía únicamente en el cuadrado en el que intervenía, también en el papel de fuera y la plancha en la que se insertaba».
Además de hablar de su experiencia en la gráfica, el autor relataba sus penalidades en aquellas tardes de trabajo y conversación. «Decía que el arte le había salvado», apunta. «Nos contaba que, en los años duros de cárcel, guardaba la miga del pan y cuando reunía suficiente, la empleaba para elaborar estructuras que conseguía sacar al exterior. También le pasaban maderas para que tallara».
Tras independizarse, Martínez de Arenaza se encargó de las impresiones en tinta de piezas de mayores dimensiones. «Nos daba libertad para proponer y le hacíamos propuestas a partir de nuestras visitas a Oma. El elegía el color en función del cromatismo del bosque o de sus cuadros», señala. «Entonces él estaba inmerso en grandes proyectos y nosotras dábamos vida a un trabajo que ya estaba previamente hecho, él ya había pasado por allí».
La exposición actual da cuenta de un trabajo fecundo. José Ibarrola asegura que la familia conserva de 600 a 700 grabados, y muchas planchas ni siquiera han sido objeto de una prueba. Su hijo afirma que nunca abandonó sus características referencias a manos y puños, pero que, al final de su carrera, la figuración ya no era un objetivo en sí misma. «Prescindió de la denuncia y se dejó llevar por sus apetencias».
Si el deseo de libertad en el plano personal le pasó una gran factura, la prisión y llevar escolta durante doce años, en el artístico no se plegó a las modas. «Ha habido tendencias muy monopolizadoras de la verdad que han eclipsado la pluralidad. Él siempre siguió su camino, casi siempre al margen. Tiene poca representación en museos porque no ha participado en el comercio del arte ni el arte del poder».
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